¿Estaban preparados los dirigentes del chavismo para asumir la responsabilidad, ante una coyuntura sobrevenida, de conducir el proceso revolucionario hacia su meta? Todo parece indicar que no lo estaban. Y no lo están (en presente) por falta de orientación y motivación de quien era el verdadero líder del proceso. Chávez, se quintuplicaba, en su accionar, para que las cosas se hicieran bien. Copaba todos los escenarios, no porque él lo quería, sino porque sabía que era necesario hacerlo para que el proceso pudiera marchar. Sabía con quienes contaba. Sabía quién era quién.
El liderazgo de Hugo Chávez era único. Combinaba el carácter duro, casi autoritario, con la sonrisa, con el chanceo, y si era necesario con la entonación de alguna canción. Pero todo estaba enmarcado dentro de un liderazgo sin discusión. El estaba consciente del tipo de liderazgo que debía ejecutar para que las cosas se hicieran. Su liderazgo era influyente por demás, educativo, moralizador y motivador. Por eso lo seguían, casi a ciegas, como a Jesús. “Durante el tiempo que estuvo en la tierra, Jesús dedicó su vida a entrenar a sus discípulos en las tres primeras áreas de liderazgo: liderazgo personal, liderazgo uno –a—uno y liderazgo de equipo. Durante el proceso, los capacitó para seguir sus mandatos de liderazgo después que se hubiese ido…”. (Extracto de libro de Ken Blanchard: Un líder como Jesús).
Hugo Chávez, en vida y en acción, fue un Gigante, como lo bautizó su hija, María Gabriela. Motivaba a sus seguidores, pero en especial a la dirigencia del PSUV, a que leyeran mucho. Que asimilaran e interpretaran lo leído, para que tuvieran argumentos como enfrentar a los detractores del proceso, así como estimular a la base del partido. Tal vez, algunos siguieron su prédica, pero pienso que la mayoría de esta dirigencia no lo ha hecho, a pesar que aplaudían con furor cuando Chávez les hablaba de estas cosas.
En estos momentos, están planteados varios retos para el PSUV y su dirigencia, pero sobresalen tres: el golpismo en marcha, a través de los diversos recursos con que cuenta la derecha radical, el combate agresivo a los actos de corrupción que está impulsando Nicolás Maduro y el reto de la contienda electoral del 8 de diciembre. Usted, lector de Aporrea, en especial, no ve a los líderes en actividades neutralizadoras del golpe. Usted no nota acciones de calle, contundentes, organizadas y controladas. Sólo observamos a algunas voces por el Canal 8 con los cansones clichés de escuálidos, golpistas, imperialistas, contrarrevolucionarios, etc. Usted, ni yo, vemos el apoyo decidido, público y notorio, a las acciones moralizadoras contra la corrupción. Nada que se lo parezca.
Pero el reto del 8D es mayúsculo. Por eso merece un comentario a especial. Ese día puede correr un grave peligro el proceso revolucionario. Por lo que la dirigencia nacional y local del PSUV tiene que ejercer el liderazgo capaz de estar a la altura de las circunstancias. De no ser así, las cosas las observo muy oscuras. Mejor dicho, muy peligrosa para el proceso revolucionario. ¿Qué va a pasar si la oposición llega a ganar la mayoría de las Alcaldías? En primer lugar, van a cacarear que ese acto es la prueba de que Nicolás Maduro perdió las elecciones presidenciales. Y en segundo lugar, van a intentar, por lo menos el ala radical, convocar a un revocatorio, cuando sea el tiempo legal. A estos tres retos se le une el económico. Maduro y su equipo tiene que salir del entrampamiento de la economía, pues la inflación no cede y eso sí que tumba gobierno. Ojo pelao. Y la pregunta final: ¿Quién va a asumir la responsabilidad ante un eventual fracaso? Vendría un guabineo entre uno y otro dirigente. Pero la cuestión se ve clarita, como el agua pura: serán los dirigentes o llamados líderes del PSUV los responsables de una supuesta derrota de la revolución. El vacío que dejó Hugo Chávez se nota a 500 kilómetros de distancia. ¿O no es así?