A comienzos del pasado siglo XX, se dio un movimiento de carácter humanista en Europa que se denominó “personalismo”. Destacan como pensadores de esta nueva concepción del hombre y su relación consigo mismo y con la naturaleza, nombres como el de Emmanuel Mounier, con su “MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO”, en especial los trabajos aparecidos en la revista “ESPRIT”, órgano del movimiento; Gabriel Marcel, con sus obras “SER Y TENER”, “DIARIO METAFÍSICO” y “LOS HOMBRES CONTRA LO HUMANO”; Jean Wahl, con su “ESTUDIOS KIERKEGAARDIANOS”; Jean Lacroix, con sus obras “PERSONA Y AMOR”, “EL PERSONALISMO COMO ANTIIDEOLOGÍA”; Martin Buber, con su opúsculo “¿QUÉ ES EL HOMBRE?” y “YO Y TU”; y Paul-Ludwig Landsberg, con su obra “EXPERIENCIA DE LA MUERTE”.
Todos coincidían en que el personalismo, usado en primer lugar como concepto por el poeta norteamericano Walt Witman en su libro “DEMOCRATIC VISTAS” (1867), expresaba un movimiento de acción social de tipo cristiano que une fuertes elementos comunitarios con la reflexión conceptual de raíz teológica sobre el sentido transcendente de la vida. En este sentido, los personalistas asumen una “orientación” de la vida en sentido comunitario.
De este modo, el “personalismo” consiste, más que en una teoría cerrada, en una matriz filosófica” cristiana, o una tendencia de pensamiento dentro de la cual son posibles matices muy diversos pero que tiene en común asumir la perspectiva creyente y la condición dialógica de la persona; la apuesta por el diálogo comunitario como condición que hace posible una comunicación integral y efectiva. Es necesario asumir que “persona” significa mucho más que “hombre”, e incluso simboliza lo contrario de “individuo”; personalismo es una conducta contraria a la versión que sobre el hombre ofrece la ciencia positiva. Lo humano es, por definición cualitativo y ajeno al modelo cuantificable y analítico de las ciencias exactas, que se dan en algunas instancias académicas y que, por supuesto, desvirtúa la razón de ser de buscar nuevo conocimiento.
En la cultura académica francesa, por ejemplo, tenemos en Edgar Morin (1928) un cuestionador de ese modelo cuadrado de ver la realidad; dice Morin que desde la fundación de la “Sociedad de Biología” (1848) y de la “Sociedad Médico-Biológica” (1855), la ciencia positivista, ha sido vista por los personalistas, como una descripción del hombre “desde fuera”, ignorando su interioridad y considerando, como Freud lo hizo en su tiempo, al ser humano sólo como pulsión de placer, que es tanto como decir de dominio. Pero el hombre, recalca Morin en su texto “Método: vida de la vida”, que tiene aspiraciones morales, estéticas y religiosas que la ciencia no recoge, ni comprende. El hombre es Persona, es decir, consciencia interior más allá de la pura materia; consciencia que además es relacional, es decir, está abierta a lo religioso y a lo comunitario, en cuanto “Persona” el hombre no es sólo cuerpo sino también alma. De ahí que el talento humano que se exploró en los espacios del Vicerrectorado de la UNELLEZ Guanare, en el curso de postgrado en Gerencia General, en el cual administré el subproyecto “Gestión del Talento Humano”, desde mayo del 20013, en donde contamos con la intervención especialísima del Gobernador Wilmar Castro Soteldo como orador en uno de los puntos del contenido programático, se caracterizó por increpar un imperativo pindárico y goethiano: “Llega a ser lo que eres”; es decir, en un contexto cristiano significa empeñarse en construir nuestra capacidad de ser persona, cualitativamente, en el conjunto de las relaciones que nos constituyen.
En una palabra, al talento humano se le cultiva, tal cual expresara Humberto Maturana, a través del amor; del amor se accede a la persona. De ahí la importancia del testimonio que legó este curso, el cual estuvo por encima de los objetivos instruccionales que se llegaron a pautar, incluso, muy por encima de la imagen de la acción política que se tenía del talento humano. El personalismo se apreció como una teoría de la esperanza. Mounier llegó a decir: “El nihilismo, del que se desprende el espíritu de catástrofe, es una reacción masiva de tipo infantil. Bien sabéis cómo los seres débiles, los niños, los enfermos, los nerviosos, se desalientan, (...) Pues bien, la angustia de una catástrofe colectiva del mundo moderno es, ante todo, en nuestros contemporáneos una reacción infantil de viajeros incompetentes y alocados”.
La sociedad socialista que estamos ganados a construir, debe partir de un talento humano visto desde el personalismo, como consecuencia de una actitud comunitaria, que sitúa la comunicación, la fraternidad, entendida como virtud y no como imperativo republicano, en el centro de la acción pública y la vida política.