Sin embargo, he escuchado algunas opiniones que sostienen que el camarada Chávez quiere eliminar los salarios. ¡Santo Dios! No hay que ser ni partidario ni opositor del gobierno de Chávez, para darse cuenta que decir “Chávez lo que quiere es eliminar el salario” es un chiste de esos que se echan en un velorio buscando sacar risa donde la seriedad y el dolor de los familiares del difunto son impenetrables o inexpugnables en ese triste momento. Y esto que escribo no es, de ninguna manera, un alegato para desmentir la acusación contra el presidente Chávez, sino, porque es necesario estudiar ese fetiche capitalista que se llama “dinero”, sin el cual no tendría ni un solo segundo de vida el capitalismo pero tampoco –sin él cual- jamás podría construirse el socialismo.
Empero, en honor a la verdad, el hecho de que el gobierno haya recomendado, en algún momento, que se realicen trueques entre personas o algunas instituciones productivas, eso no es un argumento suficiente como para creer que el presidente Chávez esté intentando eliminar el salario. El trueque, es necesario aclarar, no ha nacido en la sociedad venezolana por sugerencia del gobierno que preside Chávez. Es inmemorial su aplicación entre personas, entre comunidades y, especialmente, en zonas fronterizas o en las regiones de campos, mientras que el salario, cancelado con mercancías, sigue siendo, en muchos lugares, un rezago de feudalismo o hacendismo. Lo que sucede es que en el capitalismo ni el trueque ni el salario a destajo desaparecerán pero siguen siendo insignificantes ante la circulación de mercancías y, fundamentalmente, monetaria.
Lo primero que debe decirse es que no pocas veces se realiza un análisis correcto de un fenómeno dado y se saca una conclusión incorrecta como no pocas veces se hace un análisis incorrecto de una realidad y se llega a una conclusión correcta. Sin embargo, quien haga un estudio acertado de las múltiples, diferentes unas y semejantes otras, de las realidades profundas del capitalismo, de los cauces inevitables en la historia, de la evolución del mundo y de sus saltos cualitativos, de sus extremas contradicciones antagónicas, de los cambios irrefutables que son alimentados – principalmente- por los factores económicos, tiene o debe de llegar a la siguiente conclusión: el modo de producción comunista, que de manera inevitable sustituirá al capitalismo un poco más tarde o un poco más temprano, eliminará –sin duda alguna entre tantas cosas- el dinero. Y con éste, entre otras cosas y valga la redundancia, el salario. Si no fuese así, nada justificaría el establecimiento del principio fundamental del comunismo, expuesto por Marx, de que cada quien trabajará según sus capacidades y cada quien obtendrá bienes según sus necesidades. Y en este principio se podría decir, pero a lo mejor no es el término más apropiado, se rige por el trueque solidario o humanista en base a las necesidades y no al trabajo.
La historia no marcha ni se desarrolla por efecto de lo que quieran las personas sino por realidades objetivas que resultan supremas en la determinación de su destino. Y es allí, lo dijo Marx y lo reconoció Engels, donde los factores económicos, aunque sea en última instancia, son los determinantes. Sin embargo, ni Marx ni Engels ni ningún marxista o comunista, puede negar la influencia de los elementos superestructurales (ideologías, política, religión, derecho, moral, filosofía, partidos políticos, gremios clasistas….) en los cursos históricos. Sería, por ejemplo, injusto o incorrecto negar la influencia de Lenin para que la insurrección se produjera entre la noche del 24 de octubre y la madrugada del 25 del mismo mes. Sin embargo, jamás la insurrección se hubiese dado, aunque la influencia de Lenin hubiera sido determinante, si las condiciones objetivas (fundamentalmente grave crisis , imposibilidad de seguir gobernando el régimen burgués y la vocación del proletariado de que no quería que lo siguieran gobernándolos burgueses) no se hubiesen presentado para tal fin. Los anarquistas y los blanquistas, otro ejemplo, en la Francia de 1871 influyeron notablemente para que se produjera la Comuna de París el 18 de marzo, aunque Marx le advertía al proletariado que aún no estaban garantizadas las esenciales condiciones objetivas. Menos de noventa días duró el proletariado victorioso sin que en ninguno de ellos tuviera en sus manos realmente el poder político. La religión cristiana, por ejemplo, influyó mucho en las luchas contra el Imperio Romano como el islamismo en la caída del Sha de Irán. Pero nunca la religión es el factor determinante para que se derrumbe un régimen económico-social. Muchas rebeliones, guerras, insurrecciones, es verdad, han fracasado más que por falta de condiciones objetivas por las subjetivas. La guerra civil española es una prueba demasiado fehaciente de esa verdad. Y, luego, hubo que soportar todos los infortunios y todas las criminalidades del régimen falangista encabezado por el generalísimo Francisco Franco. Pero la historia, a través de la experiencia, enseña mucho: las condiciones objetivas gozan de la potestad divina de fomentar mucho más la creación de las subjetivas y no lo contrario. Cierto es, también, que en determinadas condiciones históricas la dirección o el estado mayor de un determinado movimiento, por sus conocimientos y audacia, termina siendo un factor decisivo en luchas políticas.
No pocas veces una persona termina creyendo que de tanto repetir sus opiniones fastidia a la gente, pero, igualmente, lo reconforta saber que la ley de la repetición, cuando no fastidia o de tanto fastidiar, enseña o educa a otras personas o aprende si alguien le demuestra lo contrario a las ideas que profesa y repite.
Si algún Estado o gobierno pretendiese, en el contexto y bajo las normas del trabajo y el mercado capitalistas, eliminar el salario caería derrocado bajo el impulso de las rebeliones de todas las clases y sectores sociales unidos por los fetiches del dinero y la mercancía. El afán de incrementar la riqueza individual o familiar de unos pocos se abrazaría a las necesidades de la pobreza de muchos no para romper las cadenas del capitalismo sino para derrumbar el muro que pretenda volver polvo esos eslabones sin los cuales, repetimos, ni puede existir el capitalismo ni se puede construir el socialismo.
La inflación es una sífilis para cualquier régimen de economía planificada que no estabilice su sistema monetario y no ejerza control sobre los precios de las mercancías, fundamentalmente, de primera necesidad. Y si la sífilis no se cura, envenena o descompone la sangre y allí la muerte encuentra todas las condiciones necesarias para llevarse el cuerpo que la padezca. No existe una experiencia más rica en la materia que aquella enseñada por la extinta Unión Soviética. Pero creer que el camarada Chávez quiere eliminar el salario y, especialmente, el de los trabajadores es inventar un nuevo fetiche capitalista para buscar razones o motivos de oscurecer la conciencia y no facilitarle la posibilidad de su liberación espiritual. Hay que leer y estudiar la Ley con la cabeza fría y el corazón ardiente para tratar de dar una opinión objetiva.