ANC El enigma del valor sigue vigente

Algunas definiciones propias de la Economía Política bien podrían definirse en el mismo texto constitucional. No vemos dificultad alguna para que la propia Constitución de una república no se convierta en fuente pedagógica sobre temas de interés popular, incrustados en ella para beneficio de la comunidad en general.

Toda la dificultad[1] ofrecida por el concepto valor, que ya sobrepasa 2.000 años sin alcanzar una aceptación general[2] , radica en la asimetría del contrato de compraventa de mercancías escenificado en el mercado.

Efectivamente, por el lado del comprador, éste compra el valor de uso que sirve de portador o sostén del valor de cambio de la mercancía en juego. Como debería saberse, toda mercancía representa un híbrido formado por su valor de uso y por su costo de fabricación en términos de fuerza de trabajo aplicada. Tal costo se conoce como valor de cambio, precio o valor de mercado, es decir, como cantidad de dinero representativo del costo-valor-que sea necesario para transformar ciertos bienes en otro tipo de bien útil para la satisfacción final de una que otra necesidades.

Por el lado del vendedor, este vende el valor de cambio sostenido o contenido por el valor de uso de la mercancía correspondiente.

Como podríamos observar, son cosas muy diferentes las que animan a los transaccionistas del mercado: el uno-comprador-busca satisfacer necesidades con el consumo del valor de uso, y el otro-vendedor-simplemente busca recuperar su inversión en capital, en dinero, y lo hace con absoluta independencia del tipo y forma de valor de uso que él se haya dedicado a producir o a intermediarlo[3].

Tal diferencia de intereses imprime una palmaria asimetría de intereses entre vendedores y consumidores de lo que puede desprenderse, por parte del comprador, una predisposición a pagar por la mercancía el precio que fuere sin más limitaciones que su disponibilidad monetaria. Podría hasta endeudarse indebidamente, robar, matar, etc., llegado a situaciones extremas.

Por parte del vendedor, éste suele esperar con toda y obligada paciencia hasta ser ocasionalmente visitado por sus clientes.

Sobre la base, pues, de la utilidad de las mercancías, se erigió la Teoría mengeriana[4], que tanto daño le ha causado a la humanidad con sus famosos costes, utilidades marginales y otras afines mentiras vendidas de cara a alargarle la vida al sistema capitalista que hace más de un siglo dio claras señales de agotamiento.

¿Cómo convencer al consumidor que ningún comerciante puede tener consideraciones sociales con sus clientes si éste persigue ganancias, mientras aquél sólo busca satisfacer necesidades hogareñas o de consumo? Por lo general, el comprador termina endilgándole sus males al gobierno de turno, mientras los comerciantes terminan flotando gobierno tras gobierno, régimen sobre régimen.

Es que lógicamente, el comprador no tiene otra alternativa que su permanente queja ante la carestía de la vida, pero se torna incapaz de atribuirle sus males de mercado, a quienes se encargan de ofrecerle esos bienes que él tanto necesita y por los cuales estará dispuesto a hacer todo tipo de sacrificio, pero menos el de enfrentarse a su bodeguero de la esquina y muchísimo menos a un burgués de alto giro.

Ante semejante y obvia asimetría que anima a vendedores y compradores, entre la fabricación y la distribución de las mercancías se interponen intermediarios con lo cual el valor-valor de cambio-suele verse adulterado por causas aditivas propias del mercado mismo y también derivadas de los intereses extraeconómicos de fabricantes e intermediarios.

Definimos como intereses extraeconómicos de fabricantes e intermediarios a los apetitos subjetivos por la riqueza fácil, por las tracalerías a las que suelen echar manos tanto fabricantes como revendedores a fin de conseguir ganancias indebidas o ajenas a las que limpiamente ya ofrece el propio sistema capitalista mediante la producción de plusvalía producida gratis por los asalariados. Es que a la ganancia de fabricación, se agrega inevitablemente la ganancia de mercado. La primera tiene como fuente la transformación de la plusvalía, mientras la segunda deriva de trampas varias, de coyunturas del mismo mercado dentro de las cuales brillan el acaparamiento, la venta de gato por liebre, por citar sólo algunas de las formas irregulares de obtener ganancias extraeconómicas y que no guardan mucha diferencia con el robo, el atraco, etc.

Esa asimetría entre comprador y vendedor es la que ofrece un campo constantemente fértil para las mil y una especulaciones en materia de teorías, seudoteorías y demás variopintas piraterías que practican tanto el bodeguero más humilde hasta el abrillantado magnate del capital transnacional.


[1] Algunas definiciones propias de la Economía Política bien podrían definirse en el mismo texto constitucional. No vemos dificultada alguna para que la propia Constitución de una república no se convierta en fuente pedagógica sobre temas de interés popular, incrustados en ella para beneficio de la comunidad en general.

[2] Tal enigma se mantendrá vigente mientras subsista una sociedad dividida en clases sociales, con radicales diferencias para apreciar y justipreciar el mundo, mientras la clase dominante no agote sus posibilidades de sobrevivencia, por ejemplo, con cargo al proletariado, según el modo actual de producción = el Capitalismo.

[3] Por ejemplo, a todo vendedor o fabricante les da igual procesar y vender alimento para animales que para humanos, para adultos que para niños, para caballeros o para damas. Suelen distinguir sólo entre compradores solventes y no solventes.

[4] Carlos Menger, un aristócrata polaco dedicado a salvar a la humanidad con su ataque a Carlos Marx, como si fuera concebible que un noble pueda interesarle la pobreza de los plebeyos, como si a algún burgués pudiera interesarle la suerte de los proletarios.



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Manuel C. Martínez


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