Esto es lo que se lee en Internet, o sea, en la mediática, aburguesada por excelencia:
“El marginalismo propone la teoría de la utilidad marginal o teoría del valor subjetivo, de acuerdo a la cual el precio es determinado por la percepción de los individuos de la utilidad o beneficio que un bien, cosa o servicio le proporcionara en relación a sus necesidades en un momento dado. El valor de ese bien o servicio fluctuara —a diferencia de la teoría clásica que ve ese valor como constante— en relación a la necesidad específica. Por ejemplo, el primer vaso de agua para un sediento es más importante (tiene más valor, entendido como "valor de uso" o "utilidad") que el quinto o el décimo. Ese consumo extra produce un valor menor para ese usuario que el primero. Consecuentemente, disminuye lo que ese individuo estaría dispuesto a pagar para continuar consumiendo. La utilidad marginal o la importancia de un bien o servicio para un individuo es una cuestión de circunstancias y preferencias personales. Ese mecanismo parece producir una explicación satisfactoria de como se forman los precios en un mercado real, cómo y por qué fluctúan, etc.” (sic).
Allí, de entrada, hay un error porque, entonces, habría que compra por cucharadas, por vasos y vasitos y hasta por gotas ya que, supuesta y marginalistamente, cada gota costaría menos a juico del consumidor.
De allí extraemos:
“El marginalismo propone la teoría de la utilidad marginal o teoría del valor subjetivo, de acuerdo a la cual el precio es determinado por la percepción de los individuos de la utilidad o beneficio que un bien, cosa o servicio le proporcionara en relación a sus necesidades en un momento dado.” Aquí vemos que los enemigos de la teoría del valor trabajo convierten los efectos en una causa.
Es natural que ante la escasez de alguna mercancía de la cesta básica o medicinal, el comprador esté dispuesto a complacer al vendedor, al especulador o al acaparador un precio o un valor de cambio exagerado, lo que no significa que se trate de una reacción subjetiva, sino inducida por la misma escasez que bien obedecería a una estrategia capitalista para ganar más, o a una escasez coyuntural por imprevisión de los fabricantes o, en último caso, a algún desastre natural, pero ninguna de esas causas de escasez pueden ser la causa del precio especulativo.
Si a ver vamos, la especulación siempre ha respondido a estrategias subjetivas ajenas al comercio convencional; se trata de desviaciones de la economía, en momentos y lugares dados, pero mal pueden las irregularidades presentarse como situaciones normales para que sobre ellas se erija disparatados conceptos y teorías.
Digamos que ante la subjetividad del consumidor, ante su capricho por disfrutar de tal o cual mercancía él estaría dispuesto a pagar cualquier precio, y asimismo, el vendedor, a su entero capricho, estaría vendiendo al precio que le dé su gana a los caprichosos compradores de turno.
Es que, si hace falta determinada materia prima y el uso de algunas herramientas para que algunos trabajadores la transforman en nuevos bienes útiles, tenemos que inferir que ese bien tiene un costo según el valor de esos componentes de su fabricación, y, en consecuencia, asimismo, sobre la base de ese costo, el comparador pagaría un no menos determinado precio por ese costo. De allí que tanto el costo como el precio no tengan nada de subjetivo.
Hay, por supuesto, una pegunta irrespondible por los marginalistas: ¿a qué precio marginal debería pagar el consumidor por más de una unidad?, ¿acaso el precio de todas y cada una de las unidades involucradas en el volumen que ofrece en cada punto la curva de costos marginales?
Esa curva de costes marginales es lo más vulgar y el más desvergonzado método de cálculo especulativo de los precios que forman dicha curva.
P.D.: El Valencia, los transportistas urbanos han dividido las rutas asignadas para cobrar por tramos. El Alcalde y el Gobernador: bien , gracias.