Parece que en el Psuv, sabemos de los pecados. De fallas y desaciertos, pero no quiénes son “pecadores” y mucho menos los responsables de aquellos. Lo que permite que bagres y guabinas se mezclen en demasía y quienes portan cayados continúen haciéndolo como si nada.
Compartimos la idea que Chávez está fuera de toda discusión. Es demasiada su responsabilidad y desbordante su aporte al proceso revolucionario desde mucho antes que dijese “por ahora”. La dirección colectiva peca si no acierta, no advierte a tiempo, calla por demasiado discreta y exacerbado instinto de conservación.
Al fin, después de tanto escribir, discutir, denunciar, marginar a aquellos que critican y denuncian, sobre todo desde los tiempos cuando a “unos habladores de paja” se les antojó la muy mala idea de hablar de cambios en el CIM, lo que les ocasionó que bajasen o les bajasen el perfil, llegamos a la conclusión que el partido debe asumir su función dirigente y el gobierno, en todos sus niveles, por aquello del “burocratismo”, debe eximirse de la práctica de secuestrar a aquél.
La dirección nacional, por intermedio de algunos de sus dirigentes, anunció que acabaría con aquella mala maña. No habrá más ministros en vicepresidencias; tampoco gobernadores y alcaldes en función de conductores del partido. Estos dos últimos funcionarios, como lo señala el artículo 23 de los Estatutos, podrán formar parte de las direcciones respectivas pero “en plano de igualdad”.
Hasta el presidente Chávez le dedicó tiempo a condenar eso que tanto se había hecho y lo calificó como un exceso de burocratismo. No hubo quien le advirtiese antes de aquel imprudente proceder.
Alguien, ahora no sé con precisión quién, llegó a decir que hasta los diputados quedarían excluidos de aquel derecho, lo que no sólo lució como un exceso, sino que contradijo lo que se hace. Porque hay ahora diputados como vicepresidentes del partido y conste que eso uno no lo censura.
Se trata de colocar las cosas en su exacta dimensión. No es fundamentalmente por aquello de falta de tiempo, lo que en cierto modo es verdadero, que los funcionarios ejecutivos nombrados no deberían estar en los organismos de dirección del partido, sino por razones más poderosas y sustanciales.
El partido está destinado a ser el vínculo entre el movimiento popular, las bases del pueblo y el gobierno. Los gobernantes tienen la significativa tarea de manejar al Estado y desarrollar las políticas que en los distintos niveles del gobierno mismo y aquellos, se diseñen y demanden. Son agentes del pueblo y el partido. Este es una instancia de dirigencia y control en representación popular, aparte de la que ésta debe ejercer por otros mecanismos.
Siendo así, el partido no puede quedar atado al criterio, opinión y dirección de quien debe controlar, es su agente y hasta sujeto a ser alentado para que no se detenga ni vacile. Es este dirigente, vigilante, orientador y contralor; el Estado, apoderado del partido, no tiene cualidad para controlar y exigir; en esas circunstancias, aquél menos.
A la burocracia estatal, generalmente necesitada del impulso y hasta reclamo del movimiento popular, sobre todo en una sociedad capitalista en transición, con tantos baches, contradicciones, distractivos y engranajes perniciosos, para que no detenga y ni siquiera atrase su movimiento, no debe permitírsele, bajo ninguna circunstancia, que imponga el ritmo en los motores y los señalamientos de la brújula. Las experiencias recientes así lo han determinado y casi todo el mundo teóricamente reconoce, pero cuesta practicarlo. Tanto, que los funcionarios estatales, en distintas experiencias, han hecho todo lo posible por hacerse del partido e invertir el orden. Esa es una expresión sutil de la lucha de clases.
Ahora mismo, pese lo dicho y lanzado como norma de peso, y advertidos que ella sólo excluye al presidente Chávez, por su indiscutible liderazgo, miembros del ejecutivo en todos los niveles se comportan como si nada les hubiesen advertido.
Pero, ahora uno se asombra, al escuchar a quienes deberían estarse autocriticando, por haber censurado a aquellos “habladores de paja”, lo que sería un acto muy loable y respetuoso, demostrativo que se marcha al ritmo de los acontecimientos, con sentidos y corazón abierto, criticar a “quienes se les ocurrieron aquellas prácticas deleznables”, que hicieron que muchos compatriotas o camaradas se marginaran.
Ante tal desparpajo, para salvar la honra y proteger a los “elegidos”, provoca sacrificarse – lo que es nada porque somos de los “habladores de paja”- y pedir “échame a mi la culpa de lo que pase, cúbrete tú la espalda”.