Superada la crisis energética y evitado el colapso que anunciaban los
mismos de siempre, llegó el momento de reconocer el trabajo desempeñado
por aquellos a quienes la revolución les encomendara la inmensa tarea de
evitar que se materializara la oscurana que el sueño escuálido anhelaba.
Obviamente no contamos con el espacio y el tiempo suficiente para
reconocer el trabajo individual de cada uno de los miles de compatriotas
que aportaron su granito de arena en pro de la solución de una crisis,
generada por el abandono al que fue sometido el sistema eléctrico
nacional y un verano largo e implacable que secó ríos y embalses.
Optamos, en consecuencia, por reconocer la conciencia y el espíritu de
lucha del bravo pueblo venezolano que se comprometió con el sacrificio
exigido por el gobierno nacional, haciendo con ello posible ”estirar” las
reservas de agua hasta la llegada de las lluvias.
Hay sin embargo, un hombre que merece un reconocimiento especial, y ese
no es otro que el ministro Alí Rodríguez. Una vez más fue llamado en
medio del candelero para que se hiciera cargo de una situación que
atentaba contra la revolución y la patria, una vez más asumió el reto y
una vez más salió con el brazo en alto.
Lo llamó el comandante cuando asumió la presidencia de un país quebrado y
con futuro oscuro, con un barril de crudo rondando los siete dólares, con
las reservas internacionales en el mínimo y sin dinero para pagar ni los
salarios.
Le dieron la idea de diseñar una política para generar confianza en el
seno de la OPEP, alinear PDVSA a los intereses de la nación y luchar por
la recuperación de los precios… Tamaña tarea.
Su gestión lo impulsó a la Secretaría General de la OPEP y con ello al
renacimiento de la misma. Su trabajo permitió concretar el
establecimiento de aquella banda de precios que le dio un respiro
importante a los precios del crudo.
Más no podía pedírsele, pero la revolución y el país lo necesitaban y de
qué manera. El gobierno atravesaba por una difícil situación, pues había
sobrevivido milagrosamente a un golpe de Estado en el cual PDVSA que
había sido actor clave.
Se requería al frente de la estatal petrolera un hombre con la
inteligencia, la calma y la sabiduría suficiente para ganar tiempo y
armar desde aquel nido de apátridas, la defensa de la institución, de la
democracia y el país.
Allí con el timón firme en sus manos lo encontró el sabotaje que se
inició aquel funesto diciembre de 2002. Dos años después nos legó una
PDVSA fuerte, patriota y sobre todo solvente.
Como para retirarse a descansar después de dos batallas extenuantes con
el placer que produce el haber sido útil, mas el comandante Chávez tenía
otros planes para el eterno y eficiente luchador.
La campaña internacional contra Venezuela hacía prever que la lucha
habría que librarla en el terreno de la Cancillería y allí fue a parar
con sus viejos huesos y su mochila de sueños. Lamentablemente se vio
obligado, por razones de salud, a hacer un alto en su lucha y sus planes,
dejando esa tarea inconclusa, pero en manos de un joven con ganas y
comprometido con la patria socialista.
No duraría mucho el descanso, pues la económica mundial atravesaba una
crisis de proporciones gigantescas, trasladando la lucha interna al
terreno de las finanzas. Se requería al frente del ministerio un hombre
con visión de avanzada, que dejara de lado las prácticas neoliberales y
que estuviese comprometido con los más humildes en el manejo de unas
finanzas públicas que no podían seguir siendo vistas únicamente a través
de indicadores macroeconómicos. Había que ingeniárselas para no trasladar
a los más humildes las consecuencias de una crisis estructural del
capitalismo.
Obviamente nos impactó la crisis, pero gracias a la gestión del gobierno
venezolano y por supuesto a la de este caballero, nuestro pueblo no
atravesó las penurias que han vivido los pobres del resto del mundo. Aquí
nadie perdió su empleo, ni su casa, ni su carro. A nadie le redujeron el
salario y no se conoce de un suicidio a consecuencia de la crisis. En las
grandes potencias del capitalismo no pueden afirmar lo propio.
Allí estaba Alí, al frente del Ministerio de Finanzas, cuando llegó la
crisis energética que produjo tanto placer al escualidismo. ¿A quién
creen ustedes que llamó el comandante para resolver el problema?
Rodríguez dejó su oficina y sus libros de economía y finanzas para
adentrarse al mundo de las turbinas, las hidroeléctricas y el sistema de
distribución. Inmensa la tarea y difícil obtener una victoria en ese
campo, pero se trataba de Alí y ése está acostumbrado a luchar en las
condiciones más adversas.
El resto de la historia es reciente y conocida; habrá que esperar a ver
dónde surge una nueva amenaza, para tener certeza sobre cuál es el
próximo destino de este incansable camarada.
Por ahora, solo nos resta quitarnos el sombrero y decir: Mi respeto,
ministro Alí Rodríguez.
arellanoa@pdvsa.com