Recientemente ofrecimos tratar el palpitante tema de la moneda fiduciaria frente a las respaldadas tradicionalmente con metales preciosos. Es que, salvedad hecha de las de papel o billetes, las de respaldo metálico corren la misma suerte del metal en cuanto a su valor de cambio: más trabajo, más coste de obtención.
Las monedas de metal feble y las de papel son obviamente de ínfimo coste de elaboración respecto a las de metales preciosos.
Efectivamente, el oro vale más porque su obtención es más costosa y su oferta suele ser menor que la de la plata[1], lo cual ya de entrada altera su precio de mercado. Sin embargo, la conjunción oferta-demanda no es determinante del valor, sólo de su precio de mercado.
Bien, cada vez que el oro, pongamos por caso, cueste más conseguirlo en minas o ríos, su valor crece y las monedas respaldadas con él se revalorizan; ocurre lo contrario si aquél resultare más abundante.
Sin embargo, con la moneda fiduciaria no podemos aducir el mismo razonamiento ya que teóricamente su disponibilidad resulta infinita; eso por un parte; por otra y contradictoriamente, vemos y hemos sentido el poder del dólar frente al resto de las monedas del mundo, como una suerte de respaldo “virtual” o extratécnico-político y mediático-dado el indiscutible poder económico e industrial de los EE. UU. exhibido durante las últimas décadas de posguerra.
Asimismo, ahora el Petro podría fungir de respaldo a otras monedas fiduciarias, tal como se usa en la fórmula de nuestra paridad cambiaria, la del Bs.F en relación a nuestras disponibilidades de dólares.