Contiguo a aquello, un bachillerato compulsivo. El primer gobierno de Caldera tuvo que presenciar un movimiento estudiantil contundente, tremendamente politizado. Nuestro amor por la revolución cubana nos llega por una lectura de un libro escrito por un gusano, anticomunista y reaccionario, “de cuyo nombre no quiero acordarme”. Ante los Centros de Estudiantes proponíamos las Asambleas de Delegados. Arribamos a la presidencia de la Asamblea del Liceo Manuel Palacios Fajardo, de la parroquia 23 de Enero. Éramos lo que se dice un amasijo de lecturas desordenadas, disipadas, a veces audaces. No había peo en que no participáramos: la Sociedad Bolivariana, el Lunes Cívico, el Orfeón, inventamos un Club de Poesía, el atletismo, en fin. Cada movilización era un entrompe de estudiantes, sencillamente imrpesionante. Qué paradoja, un gobierno social-cristiano cerró las escuelas técnicas e instrumento la llamada Reforma Educativa a través del Ciclo Diversificado. Era necesario dividir e instaurar un modelo tecnocrático. Las clases de Historia de Venezuela, en aquel 3año eran incendiarias. Corría los años escolares 71-72; 72-73. Piedras y más piedras, toma de liceos, movilización, bombas molotov, estudiantes asesinados. El aula era la calle. El reverendo religioso padre Díaz. SJ, nos dictaría Religión en el mismo liceo. Qué clases caballero. Cristología por la calle del medio. Fuimos la última promoción en usar caqui, incluso, los primeros años con corbata.
Y en este contexto comienza la antinomia: ser ateo o ser cristiano. Ser revolucionario con Marx y Cristo ¿una gran contradicción? Quizás a lo Hamlet: creer o no creer. Los marxistas ortodoxos se burlaban de nosotros. Incluso en cierta tiempo dudamos y casi nos apartamos de nuestra tradición: la construcción del Nacimiento, las Misas de Aguinaldo, la bendición de los alimentos, el maravilloso Padre Nuestro, oración que el mismo Jesús enseñó de sus labios. La vieja Carmen Valenzuela nos increpaba. Su angustia jamás la disimulo. Y nuestras dudas culminaron en un volver permanente. Los religiosos de la Vega también hicieron su contribución. La lectura de Pablo Freire y los cursos para alfabetizar, así como el teatro de calle, los círculos de estudios y ese contacto con revolucionarios de la más variada estirpe cultivarían nuestro compromiso con una fe insertada en lo social. Algunos autores hicieron su aparición: Ernesto Cardenal, Camilo Torres, Monseñor Arnulfo Romero, sólo para citar algunos.
Un asunto vital entre el Cristianismo y la Revolución es el tópico del amor. Así lo caracterizaría el presbítero Camilo Torres Restrepo en su Mensaje a los Cristianos: “Lo principal en el Catolicismo es el amor al prójimo, El que ama a su prójimo cumple con la ley (san Pablo Romanos XIII, 8)…los que se ha llamado “la caridad” no alcanza a dar de comer a la mayoría de los hambrientos, ni vestir a la mayoría de los desnudos, ni a enseñar a la mayoría de los que no saben. Tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías. Esos medios no lo van a buscan las minorías privilegiadas que tienen el poder, porque generalmente esos medios eficaces obligan a las minorías a sacrificar sus privilegios…Es necesario entonces quitarles el poder a las minorías privilegiadas para dárselo a las mayorías pobres. Esto, si se hace rápidamente, es lo esencial de una revolución. La Revolución puede ser pacífica si las minorías no hacen resistencia violenta. La Revolución, por lo tanto, es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que de vestir al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de caridad, de amor al prójimo, no solamente en forma ocasional y transitoria, no solamente para unos pocos, sino para la mayoría de nuestros prójimos. Por eso la Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que ven en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos…Después de la Revolución los cristianos tendremos la conciencia de que establecimos un sistema que está orientado por el amor al prójimo”.