¡Todo lo intentaron!
Nada dejado al azar…
Atacadas sin piedad por innumerables frentes, sin existir ni un solo instante de cordura…
¡Que no dijeron en estos tres meses de torturas interminables!, en contra de nuestro pueblo libertario, de nuestro líder y su sufrida familia…
¿Cuántas veces lo mataron antes del desenlace fatal?
Lo mataron en Cuba, lo mataron en fuerte Tiuna, en el hospital militar y también en la Horchila…
Y ellas resistiendo, mientras la luz de su padre se extinguía lentamente...
Tortura infinita sin dar un instante de tregua…
Miserias humanas, que no lograron comprender el amor de un líder a su pueblo…
Y el inmenso dolor de sus titánicas hijas, resistiendo la jauría cobarde, que buscaba sin descanso, saciar su sed de odios…
¿Qué diferencia podemos encontrar entre estas dos heroicas mujeres al lado de su amado padre, (nuestro líder inmortal), y los momentos vividos por nuestra Manuelita Sáenz junto a Bolívar?
(…) Por ustedes valientes muchachas, María Gabriela y Rosa Virginia, lo vuelvo a recordar:
“Tuve que hacer de mujer, de secretaria, de escribiente, de soldado húzar, de espía, de inquisidora, como intransigente...
Como soldado húzar fui encargada de manejar y cuidar el archivo y demás documentos de la campaña del Sur. De sus cartas personales y de nuestras cartas apasionadas y bellas.
Mí sin par amigo dejó en mí una responsabilidad inmensa que yo, agradecida, cumplí a cabalidad y con mi vida misma.
Como oficial del ejército colombiano también me distinguí. Era preciso.
Y si no, entonces, ¿Qué tendría ese ejército?
Un guiñapo de hombres, malolientes, vencidos por la fatiga, el sudor del tabardillo con su fiebre infernal, los pies destrozados. Ya sin ganas de victoria. Yo le di a ese ejército lo que necesitó: ¡Valor a toda prueba! Y Simón igual. El hacía más para superarme.
Yo no parecía una mujer.
Era una loca por la libertad, que era su doctrina.
Iba armada hasta los dientes, entre choques de bayonetas, salpicaduras de sangre, gritos feroces de arremetidos, gritos con denuestos de los heridos y moribundos; silbidos de balas. Estruendos de cañones. Me maldecían pero me cuidaban, solo al verme entre el fragor de una batalla les enervaba la sangre. Y triunfamos.
“Mi capitana – me dijo un indio-, por usted se salvó la patria”.
Lo miré y vi un hombre con la camisa desecha, ensangrentada.
Lo que debieron ser sus pantalones le llegaban hasta las rodillas sucias.
Sus pies tenían el grueso callo de esos hombres que ni siquiera pudieron usar alpargatas.
Pero era un hombre feliz, porque era libre. Ya no sería un esclavo”. Manuela Sáenz.
Feliz día internacional de la mujer, compañeras heroicas, María Gabriela y Rosa Virginia…
josevarela753@hotmail.com