Sociólogos a favor de la paz y la no violencia Boletín Nº 1

Opción Mandela.

Lunes, 21 de abril de 2014.-A nuestra redacción llegó el siguiente comunicado (Boletin N1) de los Sociólogos a favor de la paz y la no violencia.

Las sociedades se producen a sí mismas: no son el efecto o consecuencia de un ideal o doctrina, de un principio organizador abstracto o de un liderazgo.

Su base de construcción son las relaciones sociales, que comprenden, desde el mundo de vida (la cotidianidad de una persona) hasta la mundialidad. Somos seres en situación que se constituyen en otredad. En todas esas relaciones el poder está presente, tanto en la producción de objetos como en la producción de símbolos.

Lo que convencionalmente denominamos “vida pública” (la forma de gobierno, la política) son intentos que hacemos para regular el poder, unos más consistentes que otros, pero que no dan solución definitiva al problema de la separación entre gobernantes y gobernados.

En otras palabras, las sociedades humanas estamos expuestas inevitablemente al extravío. El equívoco entre los programas y las realizaciones es irremediable, aun a pesar de que las generaciones vivas sintamos a menudo que las puertas de las desventuras o de la incertidumbre van a quedar, con nuestras palabras y nuestros actos, selladas para siempre.

Los cambios, las transformaciones, son procesos intergeneracionales en los que se interrelacionan la larga duración (esa cuestión de siglos), la mediana y la corta duración. Basta recordar que dentro de poco tiempo cumpliremos cien años girando en torno a la trama del petróleo y que durante más de cuatrocientos años hemos tenido una economía basada, sin interrupciones, en la exportación de materias primas; para darnos cuenta de que los grados de libertad de los que disponemos, no siempre son tan flexibles como para satisfacer la aspiración de moldear la realidad y, simplemente, someterla a nuestro arbitrio y voluntad.

La inercia de los tiempos no coincide exactamente con las periodizaciones que elaboramos para dotar de sentido a lo que hacemos o a las tesis que en el presente queremos defender. A menudo la omnipotencia nos nubla la mirada pero la desgarradura del poder (esa huidiza capacidad de intervenir sobre nosotros mismos y controlar el porvenir) nos rebasa.

No hay manera de escapar, a pesar de nuestra astucia y del fervor que aplicamos a nuestros esfuerzos, a los condicionamientos socio-históricos, que nos liberan y esclavizan a la vez.

Una lección que nos resistimos a entender es que en cada época, los ideales por los que luchamos se metabolizan, las causas puras que defendemos recalan en otras configuraciones de ideas y de hechos.

Lo que es nuevo nutre a lo viejo, erosiona y se incorpora a la inmensa diversidad de las acciones humanas. El saldo con frecuencia no se limita a exigir el ajuste de nuestros alegatos, sino que tristemente implica violencia, destrucción. Mismas en las que, no por casualidad, son los de abajo los que pagan con la carne nuestras ambiciones.

Demasiados holocaustos tiene la humanidad a sus espaldas y están a la vista de todos.

En Venezuela nos encontramos, afortunadamente, lejos de un horizonte tan terrible; de una guerra civil por ejemplo. De esta conflictividad socio-política actual podemos salir.

Como sociólogos somos en ese sentido optimistas, aunque hayamos preferido, al redactar estas palabras, ser crudos para tratar de pisar tierra, contribuir juntos todos a destituir nuestros excesos de arrogancia.

Porque la comprensión, descarnada de que el sentido que le damos a nuestras acciones en la vida pública, no alcanza para dar cuenta de la complejidad de las circunstancias en las que representamos unos roles, nos puede aproximar a una espiritualidad laica en la que la compasión por los demás (y de cada quien consigo mismo), podría ayudarnos a elaborar otra ética. Una que no sólo aspira a conservar el poder o a conquistarlo, sino a mirarlo con cautela y aun a temerle.

De allí tal vez podríamos derivar el gusto de cierta benevolencia con el otro.

Aclaremos las cosas: no es al amor a lo que llamamos, ni siquiera hablamos de reconciliación. Aspirar la paz (es decir: que salgamos todos vivos de esto), no es equivalente a apostar por una idílica armonía.

El antagonismo, en los más diversos órdenes, es rasgo inherente a la vida social. Antes y ahora las clases, los distintos estratos sociales, las organizaciones, los poderes formales y los fácticos, elaboran banderas y programas, defienden posiciones, intereses e identidades.

Así también una sociedad se moviliza y aprende. Más aun, las divergencias son útiles, especialmente en un país como el nuestro en el que, como dijera el poeta, está por parir un corazón.

No, como sociólogos no nos corresponde hablar de amor, un código válido desde otros saberes que son más poderosos que el nuestro.

Sí proponemos -también alertamos-que las posiciones que asumamos en esta Venezuela en dificultades, presten atención al hecho de que con frecuencia en la política (y más allá de ella, en cualquier tipo de lucha de poder), la reflexión tiende a devenir en estrategia pura, en voluntad de dominio.

Jano, el dios griego provisto de dos caras que le permitían mirar simultáneamente en direcciones opuestas –el pasado y el futuro- y extraer de allí sabiduría para asegurar el futuro de la civilización, es hasta ahora un bello e inalcanzable mito.

Hijos de nuestras circunstancias, reconozcamos ciertas limitaciones en nosotros.

Seamos compasivos. Todavía hay tiempo. No esperemos a que se haga demasiado tarde. A que llegue el momento en el que, capturados por una conflictividad sin bordes, nos habituemos al menosprecio. A creer que en el lado de cada quien sólo hay claridad y fortaleza y que la ceguera y la debilidad es un monopolio del otro.

El peligro entonces es que llegado ese momento, habríamos dejado de pensar.


Sociólogos:
Ernesto Herrera
Cesar Henríquez
Correo: cesar.henriquez55@gmail.com


15 de abril de 2014


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César Henríquez Fernández


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