Me lo contaron y lo creí, pero necesitaba verlo por mis propios ojos y fui al centro de la ciudad esta semana santa. Allí estaba de nuevo ese aparente caos hecho mercado, allí estaba incólume el Mercado de "Las Pulgas", ahora recargado. Me aproxime por el acceso que da hacia "Las Playitas" y conté con una panorámica de compradores y vendedores que se perdía de vista , ahora en mesitas y con algunas sombrillas.
Durante el recorrido se presenta cualquier producto de la dieta básica del venezolano o venezolana, a disposición siempre y cuando tengas efectivo, dólares o pesos. No hay oportunidad para el regateo, todos los precios están cartelizados; da igual si compras uno o diez. Sigue siendo este mercado popular el marcador de referencia precios para el resto de la ciudad y la referencia de la circulación de la moneda. El sol ahora es inclemente con los transeúntes, que caminan como en otros tiempos en los mismos charcos de agua inmunda. Solo quedan escombros mal puestos de la intervención, que ahora sirven de asiento para los que salen cada día a buscarse la vida.
No se observan grandes avances en el reordenamiento de este espacio, apenas las vías adyacentes medianamente despejadas; ni de la adecuación del casco central para que los habitantes de la ciudad podamos disfrutar de un espacio digno y mucho menos se erradicaron los actos ilícitos.
El problema cultural de "Las Pulgas" persiste, así como las consecuencias económicas, sociales y políticas para la ciudad de Maracaibo. Sigue reproduciéndose la perversa idea: es lícita y socialmente permitida la creación de ingresos súbitos sobre la base de la especulación.
Llega uno a creer que los niveles de organización y connivencia son tales que siguen siendo intocables los actores deliberadamente no visibilizados, entre los cuales se encuentran comerciantes formales, miembros activos de las fuerzas armadas nacionales y de las policías (estadales y municipales), grupos armados irregulares extranjeros, algunos miembros de las castas wayuu y hasta figuras de la política regional y local.
En Mercado Las Pulgas el rostro público y estigmatizado sigue siendo el de el indígena o el alijuna (todo aquel que no forma parte de los wayuu) que actuá como operador del día a día y que recibe una fracción suficiente para asegurar su sobrevivencia y volver a comenzar cada jornada desde cero.
La ausencia del Estado en sus tres niveles de gobierno (nacional, regional y local) es patente, apenas unos policías que cobran los acostumbrados peajes por lo que ingresa al mercado y otras menudencias.
A la fecha es necesario que al menos las autoridades locales y regionales presenten a la ciudadanía marabina un balance de su gestión en este tema y una explicación de la situación actual del centro de la ciudad. Y como ciudadanos debemos exigir que se rompa el silencio, se abra el debate y el dialogo para avanzar, sino estaremos condenados a un ciclo fatal, donde se simula que se cambia algo, para que todo continúe igual o peor...