La vitrina tricolor deslumbró de nuevo al mundo y le arrancó expresiones de admiración. La jornada electoral-presidencial de este siete de octubre de 2012 se desarrolló según lo planificado bajo los parámetros que permite el sistema de elección adoptado hace décadas en nuestro país.
Lo más importante, a juicio nuestro, fue la lección cívico-militar (recordemos que la Revolución otorgó al mundo castrense, derecho al sufragio) dada por nuestro pueblo. En dos platos: queremos paz. Los cambios, reiteramos este domingo, deben darse en sana paz.
El período 2013-2019 consolidará más este necesario ambiente a escala nacional. Si la cordura es asumida como propia por factores que generalmente esconden la carta de la desestabilización, pues, mejor será para todas y todos. De no ser así, la historia cavará para ellos los tres metros del inevitable olvido.
Venezuela requiere conquistar un verdadero clima de sosiego político. El lapso 2006-2012 fue tan solo un abreboca que en ese sentido supo ser aprovechado por el rector mayor de este proceso de cambios: Hugo Chávez Frías. Pero no basta.
Es conveniente no olvidar los sucesos del 11 de abril de 2002; tampoco los actos que criminalmente fueron ejecutados empleando el sabotaje petrolero a finales de ese año e inicio de 2003; a ambos les siguieron dos años de imperdonable turbulencia que frustradamente persiguieron desplazar a Chávez a través del referéndum, para luego –dentro de los dos siguientes años- arribar a la elección presidencial de 2006 bajo un enorme manto de incertidumbre que sólo acabó cuando Manuel Rosales tuvo el coraje de reconocer el triunfo revolucionario y por ende su derrota en las urnas.
Aunque el período 2006-2012 no ha sido una alfombra de rosas tendida por la “contra” (jamás desechó la ruta golpista), imprescindible era una nueva victoria popular. Más allá de la diferencia numérica que marcó el resultado final Gobierno y oposición deben evaluar, con creces, esta nueva oportunidad que nuestros compatriotas ofrecieron, a la venezolana, el 7-O.
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