Esto es lo que ocurre en toda sociedad capitalista: Se fabrica las mercancías que, como tales, deben ser distribuidas entre los consumidores correspondientes. El fabricante cede esta segunda fase productiva a otros capitalistas con alto giro económico ya que de otra manera tendría que contratar con las miríadas de detallistas, el último eslabón de la cadena distributiva, cada uno de los cuales requiere poco capital, habida cuenta de que sus clientelas suelen ser poco numerosas porque atiende a unos consumidores como vecinos en aproximadamente unos 200 m a la redonda per capita.
El fabricante realiza la plusvalía creada en su empresa luego de ceder una parte de ella a los llamados distribuidores o intermediarios mayoristas; estos, a su vez, redistribuyen entre otros mayoristas de mediano capital, ceden parte de la plusvalía cedida por el fabricante, y en conjunto revenden a los detallistas debidamente sectorizados a lo largo del país o región, según las características de las mercancías involucradas.
Así discurre "legalmente"-ajustado a leyes económicas-la circulación de las mercancías capitalistas, eje alrededor del cual circula todo el capital de productores e intermediarios. Dejamos a un lado al capitalista de las finanzas.
La plusvalía queda repartida entre los empresarios, los consumidores terminan consumiendo su salario mediante el consumo de toda la producción de bienes de consumo final y "todos contentos".
Los detallistas reciben una parte de la plusvalía, otra parte la reciben los mayoristas y el fabricante la suya. Es de esa manera como marcha en paz una economía burguesa mientras todos los capitalistas involucrados vayan logrando una tasa media de ganancia, independientemente del monto del capital empleado e independientemente de las diferentes composiciones de su capital activo. Son las reglas de la economía capitalista.
Ahora bien, en las actuales circunstancias, de guerra declarada por quienes han perdido toda opción de triunfo electoral para volver a su viejo status, ese que ostentaron durante siglos, en esas circunstancias, decimos, la cosa cambia.
Ahora los mayoristas no suelen vender con rebajas al intermediario menor, sino a precios alejados y por encima de la tasa media de ganancia. Otro tanto está haciendo el intermediario menor e igualmente lo están haciendo los minoristas que les venden a subminoristas, y ninguno se está rigiendo por tasa alguna. Se hallan embochinchados. La página dolartoday es sólo un farol.
Efectivamente, los precios actuales en permanente suba ya no guardan ninguna relación con el valor de las mercancías, con sus costes de fabricación.
Estamos ante un auténtico bochinche comercial. Las Alcaldías se hacen las torpes y no sancionan al comercio irregular, los mayoristas no se conforman con márgenes prudenciales de ganancia que les garanticen estabilidad a sus capitales, y las fábricas, que tampoco están interesadas en otra cosa que no sea salir del gobierno, hacen lo mismo.
Así, pues, estamos en guerra lo que significa que el Estado podría asumir acciones concordes con la realidad belicosa que estamos confrontando. Digamos que ya no puede estar limitado a la vigilancia pasiva e invocación de procedimientos reglamentarios para enfrentar con respeto, pero con éxito, a quienes no respetan las reglas del juego ni las constitucionales ni las capitalistas.
El actual comercio podría ser sometido a una rigurosa regulación que pudiera rayar en la supervisión in situ de los precios diarios de venta a puerta de mayoristas y detallistas, sin el inoficioso e ineficaz procedimiento de las previas y numerosa quejas de las víctimas y controles aislados y puntuales. Estas vigilancias y controles pueden ser asumidas por la armada civicomilitar con carácter itinerante en permanente rotación de los supervisores.