La guerra civil es una contienda fraticida que anula cualquier posibilidad de defensa ante la invasión o la continuidad de la dominación imperialista. Esa conmoción intestina, auto consume las últimas fuerzas de un pueblo con intensiones de luchar por su liberación. Los países con mayor número de guerras civiles en su desventurado haber, son hoy las naciones más dominadas.
La guerra, ha sido la más efectiva de todas las políticas, practicada por los imperios, y hoy, sostenida por el imperialismo. En medio del fragor de cualquier contienda bélica, es imposible la construcción de nada, que no sea la organización de la defensa o del ataque, la cura de heridos, enterar los muertos, atender a los lisiados, proteger a los niños, procurar alimentos para una población hambrienta. En medio del sonido ensordecedor de la metralla es imposible que germine una verdadera revolución, que realice un cambio profundo que implique la derrota del orden económico social imperante.
Los partes de guerra solo contienen muertos, pérdida o recuperación de pertrechos, ocupación o desalojo de un frente, la derrota o la victoria de una batalla circunstancial a la propia realidad de la confrontación. Pero en ese informe no es posible hallar un principio revolucionario para trascender la formación económico social que ha parido y sostenido el conflicto.
La guerra sigue siendo hoy la política más efectiva de dominación de los pueblos, y sobre todo, de la clase trabajadora mundial. Habrá que recordar los 20 millones ––de los más avanzados cuadros comunistas–– que sucumbieron en la segunda guerra mundial. Ese destacamento de jóvenes curtidos en la ciencia marxista leninista, eran la garantía de la continuidad, permanencia y crecimiento de la primera gran revolución socialista de la historia. Esa guerra fue la tumba de una revolución que estaba creciendo. En ella se venció al nazi fascismo que amenazaba con adueñarse del mundo, y se potenció al imperialismo norteamericano, anglo holandés y sionista, que de antemano ya tenía ganada la guerra fría.
La cultura de masas dirigida por las fuerzas imperialistas, esta orientada hacia la violencia, y más allá, hacia el exterminio del enemigo, pero mucho más allá, ––en lo subyacente–– tiende a construir un estado de guerra permanente que impide la construcción de una sola idea revolucionaria.
La más peligrosa e importante de las realidades que laceran a la población colombiana hoy, por poner un ejemplo, es el laboratorio de guerra que allí está montado desde los tiempos que sucedieron a la revolución emancipadora. Los trabajadores colombianos lo han perdido casi todo en esa experimentación, de donde no salen de una guerra civil sino para entrar en otra. La clase proletaria colombiana, explotada por la formación económico social capitalista se debate en medio de la confusión, y es presa fácil de los experimentos de ese laboratorio de guerra y del negocio de las drogas, con su sicariato, el paramilitarismo y sus falsos positivos, ––como parte de esa misma guerra––; y por tanto, los trabajadores de Colombia son los principales aliados del imperialismo que acaba de liquidar la República con la ocupación de su soldadesca, y con el enclavado de sus bases militares. Por ello es que la principal estrategia imperialista en Colombia, es precisamente impedir la Paz. La paz, permitiría entre otras cosas, a los trabajadores y al pueblo, pensar en sentido general, y más allá, pensar en una revolución verdadera que los lleve a avanzar en la culminación de la liberación nacional.
Ante esa circunstancia, nada más acertado que la política del gobierno revolucionario de Venezuela y de la UNASUR, al proponer un plan de Paz para Colombia, que debe ser extendido a un plan de Paz para el Mundo.
Hoy, la guerra como principio de la aplicación de la política de dominación imperialista, entra en una fase endémica. Las fuerzas imperialistas globalizadas en su prepotencia poseen el arsenal nuclear, ––y ahora, de alteración climática–– para destruir cualquier país o región entera del planeta. Ya no es una guerra para impedir el nacimiento o para ahogar una revolución en marcha, es una guerra de exterminio global ––por la onda expansiva nuclear o la catástrofe de la desarticulación del orden climático del orbe–– que implica necesariamente la destrucción del propio agresor.
Esa autodestrucción del agresor es el principal escudo para que no comience la guerra nuclear o la guerra climática de exterminio global. Sin embargo, estamos a punto de que esa guerra comience por que las fuerzas imperialistas no están dispuestas a dejarse vencer por un mundo unificado alrededor de un gran movimiento por la Paz mundial.
El imperialismo, encontró la manera de mantener a los trabajadores del mundo ocupados en guerras inútiles, en las cuales venden sus armas, recoge las riquezas que dejan los muertos e impide que se hagan las revoluciones que puedan liquidar a su capitalismo.
Aunque parezca paradójico, la paz es hoy, el más importante de los principios revolucionarios; y por tanto, la principal tarea de la población mundial, es lograr que esta triunfe en todo el Planeta.
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