El joven estudiante

El joven estudiante llega y va en el carrito de su mamá. Uno más en la línea que sale hacia Montalbán y la Ucab (Universidad Católica Andrés Bello). Ser estudiante en estos tiempos es difícil.

Las causas son banales: Rctv o los peinados de monseñor Urosa. Qué onda.

El estudiante acaba de ingresar a la mayoría de edad y aún no tiene título de conducir porque en El Llanito están reformulando el sistema y entonces, y por eso, tan sólo se atienden 30 personas diarias y hay que llegar a las cinco o a las cuatro de la mañana y puede ser que aún así le toque el número 31 y de nada valió el madrugonazo... Los trámites en Venezuela son la trampa donde caen vueltas añicos nuestras recientes esperanzas. Es un proceso sacarse la cédula, la partida de nacimiento y, ni se diga, ni lo nombre siquiera, el pasaporte.

Nuestro protagonista, recién ingresado a la categoría de estudiante universitario, es un novato al volante y en la vida. Un joven rebelde, inconforme y enérgico. Qué tipo de ciudadanía supone ser estudiante, qué tipo de servicio, qué tipo de lucha. Me cuesta entender a los estudiantes que marchan tras su mediocre rectora, la doctora... odontóloga si no me equivoco... en fin, en su caso, la academia es lo de menos.

Pero los estudiantes la siguen, o ella va con ellos y es la primera y está en el centro y los estudiantes la secundan. Marchan a favor de los inhabilitados. A ellos le gusta demasiado Leopoldo López, y qué puede importar si ha incurrido en irregularidades administrativas: "No a los inhabilitados", repiten automáticamente. A su alrededor, lo real sigue sin ser nombrado.

La violencia de la ciudad. El lleno que la habita, y más si hablamos de horas pico, de la autopista y de un motorizado con su parrillero. Cuál será la sorpresa, la encomienda que llevan. El parrillero le mete un puño al retrovisor del carro de la mamá del joven estudiante. Salta el espejo del retrovisor izquierdo, es un buen carro y, por supuesto, no se hace añicos ni nada por el estilo. Todo lo contrario, otro motorizado frena y recoge el espejo y se lo da al estudiante que no sabe si recibirlo o no, y apenas baja lo suficiente su ventanilla. La rabia. Un puño contra el espejo y jura que seguro le quitan el carro, justo cuando empiezan las vacaciones. No hay peor época que los exámenes finales. Y dígame últimamente cuando los oposicionistas inducen a través de los medios de comunicación (¿quién se resiste a aparecer en la pantalla chica?) a los estudiantes a llenar de posibilidades el caos político.

Los estudiantes pueden ser la voz de la oposición. Los estudiantes desconocen el pasado, el inmediato y mucho más el remoto, y, sin embargo, se dedican paradójicamente a volver al pasado. Manos blancas, y aunque no se sepa si fue una metra o una bala la que mató al estudiante de Mérida, lo que sí les digo y les advierto a los jóvenes del país es que la oposición carece de argumentos, de fortalezas para la insurgencia social. No tendrán piedad y usarán a nuestros estudiantes como carne de cañón. El detonante.

Ser estudiante, ser joven, es muy difícil en Caracas, en Los Naranjos o en Altamira.

El asunto es el afuera casi inhabitable.

Sigue la cola en la autopista.

Es difícil ser un joven y más si quieren tomar la palabra. La rumba y la belleza globalizada de cuerpos imposibles nos impone el deseo de la marca, un afán por tener otro cuerpo, el que se mira, el inevitable.

Escritora


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Stefania Mosca


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