Cuando se habla de desarrollo es inevitable pensar en grandes ciudades de países industrializados, tales como París, Nueva York o Tokio, por citar algunas. La idea de desarrollo al estilo occidental es una mezcla de concreto, hierro, acero, tecnologías de punta, una inmensa oferta de productos desechables con diseños llamativos, alto consumo energético per capita, enormes gastos publicitarios, expansión de mercados, reducción de la naturaleza a pequeños parches llamados parques que funcionan como vidrieras, homogeneización del pensamiento y de la cultura en general, obsesión por el tiempo, lujo, grandes museos con obras bien o mal adquiridas representativas de culturas milenarias, competencia, individualismo y soledad. Hay una clase dirigente, minoritaria, empresarial y transnacional, que elige representantes que llegan a presidentes, y una inmensa mayoría de la población que se conforma con mantener su trabajo y pagar sus impuestos, a cambio de servicios públicos bien organizados y funcionales.
La estirpe dirigente es cada vez más cerrada y especializada, de manera que no es fácil que cualquiera de abajo pueda llegar hasta ella. Pero eso no importa porque cada quien se acostumbró a ocupar su lugar. La gente confía en las instituciones, en parte porque funcionan - dentro de la lógica del estatus por supuesto - y en parte porque la solución de los problemas cotidianos en un ambiente tan competitivo consume casi todo el tiempo, así que queda muy poco para cuestionar la realidad. La investigación sicológica al servicio del capitalismo, ha diseñado mecanismos para lograr que la gente se sienta contenta teniendo acceso a instrumentos electrónicos cada vez más sofisticados, a los canales de TV, a la ropa de moda, a la comida rápida, y a todas las frivolidades que ofrece la economía de mercado. Eso se llama alienación pero el sistema lo vende como libertad. Los pobres también disfrutan de una libertad de compra, adecuada a su capacidad adquisitiva, porque para eso hay confecciones de calidad discutible.
En pocas palabras, ese es el modelo que se ha impuesto en escala mundial, apuntalado por el pragmatismo político y el poder militar norteamericano, por el estancamiento de Europa y el fracaso de la antigua Unión Soviética, y por supuesto, por el apoyo crucial de las oligarquías locales de los países subdesarrollados, que garantizan materias primas baratas para el norte. No olvidemos que Ronald Reagan logró arrodillar a la OPEP con la colaboración de los gobernantes de países productores, incluido el nuestro, que violaban las cuotas de producción para mantener los precios bajos, en una suerte de subsidio a los ricos.
El modelo de desarrollo que queremos para Venezuela tiene que ser materia de un intenso y extenso debate con participación de todos quienes deseen aportar ideas. Pero está claro que no puede ser trasunto del de los países actualmente industrializados porque es energéticamente insostenible y socialmente injusto. Tampoco puede ser continuación del modelo colonial hasta ahora vigente, que nos especializa en la producción y exportación de petróleo crudo y en la importación de todo lo demás, porque esa es precisamente la causa de nuestro atraso. Debe ser un desarrollo sustentado en la diversidad cultural del país, en el talento nativo y nacionalizado, en la calidad de la enseñanza, en el uso racional de los abundantes recursos hídricos que tenemos, en la gran variedad climática, de suelos, de paisajes, de minerales, y de especies vegetales y animales con que contamos.
Debe basarse en la solidaridad, en la colaboración, en la defensa de los valores realmente humanos, en la búsqueda del bienestar colectivo, que sería la expresión de la mayor suma de felicidad posible que planteaba Bolívar, y no en la acumulación material que incentiva la corrupción ante el asedio permanente de una publicidad alienante. Pero para que tenga soporte ecológico, que es condición indispensable para lograr el sustento social y económico duradero, nuestro modelo de desarrollo tiene que ser variado, regionalizado, basado en los recursos naturales y cognitivos existentes en cada región del país. No uniforme sino diverso, como es el trópico. Tiene que ser construido por nosotros y para nosotros, mirando a todo el mundo pero con los pies en el sur.
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