Los gorrones de Pdvsa

Me perdonan, pero no entiendo cómo es esa vaina de que a Venezuela llegue el presidente de una corporación petrolera extranjera, acompañado de dos directores de su empresa, en un jet ejecutivo fletado expresamente para dicha visita. Es decir, eso lo entiendo relativamente. Los jerarcas petroleros, así provengan de una corporación que produce petróleo por cuentagotas y cuyo país ha recibido nuestra ayuda generosa en la compra de bonos de su deuda externa, no pueden viajar como cualquier mortal, en primera clase de una línea comercial; ellos necesitan fletar un avión privado que los transporte como si fueran príncipes sauditas.

Hasta ahí, santo y bueno, cada quien hace de su camisa un sayo y no soy quien para indicarle a los argentinos cómo gastar el dinero que les facilitó el Gobierno venezolano mediante bonos comprados por miles de ciudadanos de este país.

La vaina que no entiendo, para volver al planteamiento primario, es cómo salen una pila de lambucios, empleados o relacionados con nuestro poderoso conglomerado aceitero, a pedir colas en un avión fletado por los caballeros que llegaron en plan de clientes o posibles asociados en algún negocio.

Para empezar, la más elemental estrategia comercial indica que al comprador no se le piden favores, sobre todo si son cuestiones de menor cuantía, bagatelas o minucias, según se quieran calificar.

Pero no, nosotros, venezolanos guapachosos, teníamos que salir a pedirle a los visitantes argentinos que se llevaran un tropel de funcionarios de menor jerarquía para ahorrarles el pasaje hasta Buenos Aires. Es decir, quedamos como los propios golilleros, incapaces de dejar pasar la oportunidad de mendigar una cola en jet privado.

Para colmo, uno de los agraciados es hijo de un vicepresidente de Pdvsa, asunto que en cualquier otra parte implicaría la renuncia del padre consentidor.

Lo demás, que se haya coleado un tercio que no tenía vela en el entierro pero cargaba una petaca llena de dólares, es lo que menos me interesa. Para mí lo grave, lo verdaderamente imperdonable, es la gorronería de los empleados venezolanos.

Por lo que a mí respecta, deberían ser destituidos.

augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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