Los precios podrían subir a precios tan elevados que con los salarios vigentes las mercancías nos resultarían inasequibles y asegurarían una hambruna progresiva y un gran desencanto popular de chavistas y antichavistas.
También, los precios pueden ser muy bajos, pero si los salarios también lo son, tendríamos tanta hambre como la que reinaba durante la etapa precedente prechavista. Venezuela, con precios muy bajos, relativamente bajos, tenía millones de gente marginada, silenciad y en pobreza crónica.
El caso es que toda demanda depende de dos variables: precios y renta. De la renta y de los precios se encargan los empresarios, fabricantes e intermediarios.
Lo que hace un gobierno democrático y honestamente defensor de los consumidores es simplemente mitigar el hambre potencial ya que el empresariado capitalista, animado por su insaciable lucro, sabe contrarrestar cualquier medida regulatoria del mercado de trabajo y del resto de las mercancías de la cesta básica, tal como lo hemos estado sufriendo durante los últimos tres años, y que cada día se intensifica.
El Estado inútilmente, hasta ahora, ha pretendido regular los precios de un comerciante al que se le ha concedido derechos constitucionales para ejercer el comercio, y también ha tratado de indexar los salarios que también son competencia privada, salvo para el sector burocrático.
Ni los salarios privados ni los precios pueden ser regulados por el gobierno. El otorgamiento de dólares baratos para regular los precios ha sido una tremenda equivocación y un craso fracaso como es evidente.
El gobierno ha actuado así porque ha seguido patrones políticos económicos armoniosos con la economía capitalista. La regulación de precios congela la competencia, y los salarios deben ser negociados entre patronos y trabajadores, y el Estado sólo debe velar porque los primeros cumplan los convenios correspondientes. La conseja de rossiniana ha resultado muy equivocada en el caso venezolano.
El gobierno ha pretendido regular precios y los empresarios han quedado desconcertados para el cálculo de costos reales y de precios ajustados al mercado.
El otorgamiento de dólares privilegiados ha sido otro error porque sencillamente no puede poner a cuidar carne a los zamuros.
Les ha resultado una fórmula perfecta al fabricante rentista para recuperar su viejo y tradicional estatus como sustractor de la renta petrolera. Antes fungía de empresario para conseguir créditos blandos que en muchos casos no cancelaba y lograba su condonación.
Hoy se está desquitando con precios elevados que no guardan relación alguna con sus costos ni con una tasa de ganancia media y moderada. Como si fuera poco, al mismo tiempo que sigue absorbiendo la renta petrolera, está creando condiciones favorables al rechazo popular de un gobierno al que considera culpable de todo lo malo que está sucediendo con la inflación inducida, con los crímenes sufridos, con los acaparamientos, el contrabando de extracción, y en general de la crisis que sufre la sociedad.
El Estado debe tomar acciones socialistas. Por ejemplo, revisar y transforma el sistema monetario nacional partiendo de una restructuración de la banca y del banco central. Debe reconsiderar la fórmula cambiaria determinante del tipo de interés y del poder adquisitivo de nuestra moneda.
Con el uso de transferencias desde los celulares se está permitiendo que la banca preste mínimos servicios porque de ahora en adelante ya un banco podría reducirse a una oficina donde se vigile los movimientos monetarios digitales desde y con una computadora capaz de centralizar todas las operaciones, con un mínimo de taquillas y de cajeros automáticos.
Es probable que las economías que signifique para los cuentaahorristas el uso transferencias vía celulares, sean inferiores que el valor del tiempo perdido en las actuales colas. Todo dependerá de los cargos por cada transferencia.
Esperamos que los precios y salarios acordados , a pesar de llegar a precios elevados, estos, por lo menos ,dejen de subir con cada mejora salarial. Mediante esa congelación de precios, bien podría eliminarse la multiplicidad de paridades cambiarias, la diversificación del valor del dólar. Tendríamos un tipo de cambio único.