El reconocimiento del valor trabajo viene desde los tiempos de los clásicos como Adam Smith y David Ricardo y coadmitida por todos los economistas vulgarizados[1] por la burguesía hasta Paul Samuelson y demás nobelados por la sueca Fundación NOBEL de origen e intereses meramente crematísticos y burgueses.
Sin embargo, los clásicos y sus sucesores, primeramente confundieron el trabajo con el valor creado, o sea, la medida de la aplicación de la fuerza de trabajo durante toda la jornada, con el valor creado durante ésta.
Ahora bien, el reconocimiento de la verdadera mercancía que vende el asalariado, que no es su trabajo sino su fuerza de trabajo[2], ha sido difícil e inconveniente de asimilar por parte de la burguesía. Esta se llevó sus buenas décadas buscando una solución demostrativa de que la plusvalía no existe, ya que este valor creado por los asalariados es determinante para demostrar de dónde sale la ganancia burguesa del capitalista como comprador de dicha fuerza, y que el trabajo completo creado por el asalariado no sólo reintegra el valor de cambio de aquella-el salario-sino también crea plusvalía como trabajo gratis del que se queda ese comprador[3]. Digamos que una transacción de compraventa convencional donde el vendedor remata su mercancía al precio o valor de cambio de un salario que no necesariamente cubre el valor de su entrega cuando esta está formada por el valor del salario mismo-valor-y una plusvalía, otro valor adicional, con lo cual el comprador (patrono) sale beneficiado al "pagar menos por más", al contrario de lo que suele hacer todo capitalista cuando vende en general: "comprar más por menos".[4]
Venimos criticando y demostrando en abstracto que el mercado tiene su célula más embrionaria en la fábrica porque éste es el espacio concreto donde se lava los valores de cambio en dinero producto de la explotación capitalista. El valor en su forma de valores de cambio que salen de la fábrica ya ha sufrido una metamorfosis a manera de mestizaje entre precios de mercado para los insumos en medios de producción y salarios, y valores de cambio puros creados por el asalariado.
Sin embargo, no bastaría saber que los trabajadores son la fuente de la riqueza en valores de uso creados por los trabajadores, desde el arroz, el ganado y los cambures que se crían casi espontáneamente, hasta el leguaje cibernético y sus derivados, las naves espaciales y las bombas atómicas, no basta eso, decimos, si no se explica debidamente el origen de la ganancia burguesa, la usuraria, la fabril, la comercial, la de la circulación de mercancías y la de las ganancias financieras en general[5]. No sólo la fuente de esa riqueza sino la de la ganancia misma y su distribución tan asimétrica entre trabajadores y empresarios capitalistas[6].
Es que para dar respuestas a esas interrogantes fue necesaria la admisión de la PLUSVALÍA[7], perfectamente analizada y enganchada al trabajo fabril como parte indesligable e intrínseca del trabajo en la fábrica.
Esa plusvalía es la que muy subrepticiamente han terminado de coadmitir los apologistas del sistema capitalista porque ya no pueden ocultarla de hecho aunque lo sigan haciendo en teoría. Eso explica el necesario lavado de capital que estamos describiendo en estas recientes entregas. Este lavado de capital esconde el valor puro con precios de mercado, o a estos les atribuye tanto valor como los que él desembolsa en capitales contantes y variables: medios de producción y mano de obra. Lo puede hacer en prueba del reconocimiento torcido que hace mediante semejante lavado. La burguesía viene haciendo este lavado al cual debemos asimilar a un muy bien disimulado reconocimiento de las enseñanzas de Carlos Marx, de El capital.
[1] Por economistas vulgarizados debe aludirse, con todo el necesario sentido que le dio Carlos Marx (El Capital Libro I, passim) a los excelentes seguidores de los clásicos ya mencionados, a quienes, en su incapacidad para precisar con sólidos fundamentos científicos cómo es que si los trabajadores crean la riqueza de las naciones, ella sólo se traduce en un crecimiento aritmético de los ricos-muy ricos-y de la pobreza en progresión geométrica de los trabajadores.
[2] El asalariado no puede vender su trabajo, si a ver vamos, porque él no es dueño de los correspondientes medios de producción necesarios para aplicar su fuerza de trabajo. (El Capital, misma obra y mismo Libro).
[3] Paradójicamente, el trabador le hace una especie de descuento al capitalista. Obra cit. Cartago, 1977 pp., passim.
[4] A manera de anécdota: Una comerciante pequeñoburguesa, a quien solía hacerle algunas compras, recibió un vendedor de melones a su regreso del mercado popular donde desde bien temprano acudía con su carretilla a colocar sus productos. Este le ofreció en calidad de remate los 3 melones que todavía cargaba. Ella pasó con ellos a la báscula colgante que tenía a espaldas del vendedor. Desde mi ángulo de observación vi cómo le facturaba menos del peso que tenían los melones, y cuando así lo hizo, el vendedor le pidió una mano de cambur que ella tenía sobre su mostrador; ella fue a la pesa y le facturó más de lo pesaba dicha mano. O sea, le ganó como compradora y como vendedora. Me limité a decirle en privado, aparte, "estás enferma por causa del dinero", pero, no se trata de patología alguna, se trata más bien de la usual conducta capitalista.
[5] El Libro Tercero de El Capital da una acabada cuenta del reparto de la riqueza "sucia" que estamos tratando en estas entregas sucesivas.
[6] La burguesía introdujo un cuestionable índice estadístico muy apropiado a sus intereses proteccionistas, el Índice de GINI, mismo con el que se busca edulcorar y ocultar esa descarada desigualdad de la renta nacional entre los estratos de la burguesía y terratenientes, y los estratos salariales de los asalariados (Véase mi obra PRAXIS de EL CAPITAL, año 2013) como los que van desde salarios minimizados y mal calculados hasta las hipermillonarias y "sucias" fortunas de la producción capitalista constantemente lavada en los centros fabriles, según lo venimos analizando. Recordemos que la renta nacional es medida por el PIB, un estadístico que es el gran apañador paramétrico de la riqueza burguesa en tanto y cuanto en su data maneja precios de mercado, según lo venimos criticando.
[7] El manuscrito del Libro IV de El Capital, Teorías sobre la PLUSVALÍA, insumió tanto trabajo, tantas pp. como los conocidos y más divulgados 3 tomos de la misma obra.