El Presidente Chávez ha proclamado el rumbo al socialismo en la marcha de la Revolución Bolivariana. La trascendencia de esa proclamación ha generado, como debe ser, un revuelo de opiniones, consideraciones y búsquedas ideológicas y teóricas en el campo revolucionario, lamentablemente sin el acicate del “látigo de la contrarrevolución”, ya que ésta ha abdicado definitivamente de toda relación con las ideas, y sus propuestas, cada vez más escuálidas en apoyo y sustancia, sólo reflejan odio, obsesión conspirativa y cipayismo innoble.
Por mi parte vengo a hacer uso del derecho de participación democrática, pues, para decirlo con voz magistral que no es aplicable exactamente al autor --dada su apostólica grandeza humana--, “mi copa es pequeña, pero bebo en mi copa” (Martí). Por supuesto, me limitaré al intento de dar una visión coherente de lo que he creído aprehender de mis experiencias y lecturas, sin pretensión de logros creativos u originalidades.
Tres cuestiones previas a dejar sentadas: primera, que la definición del rumbo del proceso no es traída por los cabellos ni debe ser sorpresiva para nadie; segunda, que el objetivo propuesto es el de un socialismo auténtico, una negación y superación dialéctica del capitalismo; tercera, que, como bien se ha dicho, “el socialismo no está a la vuelta de la esquina”.
La vertiginosa acción emprendida desde la victoria electoral de 1998, que se inició abriendo un proceso constituyente para la regeneración y refundación de la república y entregando a los venezolanos y al patrimonio de todos los luchadores populares la constitución más democrática del mundo; que ha ido construyendo un nuevo bloque de poder con los estamentos sociales fundamentales en sus expresiones civiles y militares, seglares y eclesiásticas, y simultáneamente derribando los bastiones del poder oligárquico-imperialista históricamente dominante y derrotando una a una sus iracundas arremetidas contrarrevolucionarias; que reempató el hilo de nuestra historia y restableció el liderazgo imperecedero del Libertador y los demás próceres; que levantó las caídas banderas de la esperanza del pueblo y galvanizó su emoción y su conciencia para convertirlo en el sujeto protagonista de todas esas transformaciones; que plantó en el centro del combate la energía incansable, la lucidez estratégica, la fecundidad ideológica y la consecuencia irreductible de un líder excepcional, esa vertiginosa acción ha apuntado siempre hacia la solución en profundidad, completa, revolucionaria de los problemas planteados. Y los problemas planteados son los de la liberación nacional --soberanía política y cultural, independencia económica y atención preferente a las necesidades del pueblo--, que han madurado desde hace tiempo pero no pueden ser resueltos a plenitud sino trascendiendo los límites del capitalismo y entrando en los dominios de la sociedad socialista.
El capitalismo ha creado la mayor desigualdad entre los seres humanos. Es un sistema en el que una insignificante minoría es dueña de la mitad de los bienes del planeta y pretende el control absoluto de todos sus recursos; un sistema cuya condición de existencia es la acumulación de la riqueza --en radical contraposición con las necesidades de la gente-- mediante el mecanismo infame de la apropiación privada de lo socialmente producido; un sistema que organiza todos los aspectos de la vida, desde la cuna y a través del entramado de las instituciones, en función de dominar y de reproducir la dominación, de alienar al ser humano hasta el grado de que considere como normal y éticamente válida esa apropiación privada del producto social y se haya transformado de ser social natural en ser individualista; un sistema que ha generado o desarrollado multitud de discriminaciones, de género, de clase, étnicas, culturales, nacionales y otras, e inmerso en miseria y exclusión social a grandes porciones de población (en Venezuela, por ejemplo, a 17 de 24 millones de personas); que es un criadero de corrupción, burocratismo y falsedad, así como de impunidad para los privilegiados; que produce imperialismo, colonialismo, guerras y destrucción de la naturaleza y ha llegado a un punto en que amenaza la supervivencia de la especie humana y de toda forma de vida en la tierra.
El capitalismo, en fin, ejerce una dictadura global que se manifiesta políticamente en su dominio de los aparatos estatales y de sus gobiernos falsamente independientes, los cuales indefectiblemente tienen carácter de clase, se subordinan a intereses imperiales y son, o bien abiertamente terroristas, o bien exponentes de diversas fachadas de democracia formal, una democracia que concede derechos de papel que la inmensa mayoría de explotados y oprimidos no pueden convertir en realidad.
El Presidente Chávez, al formular sus primeros planteamientos revolucionarios relativos a las reivindicaciones populares y nacionales, apuntó fundamentalmente hacia el latifundio y el “capitalismo salvaje” y exploró las posibilidades de una “tercera vía”. La tremenda experiencia de dirigir este proceso; el rápido surgimiento de una contrarrevolución que fue precisando el enemigo nacional y de clase, y las serias dificultades que confrontaban los programas ante una “sociedad civil” en pie de guerra y un Estado inficionado de remanentes del pasado, así como los consistentes avances populares en unidad, organización y conciencia, llevaron al Presidente a reformular sus planteamientos con la audacia y lucidez que lo caracterizan. De ese modo presentó la definición del carácter antimperialista de la revolución, y cuando comprobó que las aspiraciones esenciales no pueden lograrse en el capitalismo, proclamó el socialismo como objetivo revolucionario de largo aliento.
Efectivamente, no se trata del “capitalismo salvaje”, sino del salvaje capitalismo: porque el cognomento de “salvaje” debe identificar con exactitud al capitalismo como un todo y no sólo a una forma de él.
El socialismo proclamado como aspiración fue denominado por el Presidente como “del siglo XXI”, lo cual implica la fidelidad a todo cuanto es válido del pasado y la inclusión de todo lo nuevo pertinente. Podemos imaginarlo --de manera general y con visión global, no nacional-- como un sistema social que, recogiendo creadoramente las experiencias de las luchas propias y universales de todos los tiempos y las de los experimentos socialistas que han existido y existen; asumiendo así mismo las ideas de redención humana forjadas a lo largo de esas luchas y enriqueciéndolas con los nuevos hallazgos, y buscando templar el carácter y la voluntad de sus constructores en el ejemplo e impronta de los grandes maestros y conductores de pueblos, será la concreción en nuestra época de la forma de sociedad que, como ya se ha dicho, negará y superará dialécticamente al capitalismo y permitirá dar el salto “del reino de la necesidad al reino de la libertad”, valga el luminoso decir de Federico Engels.
Las aspiraciones de justicia social, felicidad y dignidad vienen del remoto pasado y constituyen una inmensa deuda histórica acumulada. Las luchas de los oprimidos en todas las sociedades de clases arrojaron algunas consignas inmortales, que han atravesado las paredes del tiempo. Por ejemplo, “amaos los unos a los otros”, “libertad, igualdad, fraternidad”, “la mayor suma de seguridad social y felicidad posible”, “el respeto al derecho ajeno es la paz”, entre muchos otros, son reclamos que no pudieron ni pueden ser satisfechos en ninguna sociedad basada en la explotación del hombre por el hombre. Como tampoco pueden serlo a plenitud las necesidades de soberanía e independencia, ni las de erradicación de la pobreza, el hambre y la exclusión social. Siempre los libertadores de todas las épocas y sus pueblos se estrellaron contra el muro de los poderes dominantes. Pero todas esas aspiraciones constituyen reto y compromiso para la futura sociedad socialista y sólo en ella podrán cristalizar. Pues el socialismo, como ha dicho el Presidente Chávez, “es el camino del amor”.
El socialismo debe desarrollar una sólida base material asentada en la propiedad social de los principales medios de producción, y tiene que crear mecanismos para evitar que una capa burocrática o tecnoburocrática despoje al pueblo y recree una nueva forma de explotación. Mecanismos que sólo el propio pueblo, constituido en poder social, político y estatal, puede diseñar, dirigir y orientar hacia la realización y liberación de los seres humanos en el trabajo. La economía socialista, que debe desenvolverse a través de las empresas estratégicas estatales bajo el control del pueblo, así como de las asociaciones cooperativas y otras formas de trabajo productivo popular, tiene que estar subordinada a las necesidades básicas de la población y debe organizar la remuneración según el trabajo de cada quien.
Al socialismo corresponde fundamentalmente crear una civilización y una cultura nuevas, en las cuales la libertad y la democracia existan por vez primera para todos y todas. Sin democracia y libertad no hay socialismo pleno, sin socialismo no hay libertad ni democracia plenas, pues esas categorías son partes interdependientes de un todo: la sociedad unificada en humanidad, convertida en asociación de iguales altamente responsables, conscientes y solidarios. Las formas de libertad y democracia que han existido históricamente fueron siempre limitadas y de clase, y las formas de socialismo que hemos conocido no pudieron o no han podido alcanzar la plenitud precisamente por sus limitaciones (aunque éstas obedezcan a razones históricas objetivas) en materia de democracia y libertad. Hablamos, por supuesto, de una democracia real, participativa y protagónica, revolucionaria, y de una libertad que respete el derecho ajeno; que, como la verdad, “no ofenda ni tema” (Artigas), y que desencadene todas las potencias colectivas e individuales para asegurar el desarrollo integral de las personas en un mundo armonioso y fraterno.
El pueblo, o sea, el conjunto de clases y capas que nucleadas alrededor de la clase obrera constituyen el bloque social revolucionario, es el constructor del socialismo, a condición de que consolide su unidad y organización; destaque una dirección unitaria, unificadora, democrático-participativa, orgánica y coherente; se dote de una conciencia socialista que lo libere progresivamente de las alienaciones del capitalismo; revolucione el aparato estatal y forje su poder desde abajo y desde el propio Estado, en una dialéctica que se mantendrá hasta que, en una muy avanzada etapa del socialismo, el Estado (que es imprescindible durante el período de transición) pierda sus funciones y se extinga. El papel central de la clase obrera --o de su ideología revolucionaria-- deriva del hecho de que ella no tiene otro interés privativo que la liberación del trabajo, con lo cual porta en sí la capacidad de liberar a todo el género humano.
El papel de los revolucionarios en este proceso es el de ser promotores y actores de participación, y educadores que al mismo tiempo se educan con el pueblo, en una mutua y enriquecedora forja de conciencia. La lucha ideológica debe ser incesante y acometida por todas las vías y con todos los recursos posibles.
El advenimiento del socialismo, cuyos rasgos muy generales hemos descrito, sólo puede ocurrir a plenitud --según lo estiman importantes estudiosos-- como búsqueda simultánea de un número importante e influyente de países con pueblos solidarios decididos a construirlo. Nacionalmente, no obstante, se pueden avanzar largos trechos y alcanzar importantísimos logros, y nada indica que deba desecharse la posibilidad. Además, cada revolución auténtica tiene rasgos propios y puede explorar caminos inéditos.
En Venezuela andamos en esa exploración. El Presidente Chávez conquistó la emoción y la adhesión popular gracias, entre otros --según nos parece--, a los siguientes hallazgos signados con su impronta: primero, nacionalizó la revolución, llamando a ella en nombre de Bolívar y los libertadores, lo cual ganó el corazón de las masas populares y las llevó a ver la lucha como un proceso único, que viene desde el pasado a enfrentar los problemas del presente y proyectarse hacia el porvenir; segundo, “religionizó” la revolución, incorporando a sus filas a dos formidables camaradas adorados por el pueblo y que antes utilizaba el enemigo para sojuzgarlo: Dios y Jesucristo; tercero, pacificó la revolución, sosteniendo --y demostrándolo hasta ahora-- que es posible realizar transformaciones sociales profundas de una manera pacífica y democrática; cuarto, unificó las potenciales fuerzas cardinales de la revolución, al devolver a la Fuerza Armada su original conciencia patriótica y bolivariana y construir la unidad cívico-militar; quinto, “demoprotagonizó” la revolución, al entregar al pueblo la democracia participativa y protagónica, que es el núcleo vivo del proceso, que es la revolución en sí misma: es el pueblo, sobre la base de su crecimiento en organización, unidad y conciencia, ejerciendo su poder y llevando a cabo las tareas históricas planteadas.
Esas tareas son por ahora, como llevamos dicho, las de la liberación nacional, las cuales, según lo comprueba la experiencia, no pueden llevarse a cabo hasta el final dentro de las condiciones del capitalismo; y el desarrollo de ese proceso nacional-liberador va destacando al mismo tiempo elementos socialistas: en la base material (las empresas básicas en manos del Estado con gobierno popular, las cooperativas y otras formas) y en el desarrollo ideológico del pueblo protagonista.
La construcción del socialismo es un proceso de largo aliento y en las condiciones de la Revolución Bolivariana implica la convivencia por un tiempo prolongado con el capitalismo, y la competencia con él. La garantía de la victoria estará dada por la medida en que se forjen la conciencia socialista del pueblo, el carácter socialista del Estado y la capacidad de la economía socialista para satisfacer las necesidades materiales y espirituales de la población.
La ideología de la Revolución --que ha superado la prueba de la práctica-- seguirá siendo, por supuesto, el bolivarianismo: es el cemento de la cultura nacional y de la integración latinoamericana; reempata el hilo de nuestra historia y recupera la visión histórica de nuestro pueblo, dándole la percepción de un continuo que enlaza el pasado, el presente y el porvenir; se ha enriquecido y se enriquece constantemente con las ideas de redención que han surgido y van surgiendo del pensamiento venezolano, latinoamericano y universal, con Jesucristo y Marx como sustentos fundamentales.
Por eso, el Socialismo del Siglo XXI puede llamarse también Socialismo Bolivariano.