Intelectuales bolivarianos en el reto del presente

Tengo por norma respetar la pluralidad de pensamiento, sobre todo si ésta viene avalado por una ética personal y una obra intelectual, sea del signo que sea. Cazar polémicas en los diarios para granjearse publicidad no es ciertamente un método muy elegante de promover el pensamiento crítico, pero cuando leo a periodistas dominicales como Tulio Hernández (“El fracaso intelectual bolivariano”, “El Nacional”, 23-10-2011) tornados en críticos implacables dispuestos a hacer un rasero de los intelectuales venezolanos en la actualidad, que él divide en bolivarianos serviles a Chávez e intelectuales libres servidores de la inteligencia pura, no puedo quedar indiferente. A éstos últimos él los llama destinados a transitar “el camino de los matices y la complejidad” y por otro lado los intelectuales identificados con el totalitarismo, los intelectuales de pacotilla que adornan eventos o firman comunicados, y los otros, los libres que hilvanan sus discurso a los cuatro vientos desde su autenticidad personal, desde una democracia y un pensamiento que no se pliegan a ningún modelo, mucho menos si éste es socialista, comunitario o revolucionario. Se trata en este caso de un pensamiento puro, de una sociología neutra que se mira a si misma, de un pensamiento narcisista basado en el prestigio personal y universal del individuo, del culto al autor importante. Pues bien, Tulio Hernández nos ha simplificado el asunto hasta puntos asombrosos: los intelectuales socialistas o revolucionarios nos contentamos con el Libro Rojo de Mao, el Libro verde de Gadafi, el Manifiesto Comunista de Marx y Engels y las Líneas de Chávez; apenas tendremos neuronas para acercarnos a El Capital de Marx, y en la actualidad a autores menores como Noam Chomsky, Ignacio Ramonet, Vattimo, Negri o Edgar Morin a lo sumo, o si somos más exigentes dirigiríamos la mirada a los grandes centros del saber como Paris, Roma o Boston. Nos enrostra Hernández a Ludovico Silva, “el refinado ensayista” (expresión que ruborizaría o arrecharía a Ludovico) citando una frase descontextualizada de Marx que compara a los loros con los marxistas dogmáticos. Pobre Ludovico.

Hemos llegado al meollo del asunto. Aquí ni siquiera somos capaces de urdir una teoría revolucionaria que fundamente una praxis revolucionaria, excepto la que ha pergeñado su “estimado profesor” Rigoberto Lanz, el acabóse de los teóricos del marxismo en Venezuela desde las páginas de “El Nacional”. Para Hernández, la cuestión es muy sencilla: el solo hecho de apoyar el proyecto socialista de Chávez nos convierte en intelectuales adulantes o en “jarrones chinos” (después de todo, ser un bello jarrón chino no sería tan malo) y el no hacerlo nos hace intelectuales lúcidos, librepensadores brillantes con derecho a reclamar para nosotros una verdad universal. Para remate, Hernández ridiculiza al presidente Chávez llamándolo “Madame Bovary”. Recuerde Hernández que cuando Flaubert fue acusado de inmoral por la publicación de su Madame Bovary se defendió diciendo: “Yo soy Madame Bovary”. Por lo cual no creo que Chávez se inmute con esta comparación.

Otra cosa que llama la atención es el uso peyorativo del adjetivo “bolivariano”. Es curioso lo que ocurre con estos términos cuando se los usa para denigrarlos, así como se ha denigrado de la palabra “patria”. Términos usados en la democracia tradicional para ridiculizar los sentimientos de nacionalismo; ahora utilizados para reivindicar el amor al país y al Libertador, los neoliberales los usan para indicar cosas anticuadas, ridículas o vacías. Por fortuna, el pueblo venezolano sí sabe lo que siente cuando evoca a la patria o al Libertador. Los intelectuales no sólo tenemos un compromiso de escribir buenos libros, sino de propiciar la superación intelectual del pueblo venezolano a través de las luchas sociales.

Con este tipo de maniqueísmos es fácil explicar el estado de las cosas. Sobre todo cuando verificamos en la misma edición de “El Nacional” (Domingo 23 de octubre de 2011) cómo Hernández funge desde Barcelona de testigo de excepción del movimiento social de los Indignados surgido en Europa, y en una entrevista declara que “los Indignados tienen que ver con todo menos con Chávez”, rematando con un alarde de agudeza: “A este movimiento le importa poco el chavismo y el resto de América Latina. Hay ciertas referencias al chavismo aquí en Barcelona, pero después me enteré de que eran grupos financiados por el Consulado de Venezuela en Barcelona”- Como podemos apreciar, Tulio Hernández está comisionado ahora para sopesar el chavismo en España y Europa, convertido en una suerte de termómetro de lo que ocurre con el movimiento de los Indignados allá. Veamos a través de sus “ojos venezolanos” de que se trataría éste: “Un movimiento horizontal que no tolera líderes; no es un proyecto ni una revolución; es un movimiento pacífico; no promueve odios a algún sector de la sociedad y valora la democracia.” La verdad es que, con estas características, yo no veo ninguna razón para que estén indignados.

Estas son las lúcidas conclusiones a que ha llegado Tulio Hernández de su observación de los Indignados en Barcelona. Con este tipo de pensamiento “complejo” no hace falta mucho esfuerzo intelectual. Tampoco hacen falta intelectuales como Britto García, Vladimir Acosta, Mario Sanoja, Nelson Guzmán, Rigoberto Lanz, Javier Bardieu, Gustavo Pereira, Earle Herrera, Juan Calzadilla o Briceño Guerrero para que reflexionen sobre ello, pues el tema parece estar muy claro desde el principio, lo cual explica, de paso, como anota Hernández, que “Cuba no tenga en todo este largo medio siglo un solo pensador social cuya obra pueda ser citada como referencia teórica.”

En materia intelectual, desde este punto de vista, si seguimos por el camino que vamos, quizá conquistemos la superficialidad de escritores cubanos de la Revolución como Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Roberto Fernández Retamar, Samuel Feijóo, Raúl Valdés Vivó o Abel Prieto; esto sin contar con el respaldo directo al proceso venezolano de intelectuales como Eduardo Galeano, Santiago Alba Rico, Bolívar Echeverría, Jorge Enrique Adoum, José Saramago, Mario Benedetti, Noam Chomsky, Ignacio Ramonet, Hugo Calello, Teotonio Dos Santos, Eva Golinger, Marcio Veloz Maggiolo, Atilio Borón, Héctor Díaz Polanco, Fernando Buen Abad, Pascual Serrano, a menos que éstos no sean considerados intelectuales, sino fanáticos políticos que le han hecho algunos cumplidos al chavismo.

Yo no me atrevería a afirmar que la derecha venezolana, o mejor dicho, (ya que a Hernández le disgustan los maniqueísmos del tipo izquierda-derecha), que el pensamiento venezolano del neoliberalismo no cuente con intelectuales. Por lo contrario, los tiene de sobra, o quizás le sobran. Uno de los que ha publicado más libros, Teodoro Petkoff, --quien funge además de columnista, periodista y conductor de programas televisivos— es una muestra elocuente de la senilidad a que ha llegado la intelectualidad venezolana que se autocalifica de “libre y democrática”, es decir, de aquella que florece todos los días en columnas periodísticas y no tiene compromisos con nadie, excepto con los dueños de los medios.


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Gabriel Jiménez Emán

Poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista

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