I
Es muy poco el tiempo transcurrido desde la muerte de Hugo Chávez como para saber qué puede ir sucediendo ahora con la Revolución Bolivariana. Las nuevas elecciones ya están a la vuelta de la esquina, el 14 de abril. Hacer hipótesis sobre qué pueda suceder allí no es el objetivo principal de este escrito. En todo caso, lo que nos interesa fundamentalmente es ver qué pasa a mediano plazo, qué escenarios pueden irse dibujando para más allá de esa fecha puntual. En otros términos, independientemente de los resultados de la próxima justa electoral, la cuestión básica estriba en ver para dónde se dirigirá todo el proceso en curso: ¿sigue la revolución? ¿En qué términos sigue? ¿Se viene abajo? ¿Todo depende sólo de una elección?
Si se dijera tajantemente que, de no ganar el movimiento bolivariano con Nicolás Maduro como candidato este 14 de abril, la revolución termina, eso ya indicaría un terrible peligro: no sólo por la presunta derrota en las urnas y lo que ello traería aparejado, sino porque se estaría reduciendo la revolución a un mero proceso electoral. Y, por supuesto, es de esperarse que la revolución sea infinitamente más que eso.
En relación a estas próximas elecciones, todo indica que el movimiento bolivariano seguramente volverá a ganar. La presencia de Chávez aún es enorme en el panorama venezolano, para bien de unos y para mal de otros. Su figura, sin dudas, ya pasó al lugar de mito legendario. Como todo mito, por tanto, es intocable. Quizá eso debiera considerarse desde la perspectiva del socialismo, para revisar la construcción de lo que efectivamente está teniendo lugar en Venezuela. “Si continuamos personalizando el proceso revolucionario bolivariano nada más que en la singularidad extraordinaria de Hugo Chávez, no estaremos contribuyendo a que éste se mantenga en el tiempo y en el espacio, puesto que la prédica constante de nuestro Comandante estuvo siempre relacionada con la construcción y fortalecimiento del Poder Popular como único medio para hacer la revolución bolivariana socialista en Venezuela”, afirmó correctamente Homar Garcés.
Es decir, el culto a la personalidad –cosa que se criticó profundamente en relación a muchas de las pasadas experiencias socialistas del siglo XX– no pareciera dar muestras de terminar. Por el contrario, casi se evidencia como garantía de la sobrevivencia de la revolución. Incluso, más allá que no se lo haya implementado finalmente, hasta se llegó a pensar en su embalsamamiento.
Como mito que ya es, igual que cualquier nueva “deidad” de las que se fueron construyendo durante el siglo XX (Mahatma Ghandi, Juan Domingo Perón, el Che Guevara, John Lennon, Diego Maradona), la figura de Chávez definitivamente ayudará a ganar procesos electorales a quien se presente en su nombre. “Aquí vengo a cumplir su orden (...) No soy Chávez, pero soy su hijo y todos juntos el pueblo somos Chávez”, dijo Nicolás Maduro al momento de firmar su inscripción como candidato presidencial del PSUV, llamando a votar por él como lo hizo el propio Hugo Chávez el 8 de diciembre pasado en Caracas antes de partir a Cuba para un nuevo tratamiento de su dolencia, nombrándolo de esa manera su virtual “heredero”. ¿Puede el socialismo permitirse “herederos”? ¿No era eso patrimonio de las monarquías?
“Desgraciado de nosotros si no cumplimos con los postulados del mejor hombre que hemos tenido…, Hugo Rafael Chávez Frías”, afirmó categórico el jefe de Estado Mayor Presidencial, mayor general Jacinto Pérez Arcay, quien fuera maestro del ahora desaparecido presidente Chávez en la Academia Militar, y uno de sus personajes más cercanos.
Alguien escribió por allí: “Para quienes vamos a votar por Maduro: El 14 de abril es un día simbólico, cae domingo, igual que el 14 de abril de 2002. En la madrugada de ese día, Chávez volvía a Miraflores, luego del Golpe de Estado del 11 de abril. Acuérdense que nos dijo: "Váyanse a sus casas a dormir, yo he vuelto". Con el triunfo de Maduro, ese 14 de abril, Chávez volvería a este mundo para continuar su revolución”. No cabe ninguna duda que la apelación a la presencia espiritual del comandante abarca buena parte –por no decir casi toda– de la escena electoral venezolana. Competir contra eso, al menos ahora a un mes de su desaparición física, es virtualmente imposible. Ello puede ser una cierta cuota de seguridad para el proceso bolivariano, porque es muy probable que el candidato dejado por el comandante no tenga mayores problemas en imponerse. Incluso no sería nada improbable que gane con una diferencia grande, mayor incluso a la que en vida sacara Chávez. La lealtad al líder (“Chávez, te lo juro, mi voto es por Maduro”, “Con Chávez y Maduro el pueblo está seguro” son las consignas) en principio augura un triunfo cómodo. En estos momentos la diferencia porcentual con el candidato opositor, Henrique Capriles, es de 14 puntos.
El respeto casi reverencial y, a su modo, el amor que la figura del ilustre desaparecido evocan, tienen un valor incalculable, realmente difícil de valorar en perspectiva aún. “Elijan a Nicolás Maduro como Presidente de la República. Yo se los pido de corazón”, dijo Chávez ya moribundo. Esa invocación tiene una valía casi mágica. Si ha habido disputas en lo interno del PSUV para decidir los pasos a seguir ya sin la presencia del comandante, es evidente que se consensuó y se llegó a acuerdos que permitieron cumplir con lo dicho por el líder. De momento, al menos para estas elecciones, la figura de Chávez sigue siendo la de gran aglutinador. Por ahora, su imagen sigue siendo el principal sostén de la revolución. En otros términos: funciona como ídolo cohesionador. Sólo para mostrarlo con un ejemplo desde la Psicología Social: en Argentina, luego de dos presidencias igualmente populares como la de Chávez, el general Juan Domingo Perón fue quitado de escena con un sangriento golpe de Estado. Luego de eso, por años fue factor clave de la política argentina, aún en el exilio. Cuando décadas después estaba por regresar a su país al levantársele su proscripción, quien funcionaba como su “delegado” o “representante” político –de hecho: candidato a las elecciones presidenciales que posteriormente ganaría– era llamado “el tío”. Expresión popular, espontánea, de lo más auténtica, que sin mayores tapujos dejaba ver la dinámica en juego: si Héctor Cámpora era el “tío”, los “sobrinos”, ¿qué padre tenían? Algo similar sucede en Venezuela.
II
No se puede explicar la marcha de los movimientos políticos por puras razones subjetivas, psicológicas. Desde luego que no; pero tampoco puede decirse que ellas no existan. ¿Por qué el culto a la personalidad que vemos repetirse tan a menudo, y curiosamente, en las experiencias socialistas que, se suponen, deberían superar esas “lacras”? –Venezuela no es la excepción– ¿Será que la magnitud del cambio en juego es tan fenomenalmente grande que para ello se hace necesaria la presencia de estos “grandes hombres”, los “mejores”, según decía el maestro de Chávez, para poder movilizar esas transformaciones? ¿Pero no era el socialismo una búsqueda de construir una sociedad de iguales, de conferir poder al pueblo, a la gran masa siempre postergada? Evidentemente, los “tíos”, pero más aún: los “¿padres?”, no dejan de ser necesarios para motorizar a las grandes mayorías. Al menos aún hoy. Si en un futuro eso será innecesario, lejos estamos ahora de poder decirlo.
Definitivamente Hugo Chávez no “está de moda”: ¡es ya una huella indeleble en la humanidad! Es natural que en nuestra cultura latinoamericana nadie hable mal del muerto (“era tan bueno el pobrecito”); de todos modos, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, tenía razón cuando anticipó que solo la historia podrá decir cuán indeleble o cuán superficial es la huella de Chávez (y no la historia de un par de semanas). Pero no cabe la menor duda que Venezuela, y en buena medida Latinoamérica, o incluso el movimiento popular del mundo, tiene una historia antes de Chávez, y tendrá una historia después de su desaparición. Hubo ya quien lo erigió casi como santo: “San Hugo de América, Patrono de nuestra Patria Grande, latinoamericana-caribeña”, se permitió nombrarlo un grupo de importantes intelectuales y activistas políticos de Nicaragua.
La pregunta fundamental en juego es, sin la presencia física de Chávez: ¿cómo seguirá esta historia? Las mejoras conseguidas ¿se mantendrán?, ¿se profundizarán? ¿O la reacción de derecha hará lo imposible por eliminarlas?
Que con los casi 15 años de su presidencia Venezuela cambió, y mucho, está absolutamente fuera de discusión. De hecho el representante del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo –PNUD–, Niky Fabiancic, informó recientemente que la república caribeña se encuentra hoy ubicada entre los primeros países del mundo con mayor índice de desarrollo humano, incluso superando a Brasil, Colombia y Ecuador en la región latinoamericana. Desde fines de 2003 hasta mediados de 2008, Venezuela logró 23 períodos trimestrales de crecimiento consecutivo. El record se rompió por el impacto de la crisis mundial, pero la economía retomó la senda a partir del segundo trimestre de 2010. En 2011 ya obtuvo un crecimiento de 4,2 % y en 2012 de 5,5 %. Contrariamente a lo que pasa en otros país del área, guiados por las recetas neoliberales, el desempleo bajó a menos de la mitad (del 15 al 7 %) en una década y media, y la pobreza extrema a casi una cuarta parte (del 26 al 7 %). La informalidad laboral descendió del 54 al 43 % (con leyes de protección laboral para los trabajadores formales que antes no existían), y la tasa de desempleo pasó de un 15,2 % en 1998 a un 6,4 % en 2012, con la creación de más de 4 millones de empleos. El salario mínimo fue teniendo sucesivos aumentos, para ser en este momento uno de los más elevados de toda Latinoamérica. En este período el PIB por habitante pasó de 4.100 dólares en 1999 a 10.810 dólares en 2011. Las mejoras en las condiciones de vida de la población son indiscutibles; durante todo el período presidencial de Chávez los gastos sociales aumentaron en un 60,6 %.
Es por todo esto, y por muchas más mejoras en los niveles de vida de la gran masa de venezolanos, que Chávez ganó 15 de las 16 elecciones en que se presentó en estos años, y siempre inobjetablemente, con diferencias por arriba del 10 % en relación a sus contrincantes. Sólo para enumerar algunos de los numerosos logros de su gestión, podría mencionarse que aproximadamente un millón y medio de personas aprendieron a leer y escribir gracias a la campaña de alfabetización denominada Misión Robinson I; la tasa de escolarización en la enseñanza secundaria pasó de un 53,6 % en 2000 a un 73,3 % en 2011; las Misiones Ribas y Sucre permitieron a decenas de miles de jóvenes adultos emprender estudios universitarios, pasando el número de estudiantes de 895.000 en 2000 a 2,3 millones en 2011, con la creación de nuevas universidades. Igualmente la tasa de mortalidad infantil pasó de un 19,1 por mil en 1999 a un 10 por mil en 2012, o sea una reducción de un 49 %. Un logro particularmente destacado fue que de 1999 a 2011, la tasa de pobreza pasó de un 42,8 % a un 26,5 % y la tasa de extrema pobreza de un 16,6 % en 1999 a un 7 % en 2011. Junto a ello, es de destacar que la tasa de desnutrición infantil se redujo en un 40 % desde 1999. También es de destacar que desde 1999 el gobierno entregó más de un millón de hectáreas de tierras a los pueblos aborígenes del país. Desde 1999 la tasa de calorías que consumen los venezolanos aumentó en un 50 % gracias a la Misión Alimentación que creó una cadena de distribución de 22.000 almacenes de alimentos con precios populares (MERCAL, Casas de Alimentación, Red PDVAL), donde se subvencionan los productos a la altura de un 30 %. El consumo de carne aumentó en un 75 % desde 1999; es por todo ello que la tasa de desnutrición pasó de un 21 % en 1998 a menos del 3 % en 2012. Según la FAO, Venezuela es el país de América Latina y del Caribe más avanzado en la erradicación del hambre.
Los efectos positivos de la Revolución Bolivariana también se sienten fuera de Venezuela. Más allá de la interesada crítica que la derecha pueda abrir al respecto indicando que “Chávez dilapidaba la entrada de petrodólares”, no caben dudas que la solidaridad internacional como norma fue parte de la presencia venezolana en estos años. La empresa Petrocaribe, por ejemplo, permite a 18 países de América Latina y del Caribe, o sea 90 millones de personas, adquirir petróleo subvencionado a la altura del 40 % al 60 %, asegurando de ese modo su abastecimiento energético. Y la creación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América –el ALBA– entre Cuba y Venezuela, a la que posteriormente se fueron sumando otros países con gobiernos progresistas en la región, asentó las bases de una alianza integradora basada en la cooperación y la solidaridad, rechazando la injerencia de Washington y promoviendo una actitud de hermandad interregional. Fue por eso que ante la muerte de Chávez, Fidel Castro manifestó apesadumbrado: “Perdimos nuestro mejor amigo”. De hecho Venezuela ofrece un apoyo directo al continente americano más importante que Estados Unidos. En 2007, el gobierno de la Revolución dedicó más de 8.800 millones de dólares a donaciones, financiamientos y ayuda energética contra sólo 3.000 millones otorgados por la Casa Blanca. Y más aún: brinda también ayuda a las comunidades desfavorecidas de Estados Unidos, proporcionándoles combustible con tarifas subvencionadas.
Fuera de las críticas que se puedan –y deban– hacer al nunca definido Socialismo del siglo XXI (más una consigna que una realidad concreta), sin dudas estos años dieron muestra de una definida vocación popular con el proceso que abrió Chávez. Quizá no fue la revolución socialista que se soñaba décadas atrás, en el marco de la Guerra Fría, cuando eran otras las esperanzas. Ahora, quizá, esas esperanzas siguen siendo las mismas, pero las formas han cambiado. Ante el retroceso fenomenal del campo popular a partir del triunfo omnímodo del gran capital que tuvo como símbolo la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, los discursos contestatarios salieron de escena. Por eso la llegada de un personaje como Hugo Chávez –un militar nacionalista– produjo tantas expectativas. Quizá años atrás, cuando tal como él mismo lo dijo en más de una oportunidad: “se dedicaba a perseguir guerrilleros en el monte”, su figura no hubiera concitado la atención de la izquierda. Pero sin dudas su estilo y su proyecto ganaron amplias masas de población en Venezuela, y pasó a ser el personaje que fue.
III
Que fue polémico y contradictorio, no caben dudas. “Chávez, católico convencido, atribuye sus hados benéficos al escapulario de más de cien años que lleva desde niño, heredado de un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez Delgado, que es uno de sus héroes tutelares”, lo describió alguna vez Gabriel García Márquez. De todos modos para la derecha, tanto la de su país natal como para la internacional, su figura pasó a ser mala palabra, demonizada, aborrecida. Si es verdad que la CIA terminó inoculándole un cáncer, no es el punto (podría ser, ¿por qué no?); lo cierto es que representó el regreso de las ideas de socialismo que por años habían sido anatematizadas.
Esto, por supuesto, debe ser matizado. En el medio de la marea neoliberal y privatizadora que cruzó el globo en estos últimos años, volver a hablar de socialismo tuvo una importancia decisiva. En Venezuela no se está construyendo un modelo socialista, pero ante el triunfo tan virulento del capitalismo salvaje a escala planetaria, el proceso bolivariano (ante todo nacionalista, antiimperialista y con pretensiones de capitalismo con rostro humano, aunque no socialista) fue una bocanada de aire fresco, de esperanza. De todos modos, las injusticias estructurales permanecen. Permanecieron en los años de gobierno de Hugo Chávez, manteniendo el rentismo petrolero y la economía de mercado. “Cada devaluación nos echa en cara la gran dependencia estructural de nuestra economía de la renta del petróleo, pues nuestro aparato industrial, productivo, que está en manos de la burguesía, nunca ha podido convertirse en una verdadera fuente de riqueza. Si nuestra economía capitalista tuviera una seria y verdadera burguesía que se esmerara en ingeniarse la más eficiente combinación de los factores productivos para producir riqueza, entonces tendríamos una economía que, por un lado, no necesitaría importar la ingente cantidad de productos que requiere nuestra sociedad para cubrir sus necesidades y, por otro, tendríamos un aparato industrial que al generar cuantiosas riquezas le reportaría una importante porción de ingresos al Estado por concepto de pago de impuestos que irían a financiar el gasto público, como ocurre en la mayoría de las economías capitalistas que, a diferencia de la venezolana, no dependen de la renta internacional que genera un medio de producción no producido como lo es el petróleo. (…) Pero las preguntas que ahora debemos hacernos en nuestro proceso revolucionario hacia el socialismo, son más difíciles y complejas que antes: ¿seguiremos repitiendo la misma historia en el tratamiento paliativo de la enfermedad rentista de nuestra economía, de nuestra sociedad y de nuestra cultura? ¿Qué debemos hacer de forma distinta para enfrentar el rentismo petrolero ahora bajo las banderas del socialismo bolivariano? ¿Acaso seguirá intacto ese arremetimiento contra los más desposeídos que conlleva toda devaluación en Venezuela? ¿Frente a qué estamos? ¿Se trata de la transición de un capitalismo rentista a un socialismo rentístico? ¿Se puede hablar de socialismo rentista o es eso una gran contradicción?, se preguntaba Heiber Barreto Sánchez, preguntas que hacemos nuestras también. ¿Hacia un socialismo petrolero?
Que la Revolución Bolivariana es socialista y se plantea la expropiación de los medios de producción desde una plataforma revolucionaria con control obrero de la producción y milicias populares como garantía de la construcción del poder popular, tal vez no. En ese sentido está más cerca de lo que fue el movimiento peronista en Argentina que de la revolución cubana. La lucha de clases fue algo casi abominado en el discurso de Chávez y de la gran mayoría de funcionarios del proceso bolivariano. Desde la izquierda crítica, ello se indicó en infinidad de oportunidades: “Que la “Revolución Bolivariana” de socialista solo tiene el adjetivo puede decirlo, con conocimiento de causa, el acaudalado Wilmer Ruperti, capitán de la marina mercante hace apenas veinte años, convertido en el principal transportista naviero de Venezuela. O el teniente Arne Chacón, hermano de Jesse Chacón, ex ministro de relaciones interiores y ahora de telecomunicaciones. El teniente Chacón compró a crédito la mitad del Banco Baninvest, con su sueldo de oficial como único patrimonio. Y a propósito de bancos privados, éstos experimentan un crecimiento del 43 %, mientras el techo del sector industrial está por debajo del 10 %, según el Ministerio de Finanzas. Un reciente negocio muy lucrativo: los bonos de la deuda argentina, comprados por el gobierno de Chávez, fueron de inmediato puestos en mano de los bancos privados que percibieron ganancias máximas en el mercado internacional en un tiempo record”, escribió un informado periodista que me pidió expresamente el anonimato. Es decir: el proceso que inauguró Hugo Chávez definitivamente abrió puertas, despertó esperanzas. Sin repetir los modelos del socialismo marxista clásico, levantó grandes expectativas para el campo popular; de hecho, a su modo populista y contradictorio (citando al mismo tiempo la Biblia y al Che Guevara) repartió la renta petrolera de su país de un modo muchísimo más equitativo a lo que nunca antes se había hecho en Venezuela. Las grandes mayorías, por siempre olvidadas y excluidas, comenzaron a sentirse partícipes de su destino, comenzaron a contar en la política de su país, fueron reconocidas como personas, pudieron entrar –esto vale como símbolo– por vez primera al Teatro Teresa Carreño (símbolo histórico del “buen gusto” de la aristocracia vernácula, donde jamás llegaba ningún “pobre”).
Ahora bien: el proceso bolivariano empezó con Chávez, y en muy buena medida se mantuvo gracias a él. Retomamos entonces la pregunta que nos hacíamos más arriba: sin Chávez, ¿qué pasará ahora?
IV
Como mínimo podrían apuntarse tres escenarios.
Por un lado, la derecha política nacional –asesorada, financiada, adoctrinada y en muy buena parta dirigida por la Casa Blanca–, con el beneplácito de todas las fuerzas de derecha del mundo, ven ahora la posibilidad de golpear, dado que no está la figura aglutinadora de Chávez. Probablemente, más allá de la declaración formal, no estén esperando ganar las elecciones el 14 de abril. Rivalizar en las urnas hoy, a un mes de fallecido el comandante y con todo el peso espiritual que eso pueda significar, posiblemente no haga esperar a las fuerzas del MUD (Mesa de Unidad Democrática) un cómodo triunfo. O ni siquiera un triunfo. La posibilidad de planes desestabilizadores por parte de la CIA no hay que descartarlos. En círculos bolivarianos se llegó a hablar, por ejemplo, de un atentado del gobierno estadounidense (como operación secreta de inteligencia, obviamente) contra el candidato Capriles Radonski, para convertirlo en un mártir de la lucha antichavista y crear un clima de inestabilidad, de ingobernabilidad, en el entendido que “a río revuelto ganancia de pescadores”. Más allá de lo cuestionable de este tipo de ideas, más cercanas a la ciencia-ficción y a visiones conspirativas/confabulacionistas, no son de descartar maniobras violentas promovidas desde los sectores más reaccionarios. De todos modos, el análisis de situación lleva a pensar que en esta justa electoral volverá a ganar el chavismo (ganará la imagen de Chávez, dicho en otros términos).
Si eventualmente ganara Capriles, es más que cantado el proceso de reversión de los logros obtenidos por la revolución. Es difícil precisar si, en tal caso, se desataría una cacería de brujas. Por supuesto que hay sectores en la derecha venezolana así como en Washington que alentarían políticas revanchistas. Esto es: un descabezamiento masivo de los avances del movimiento bolivariano. De momento puede decirse que eso no sería nada fácil para estos sectores conservadores y reaccionarios, porque existe un pueblo organizado y fervoroso defensor de lo que ya se incorporó como derechos propios, como batallas ganadas, y que no estaría dispuesto a perder. Además, hoy por hoy las Fuerzas Armadas juegan un papel de cierta garantía del proceso bolivariano. La imagen de Chávez es, sin dudas, un elemento que cohesiona a los militares venezolanos, y ya han dado muestra de su voluntad constitucionalista y, de algún modo, popular. Se podría decir que son Fuerzas Armadas al servicio de un proyecto antiimperialista y popular, ya no formadas en la lógica de la contrainsurgencia y la Doctrina de Seguridad Nacional como sucedió años atrás con todos los militares latinoamericanos, en el medio de la Guerra Fría.
Ahora bien: si se considera que perdiendo Maduro y el PSUV las próximas elecciones la revolución podría revertirse, eso deja ver una debilidad estructural altamente preocupante: un proceso revolucionario que intenta transformar de raíz una sociedad no puede asentarse solamente en este mecanismo de las democracias formales. ¿Puede hacerse realmente un cambio con los mismos instrumentos que se denuncian, a los que se combate? La revolución socialista está llamada a superar la estrechez de las democracias representativas del libre mercado. ¿Qué hay, si no, “con la construcción y fortalecimiento del Poder Popular como único medio para hacer la revolución bolivariana socialista en Venezuela” que se proclamaba más arriba? De todos modos, sabiendo de lo limitado de esta forma, es imprescindible para mantener lo avanzado en estos años lograr el triunfo de Nicolás Maduro en las urnas este 14 de abril. Si no, el proceso en curso muy probablemente pueda venirse abajo. Si gana el candidato de la derecha, ¿quién garantizaría la continuidad de la revolución: el chavismo como oposición parlamentaria en la Asamblea Nacional, las Fuerzas Armadas, el pueblo organizado en el PSUV? Este partido, fuera de sus rimbombantes cartas de presentación, no constituye en modo alguno una vanguardia, no es una herramienta revolucionaria realmente reconocida por las masas. Más allá de las encendidas declaraciones (que tienen más de pirotecnia verbal que de hechos sociales concretos) que “todos somos Chávez”, ¿está realmente el pueblo organizado para defender –armas en la mano quizá– la revolución?
Como se decía más arriba, la derecha política sabe que es muy difícil un triunfo en estas elecciones. Para su visión, retratada en lo que un economista como Ángel García Banchs puede expresar, en buena medida se espera un derrumbe del proceso. Su pronóstico post elecciones es “Una devaluación (oficial o ingeniada) del bolívar, no menor a un 40-50%; mayor escasez de divisas y bienes; mayor inflación, sobre todo por la devaluación y los ajustes de precios rezagados; recortes del gasto público y, en particular, del “gasto social” y la Misión Vivienda, la cual poco a poco desaparecería, al ser fiscalmente insostenible; una caída del poder de compra del salario respecto a la canasta de bienes nacionales y la de bienes importados; contracción del consumo, en la inversión pública y privada y, por tanto, también, del producto y el empleo nacional; incremento de la morosidad de la banca, y una contracción real del crédito bancario, y de las ganancias del sector; un mayor malestar social; un alza del endeudamiento en bolívares y divisas y un incremento considerable de los desembolsos para el pago de deuda vieja; una enorme conflictividad económica, política y social; protestas frecuentes contra el gobierno, sobre todo del sector del chavismo chantajeado por promesas incumplidas, viviendas no construidas, asignaciones/misiones disminuidas, la inflación, la escasez, el desempleo y menores ingresos reales; un empeoramiento de la crisis de bienes públicos (la inseguridad, salud, educación, crisis eléctrica, etc.)”. Más allá de la saña visceral (“odio de clase”, se podría decir) con que algunos esperan este agorero panorama, es real que la economía presenta problemas estructurales que, sea quien fuere el ganador este 14 de abril, habrá que considerar seriamente. Las devaluaciones nunca son buena noticia para los bolsillos populares.
En la eventualidad de una derrota electoral del movimiento bolivariano en estas elecciones, es más probable que se marche hacia una sociedad polarizada, divida tajantemente entre “chavistas” y “antichavistas” (¿no hace recordar eso a la división “peronistas” y “antiperonistas” de la Argentina?), donde difícilmente se puedan profundizar los logros del gobierno de Chávez, creándose un dinámica de fuerte conflictividad. Si eso lleva a una guerra civil es imposible predecirlo ahora; pero no es descartable.
Otro escenario, quizá el que buena parte de la izquierda desearía, es la profundización de la organización popular de base, con una radicalización socialista de las medidas iniciadas por Chávez en sus años de gobierno, poniendo al rojo vivo la lucha de clases y logrando finalmente el nacimiento de un proyecto socialista más claro. Esto implicaría el retroceso de la así llamada boliburguesía dentro del aparato chavista, con el triunfo de los sectores populares más a la izquierda y el alejamiento de todos los cuadros con pensamiento y actitudes capitalistas, disfrazados de izquierda con una fachada populista, que son en realidad quienes hace tiempo vienen gestionando el proceso a la sombra de Chávez. Esto implicaría quizá dejar de ser la “revolución bonita”, pacífica y sin enfrentamientos, para abrir un proceso de aceleración de marcha hacia el socialismo. Este, de todos modos, es el escenario menos posible. La revolución hace buen tiempo ha perdido el empuje de los primeros años. Llenar plazas con miles y miles de simpatizantes con franelas rojas no es, necesariamente, la revolución. Son actos masivos, sin dudas, multitudinarios, de gente que agradece a su líder –y por quien lloró desconsoladamente su muerte– pero que no significan aún la nueva sociedad. El verdadero Poder Popular, con una dirigencia colectiva ya no centrada en la figura omnímoda de una sola persona, sería lo único que puede afianzar la Revolución Bolivariana, aunque este es el escenario menos posible. Ya en vida de Chávez ese viraje y profundización parece haber quedado descartado. Con Maduro en la presidencia se abre el interrogante de cómo evolucionará el proceso.
El tercer escenario, y que lamentablemente se ve como más posible, es el del avance de la que se dio en llamar la “derecha endógena”. Es difícil saber con exactitud el grado de confrontación en la interna del movimiento bolivariano. Por supuesto, ello no se hace evidente ahora, o no de un modo escandaloso al menos. Está claro que los sectores más a la izquierda han ido perdiendo presencia en la estructura gubernamental, y por cómo se ve el panorama, difícilmente puedan recuperar terreno, y mucho menos imponerse, tanto en la dirección del Estado como del PSUV. En este momento está clara la jugada con el actual presidente encargado, pues aparece como candidato de unidad que representa a todas las fuerzas chavistas. Maduro, seguramente habiéndose negociado cuotas de poder entre bambalinas en las filas de la dirección del PSUV y a quien se va a apoyar masivamente ahora, pues así lo decidió Chávez en vida y por lo tanto es la mejor garantía de triunfo en las urnas, no es el comandante. Ello significa que, de ganar y quedar como presidente constitucional, deberá seguir defendiéndose de los ataques de la derecha tradicional y de Washington; pero también está en el medio del estamento de “nuevos ricos” que fueron secuestrando el proceso (¿Chávez no lo sabía? Eso es difícil de creer…) Esos sectores de “empresarios bolivarianos”, de burócratas de profesión, el “partido militar” y todo lo que representa este movimiento nacionalista de socialismo petrolero llamado Revolución Bolivariana, parece el sector más preparado para tomar la estafeta.
Es más fácil creer que el proceso pueda encaminarse en lo político hacia una Argentina peronista (más populista que popular, sin tocar los resortes básicos de la propiedad, y con interminables pugnas internas dentro del movimiento peronista), o una Nicaragua danielista (es decir: con un sector de empresarios sandinistas que mantienen un discurso presuntamente confrontativo con el imperio en términos políticos, pero cobrando los beneficios económicos de la tristemente célebre “piñata” post derrota electoral en 1990), que hacia un proyecto de transformación revolucionaria, de profundización de las expropiaciones y de construcción de alternativas reales de democracia de base.
Por supuesto que ahora la mejor noticia sería el triunfo de Nicolás Maduro, con el más amplio margen sobre su contrincante Henrique Capriles. De ganar, la tendencia que ha llevado el proceso bolivariano hace pensar como más posible un capitalismo con bastantes beneficios a través de programas sociales (más cercanos al asistencialismo que a la opción socialista de poder popular) que a una depuración de cuadros “boliburgueses” y una radicalización hacia la izquierda.
De todos modos, alienta saber que el pueblo venezolano ya despertó y abrió los ojos. Fue ese pueblo el primero en reaccionar a los planes de capitalismo salvaje que tejieron los organismos financieros internacionales, cuando aquella histórica reacción de 1989 llamada Caracazo. Fue ese mismo pueblo el que se movilizó en forma espontánea para rescatar a su líder cuando la intentona de golpe de Estado contra Chávez en abril de 1992; y fue también ese mismo pueblo el que superó dos paros petroleros impuestos por la derecha internacional, evitando el colapso del país. La derecha que maneja el Partido Socialista Unido de Venezuela, más allá de un discurso de compromiso y un disfraz de presunto revolucionarismo, no pareciera tener ideales socialistas. ¿Los tendrá el pueblo, ese que se sintió conmovido por la partida de su adorado conductor? Esperemos que sí. Ahí está la única garantía de poder seguir dándole vida a un proyecto de transformación real. Desde Latinoamérica confiamos que así sea, y en lo que se pueda, daremos nuestro granito de arena.
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