Alquimia Política

El liberalismo y sus excusas

La individualidad abstracta es la libertad de la existencia,

no la libertad en la existencia...

Karl Marx

(“Diferencia de la Filosofía de la Naturaleza en

Demócrito y en Epicuro”. Madrid, Editorial Ayuso1971, p.57)

El liberalismo, tal como lo dice Enrique Neira (1985), tiene como premisa que la libertad priva sobre el orden. Pero esa libertad no ha sido entendida con la rigurosidad con que se planteó desde su comienzo. No es “el libre albedrío”, sino las libertades individuales en el marco de la Ley. “La libertad del ciudadano, en su sentido actual, hace su primera aparición en las constituciones antifeudalistas y en el orden social de las Ciudades-Estado medievales en Italia y en el norte y occidente de Europa; su reconocimiento completo fracasó, sin embargo, a causa de las organizaciones corporativas de los gremios. Tras haber caído en olvido durante siglos en un mundo dividido entre cristianos e infieles, la idea de autodeterminación religiosa surgió nuevamente en la rebelión protestante contra el totalitarismo de la Iglesia...”( LOEWENSTEIN, en su obra Teoría de la Constitución. Madrid, Edit. Ariel, 1982) De allí tomaría auge hasta fundirse con el constitucionalismo que dio nacimiento a los Derechos Individuales que hoy nos presenta los lineamientos de una libertad condicionada al acatamiento de Deberes y a una mínima racionalidad en la convivencia social. El liberalismo profesa una libertad que priva sobre el orden, pero esa libertad es el orden mismo concebido como identidad de una Sociedad.

Por otra parte, Walter Montenegro (1976), expresa que el liberalismo hay que entenderlo desde dos perspectivas, una, la económica, que lo presenta como un sistema sin restricciones y abierto a la competencia; y otra, la política, que lo muestra como un sistema que enaltece la libertad por sobre todas las cosas. Pero ese movimiento ideológico tomó fuerzas gracias a los acontecimientos ocurridos en el siglo XVIII en Inglaterra. La aparición de la máquinas de vapor y eléctricas, así como de los motores de explosión, abrieron nuevas posibilidades en las ciudades desarrolladas para ampliar la oferta de servicio y bienes que hizo posible el concepto capitalista contemporáneo.

Ahora bien, el capitalismo ya venía gestándose desde finales de la Edad Media, la Era Industrial lo que hizo fue propulsarlo hacia límites que nadie pudo prever, pero que se presentó avasallante y transformó radicalmente los proyectos de vida de varias generaciones de seres humanos. “Las relaciones capitalistas comenzaron a constituirse, ante todo, en las ciudades medievales, las cuales se formaron como resultado del desarrollo del comercio y de la industria artesanal. Entre las ciudades, que habían crecido en las tierras pertenecientes a los señores feudales, y el campo, cuya producción conservaba el carácter feudal, surgieron contradicciones antagonistas, que se desarrollaron ulteriormente en la contradicción entre la ciudad y el campo, inherente al capitalismo. Se formó la clase de la burguesía urbana, constituida por los mercaderes, los prestamistas y los maestros más ricos de los gremios...

Un poco más allá, y dando referencia de un liberalismo económico, Friedrich A. Hayek (1985) nos dice: “No hay nada en los principios del liberalismo que hagan de éste un credo estacionario; no hay reglas absolutas establecidas de una vez para siempre. El principio fundamental, según el cual en la ordenación de nuestros asuntos debemos hacer todo el uso posible de las fuerzas espontáneas de la sociedad y recurrir lo menos que se pueda a la coerción, permite una infinita variedad de aplicaciones. En particular, hay una diferencia completa entre crear deliberadamente un sistema dentro del cual la competencia opere de la manera más beneficiosa posible y aceptar pasivamente las instituciones tal como son. Probablemente, nada ha hecho tanto daño a la causa liberal como la rígida insistencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas rudimentarias, sobre todo el principio del laissez-faire. Y, sin embargo, en cierto sentido era necesario e inevitable. Contra los innumerables intereses que podían mostrar los inmediatos y evidentes beneficios que a algunos les producirían unas medidas particulares, mientras el daño que éstas causaban era mucho más indirecto y difícil de ver, nada, fuera de alguna rígida regla, habría sido eficaz...”

La libertad ha dejado de ser una imagen, en el civilización actual, de representación de un colectivo en función a intereses comunes, para convertirse en participación activa en la organización social y política, asumiendo un lugar privilegiado de respeto a la individualidad y a las normas que a esa individualidad delimita el Estado. Como bien nos lo dice Hans Kelsen (1977): “Si la Sociedad y el Estado han de existir, precisa también que exista un orden obligatorio para la conducta recíproca de los hombres, y por consiguiente, una autoridad. Pero ya que hayamos de ser gobernados, aspiramos al menos a gobernarnos por nosotros mismos. Así, la libertad natural se convierte en libertad social o política. Es políticamente libre quien, aun estando sometido, lo está solamente a su propia voluntad y no a la ajena. Con esto queda planteada la principal diferencia entre formas del Estado y de la Sociedad...”

En un plano más concreto, esta acción de libertar al individuo que estaba siendo consumido por la potestad de un Régimen que oprimía los preceptos elementales de su autodeterminación, se presenta por la vía ideológica de una conciencia liberal. Esta conciencia abarca dos tiempos: Un tiempo político, que presenta al liberalismo como el pacto de respeto a las libertades ciudadanas e individuales (libertad de expresión , de asociación, de reunión); existencia de una Constitución inviolable que determinase los Derechos y Deberes de los ciudadanos y gobernantes; separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial); Derecho al Voto, bien en forma de sufragio censitario, bien como sufragio universal. En este último aspecto, se interpreta al liberalismo más como una Democracia que como un liberalismo político.

El liberalismo económico ha significado la no intervención del Estado en las cuestiones sociales, financieras y empresariales. A nivel técnico, ha supuesto un intento por explicar, racionalmente, el fenómeno de la industrialización y sus más inmediatas consecuencias: el gran capitalismo y la miseria de la clase trabajadora. El liberalismo económico concentra su acción en la “inhibición de los Gobernantes en cuestiones sociales y económicas”, esto da la amplitud para generar una conducta económica que beneficie abiertamente a quienes son dueños de los medios de producción.

En esta tendencia son “archiconocidos” los pensadores Adam Smith (1723-1790) y Thomas Malthus (1766-1834), aquel con sus teorías económicas, este con sus apreciaciones demográficas. Smith pensaba, así lo encontramos en su obra “La riqueza de las naciones”, que todo Sistema económico debía estar basado en la Ley de la Oferta y la Demanda. Para que una nación prosperase, los gobiernos debían abstenerse de intervenir en el funcionamiento de esa Ley: los precios y los salarios se fijarían por sí solos, sin necesidad de intervención alguna del Estado.

Por su parte Malthus, viendo el aumento creciente de población seguía una proporción geométrica, la generación de riquezas y alimentos sólo crecía aritméticamente. Esto presentaba una tendencia inevitable en la cual, de seguir creciendo la población, el mundo se hundiría en la pobreza. Dada esta realidad tan sólo queda un remedio posible para Malthus: el control de la natalidad en los obreros, que al ser los más numerosos y menos conscientes del peligro del crecimiento demográfico, así como portadores de un proyecto de vida limitado y sin posibilidades de fortalecerse económicamente, debían ser dejados a la suerte para que así su número disminuyese y se crearan posibilidades más reales de una clase social industrial, pero con recursos para cuidar a los suyos en espacios dignos e higiénicos.

Esta posición de Malthus evidencia un sentido clasista, pero a su vez es una interpretación acertada acerca de la limitada posibilidad que la civilización liberal tenía de seguir la tendencia demográfica que llevaba. Si bien es cierto que estas ideas se llegaron a considerar, no se plasmaron en una práctica directa, por lo cual hoy contamos con índices significativos de miseria producto de generaciones que no midieron su reproducción en razón de sus posibilidades de manutención. En los peores casos, los Gobiernos han asumido la responsabilidad de dar respuesta a ese sector marginado económicamente, en el siglo XIX no era un deber asumir esta conducta en el mundo Occidental, hoy es una decisión soberana que debe ser acatada. Claro está, estamos inmersos en un Estado Benefactor, con liderazgo de una organización Democrática que mira en la tendencia liberal una vía para fortalecer los Derechos individuales de sus ciudadanos. Si se ha hecho referencia a que el liberalismo devino como respuesta a un régimen feudal que había agotado su expectativa en la sociedad, no podemos menos que decir que el neoliberalismo es una respuesta directa al desgaste y agotamiento de un liberalismo que había trastocado toda posibilidad de erigirse como emblema de bienestar colectivo.

El liberalismo aspiraba que la iniciativa del colectivo en los asuntos comerciales y de negocio, lograra insertar conciencia en la Sociedad para extender sus lazos de incidencia y poder así propulsar riquezas en todos los puntos cardinales de Occidente. Esto se logró en cierto sentido, pero por la falta de previsión en lo demográfico y en el control de esas nuevas riquezas, el Estado liberal se vio ante un monstruo monopolista que debía ser limitado y regulado. Es así como aparecen las doctrinas de extrema izquierda que bajo la premisa de un criticismo agudo, intentaba cambiar la realidad económica y social, de una civilización que se perfeccionaba a cada paso con gran facilidad.

Al final del siglo XIX y en las primeras dos décadas del siglo XX, la supremacía del Estado liberal se encontraba contrariada por un Estado Socialista que validaba las ideas de igualdad, solidaridad y reparto equitativo de las riquezas. Ante ese “boom” de Estado planificador y reivindicador de las clases más desprotegidas, surgen voces que aspiraban salvaguardar las ideas liberales y le dan un matiz más intenso, más directo con los fines económicos, en el cual el monopolio del Capital fuera compartido con el Estado y éste tuviera la potestad de regular esa tendencia monopolista, guiando a través de las leyes y su rol soberano, las “reglas del juego económico y político” de la Sociedad Occidental de mediados de la década de los treinta. Nacen las ideas neoliberales y con ellas la doctrina de la “libre iniciativa”, a través de un impulso a la competencia capitalista, aseverando que el mecanismo de esta última garantiza automáticamente las mejores condiciones para la evolución de las fuerzas productivas.

En este aspecto, el neoliberalismo, surge como un concepto renovador pero que sacrifica la liberad, la libre competencia como estado ideal de la economía, por una postura restringida y controlada para imponer un solo monopolio económico global. El riesgo económico no es estático; cambia constantemente. El auge del mercado de valores puede producir las bendiciones que sus admiradores anticipan”. En una palabra, el auge neoliberal nos inserta en una era de incertidumbre que no estamos en capacidad de predecir, de controlar o de dominar, ante la velocidad con que se presentan los cambios.


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Ramón Eduardo Azocar Añez

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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