Hacia un humanismo socialista

Muchas veces tratamos los asuntos filosóficos con un lenguaje retórico, que nos impide ver su verdadero trasfondo. Los asuntos filosóficos no son más que asuntos humanos, incluso aquellos que tienen que ver con Dios, la naturaleza, los animales o las cosas. Casi todo lo que pensamos está fundamentado en una necesidad humana, de la que la ética es a menudo parte. La rectitud, la convicción profunda del obrar recto, y la honestidad individual necesaria para hacer de ello una conducta, es una de las cuestiones más difíciles de cuantas podamos lograr en medio de las vicisitudes de la vida, de los apremios del existir en sociedad.

La sociedad está fundamentada en instituciones civiles, familiares, educativas, culturales o religiosas en el seno de las cuales hay normas, reglas o leyes que las rigen, a objeto de que funcionen igual para todos. Tales instituciones requieren, desde luego, de infraestructuras materiales y de recursos económicos para hacerse operativas. Una cosa es su operatividad y funcionamiento y otra sus objetivos sociales o filosóficos, que tienen que ver con la instrucción o la educación de sus integrantes. Cuando la operatividad o el mantenimiento físico privan sobre los fines educativos y culturales, se está quebrantando un código ético sin el cual esa institución no puede funcionar correctamente, o lo que es peor: se tergiversa todo su contenido programático.

Una de las formas más sencillas de violar el código ético de una institución es a través del rápido enriquecimiento material, del acceso abierto a sus fondos monetarios; la parte administrativa de ésta puede ser relativamente fácil de manipular; basta con que algunas personas se pongan de acuerdo para acceder a sus fondos falsificando algunas cifras o firmas en la rendición de los gastos, y ya es posible apoderarse de grandes o pequeñas sumas. La corrupción administrativa, el pago de jugosas comisiones entre las empresas que tienen los contratos de servicios, o los sobornos, son las formas más usuales de acceder al enriquecimiento ilícito en una situación de poder político.

No hay manera de construir una sociedad sino se tienen claras sus metas políticas, basadas éstas en ideales de justicia o igualdad; más si esas metas están fundadas en la idea de una verdadera democracia. La democracia, cuyo significado prístino es poder del pueblo, resultaba más viable en los países de occidente que la vieron nacer, como la antigua Grecia, donde un reducido número de habitantes hablaba de los asuntos públicos en el ágora, el mercado o el foro. Con el advenimiento de la sociedad industrial en los siglos XIX y XX, la democracia tomó giros característicos (influenciada por los imperios seculares de Europa) y se deformó mediante el método que conocemos como capitalismo, vale decir, mediante la utilización de recursos económicos disponibles concentrados en pequeños grupos, conformados por industriales, políticos y banqueros que hacen uso de ellos bajo los artilugios de los intereses creados, las complicidades automáticas, los acuerdos pre-electorales, etc., lo cual descarta de inmediato la posibilidad de ser utilizados en bien de un mayor número de personas. Los acuerdos tácitos entre castas de políticos, industriales y banqueros han terminado por componer el Capitalismo de Estado que propicia la corrupción y el desvío de recursos a pequeños grupos, a burguesías nacionales u oligarquías que son el cimiento histórico de la derecha. El esquema se repite en pequeñas, medianas y grandes corporaciones, empresas familiares, nacionales o trasnacionales que se articulan en torno a los paradigmas del monopolio, el latifundio, los grandes trusts u oligopolios.

Lo contrario de todo esto debería ser el socialismo. Éste lleva implícita una ética sin la cual es imposible ponerlo en práctica, una ética que está en sus cimientos y que implica necesariamente una renovación del concepto de humanismo. Sabemos que el humanismo clásico proviene de la idea del hombre letrado, del hombre cultivado en artes, ciencias y disciplinas filosóficas que le convierten en centro de conocimiento; mientras en el humanismo renacentista el hombre aspira a lo universal y lo trascendente. Al arribar a la modernidad nos encontramos con el humanismo existencialista y el humanismo socialista, el segundo presente en los escritos de Marx, Lenin o Trotsky; en el primero Sartre y Camus dan vida en sus obras a personajes portadores de una visión inédita del humanismo, y ese humanismo ha sido conducido por una actitud moral que intenta dibujar un hombre nuevo, un hombre con plena conciencia de su lugar en el mundo y en la sociedad.

En principio, el socialismo respeta la diversidad y la pluralidad; no puede imponer un modelo autoritario o personalista y el interés colectivo debe prevalecer sobre el individual; debe transferir poder a las comunidades, sobre todo si éstas se organizan para tomar sus propias decisiones y resolver sus problemas, impidiendo la concentración de poder en gobernaciones y alcaldías, las cuales pueden repetir los viejos modelos de poder autocrático en desmedro de las necesidades reales del colectivo.

No es nada sencillo obrar desde una ética pensando en un mundo socialista, pues debe haber en ésta honestidad, entereza y claridad de pensamiento sobre todo en lo que atañe a una organización política convincente y eficaz. Nuestros pueblos requieren de una construcción comunitaria, urgida de un liderazgo desde las mismas bases. Ella necesita no sólo de palabras y de eslóganes, sino de actitudes de desprendimiento, renuncia y lucha. Los mejores revolucionarios han sido aquellos capaces de renunciar a sus privilegios de clase para impulsar sus propuestas de cambio. En países jóvenes como los nuestros, caciques como Tamanaco, Guaicaipuro, Tiuna o Manaure; líderes como José Leonardo Chirinos, Bolívar, Sucre, San Martin, Artigas, Solano López y tantos otros entregaron sus vidas a esa lucha en el momento fundacional de las repúblicas; más adelante Fidel Castro, Camilo Cienfuegos, Ernesto Guevara, Gandhi, Luther King, Malcolm X, Allende, Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa han demostrado una firme voluntad para romper los moldes que nos ataban al modelo político clausurado de un capitalismo cuya debilidad más visible es la carencia de un norte ético, que es justamente el elemento que deseamos vindicar quienes pretendemos acercarnos al mundo social y político de nuestros países, desde una óptica –y de una posición—de humanismo socialista.

gjimenezeman@gmail.com


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Gabriel Jiménez Emán

Poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista

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