El pensamiento libertario es el surgimiento de dos ideas sobre autoridad que se formaron en razón a la sensibilidad del hombre: una, el deseo de ocupar la autoridad; otra, la toma de una resistencia, consciente, de esa autoridad ejercida por los demás.
La conciencia histórica, que parte de la incógnita “hacia donde vamos y de dónde venimos”, demuestra que el hombre ha desarrollado una interpretación de sí equivocada (interpretación que aún mantiene). No es admisible dentro de los parámetros de esa civilización fundada para el ejercicio de brindar servicio y seguridad, la prevalecencia de una clase predominante que busca, dentro del límite de sus intereses, perpetuarse y extenderse. Esa realidad fue divisada por hombres como Zenón, San Agustín, Proudhon, Bakunin, Kropotkin, entre otros; enlazando ideas criticaron un sistema preferencista, donde lo natural y valedero, dentro de ese ser de esencia, se había distorsionado y descarrilado. La sociedad comunitaria de principio de civilización, dependía ahora de un amo, de un poseedor de reglas, de un violador de valores y enaltecedor de una estatua común: “él mismo”. Y así fue acostumbrándose a esa realidad que hacia imposible revivir los patrones de libertad ganados innatamente por el solo hecho de “ser”.
Con la ayuda de pensadores sociales involucrados con la idea de enaltecer lo humano sobre todas las cosas, el anarquismo fue tomando y reciclando ideas que a la postre conformarían proyectos de vida. Estos proyectos buscan en todos sus formatos una esperanza de reconstrucción de todo el sistema minado de inoperancia. Y esa inoperancia los anarquistas la han definido como ESTADO. Pero para que la reconstrucción sea todo un triunfo es necesario borrar esa inoperancia, desterrarla de todo los sistemas, no dejarla germinar más. Esta idea universalista es muy parecida a la de Trotsky con respecto al socialismo. Para éste era necesario extender las ideas socialistas y hacer al mundo participe de aquella revolución de 1917, que culminaría deponiendo el reinado zarista y surgiría imponiendo un régimen comunista de dirección política. La idea de expandir aquellas premisas de cambio y revolución, era para evitar un fracaso. Aunque la revolución triunfó, el no convencimiento internacional de sus ideas humanas y solidarias, trajo consigo la implantación de un régimen del funcionariado, y la claudicación de los poderes al no poder mantener la cohesión política dentro del Régimen (claudicación que se dio en la década de los ochenta). Ahora bien, en el caso del anarquismo, esta idea de universalizar la doctrina o base de conducta política de un sector de la Europa de finales del siglo XIX, se plasmó e identificó con la propuesta de “Muerte al Estado”.
La propiedad, el sistema y sus tentáculos burocráticos, la esclavitud, el poder despótico, entre otras, es el producto y razón de ser de un Estado manipulador, engendro del mal y del vacío. Ese “Leviatán”, ese lucifer, ese sinónimo de maldición identifica una lucha, identifica un concepto: anarquismo, pensamiento ácrata, ideal libertario. Ahora bien, desde la apreciación de un concepto que encierra instrumentos para la derrota de ese mal, mal que por ende pone obstáculos que impiden la concreación de un ideal: reconstruir el universo social debilitado por el surgimiento de la clase estatal, por el surgimiento de una autoridad que limita el sentir más autóctono del hombre: la libertad.
Un francés, de gran brillo intelectual, Agustín Hamon, interpretando el sentir de libertad humano expresaba: “Si por libertad del ser se entiende su independencia de todo fenómeno que preceda a su existencia y su independencia de todo el medio en que vive, esta libertad no existe”.
*.- azocarramon1968@gmail.com