Por definición burguesa, mercancía es un valor de uso producido con trabajo humano para ser intercambiado por canje o por compraventa a terceras personas[1]. En este caso, cubre necesidades de producción y de consumo familiar. Todo valor de uso goza de una cualidad y se le mide según su cantidad como, digamos, 1 litro, 2 metros, un par de zapatos, etc.
Esa es la definición en sentido amplio; en estricto sentido, bajo el modo capitalista industrial, una mercancía es un valor de cambio obtenido para su intercambio por dinero, y contenido en todo tipo de valor de uso fabricado por la mano de obra humana, por los asalariados.
El entorno que nos envuelve se halla saturado de mercancías, unas empleadas como valores de uso, otras como valores de cambio, pero todas, absolutamente todas poseen valor, y de allí que se asimile a mercancías industriales todo el mobiliario de su hogar.
Ese último tipo de mercancía como valor de cambio se podrá vender a su valor, por encima de él o por debajo.
Efectivamente, en el mercado sólo se modifica el valor de cambio puesto que el valor de uso que porta el valor de cambio permanece incólume so pena de perder parte de su valor de cambio ya que la utilidad del valor de uso siempre es la misma a pesar de los defectos varios como su perecibilidad, la deformación, evaporación o merma del peso o contenido, y otros defectos que lo hacen rechazables como tales. Mal puede rebajarse la utilidad de un valor de uso como tal ya que lo que podía perderse es su cantidad. La leche de vaca, por ejemplo, es tan leche como lo son un vaso de ella, un galón de la misma, etc.
Las fábricas capitalistas, pues, producen mercancías o valores de cambio a partir de determinados valores de uso como materias primas, instrumentos de trabajo, mano de obra, talleres, etc. Los consumidores van al mercado a buscar valores de uso, o sea, bienes en general por los cuales deberán pagar sus correspondientes valores de cambio, justos, bajos o especulativos, porque las fábricas producen y ofrecen valores de cambio y no valores de uso a secas, y de allí que sus compradores paguen con valores de cambio, en estos caso, con dinero.
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[1] Véase Carlos Marx, El Capital, Libro I, Cap. I, Nota 11, Cartago. Buenos. Aires, 1973. p. 60