De nuevo recojo de la prensa internacional opiniones y reflexiones acerca de mi escritor de cabecera Antonio Lobo Antunes (Lisboa, 1942). El autor ha dicho que está escribiendo un nuevo libro, y eso significa “…comienzos terribles…” Lobo Antunes nombra su tarea de “recomenzar, recomenzar… A veces, (dice Antunes) me entretengo escribiendo a la manera de Scott Fitzgerald o Gómez de la Serna, o copio, páginas de otros para aprender. Copio, qué sé yo, de Balzac. Así aprendo…” Un libro, desde donde valoramos el pensamiento de antunesiano, no es más que “…una eficaz, sola y larga palabra…”
Es importante recordar que Lobo Antunes ha sufrido muchos males de salud, sobre todo cáncer de colon hace dos años. Dice: “…yo después de los cánceres ya no miento. Yo sé que nadie escribe como yo. Tampoco yo. El reto es llegar cada día más lejos, cada día hacerlo mejor, llegar más cerca. Observe el teatro de Chejov: asombra que en unas pocas frases aparentemente sencillas como tengo frío o por fin he llegado, pueda transmitir tanta gama de sentimientos. Todo a base de trabajo: tengo fotocopias de sus manuscritos, y están llenísimos de correcciones...”
En algunas obras de Antunes se apasiona en dialogar con la muerte. La nombra desde de la vida; y fundamenta eso diciendo: “yo no soy crítico, ni teórico de la literatura, así que no puedo responder bien… Pero tal vez sea por eso. Para mí la infancia es la salud, la vida, la alegría, la esperanza… Pero no sé explicarlo bien…Cuando escribes, tienes la sensación de que es inevitable que sea así.”
Antunes al interactuar acerca de sus novelas lo hace como si ya estuvieran escritos antes de escribirlos, como estatuas enterradas en el jardín que hay que desenterrar, y luego limpiar y limpiar. Quizá, dice Antunes, “…un libro sea una eficaz, sola y larga palabra...” Antunes hoy, más que nunca, considera que estar vivo es un azar y un privilegio, aunque, el espectáculo de la cobardía, cuando se sabe uno que perderá la vida, es horrible, “…te reduce a un ser miserable”, sentencia Antunes. Cuenta de su experiencia en el Hospital oncológico donde se atendió su enfermedad: “La inmensa dignidad de la gente, de los enfermos de la planta de oncología. Todos eran príncipes. Era un hospital del Estado, así que había gente pobre, portándose con una dignidad de aristócratas, con coraje, nunca les oí una queja, a nadie oí rogar, o pedir sálvame. La gente aguantaba callada, sonriendo, saludándote, deseándote que mejoraras, muchos de ellos con metástasis por todas partes. Sabías que se iban a morir, y se morían sin quejarse, sin miedo. Yo he visto a gente borrarse de miedo en la guerra. Y el espectáculo de la cobardía es horrible. Vi a un teniente así: todos los oficiales le daban puntapiés y le insultaban, y el tipo no hacía otra cosa que llorar. La cobardía, físicamente, es fea. Te reduces a un ser miserable, despojado de toda dignidad de hombre…”
En una palabra, expresa Antunes, todos nacemos con una idea que no nos abandona nunca. “…Yo (explica Antunes) no tengo certidumbres, ni respuestas. Sólo escribo libros. Me gustaría que cambiaran el mundo, pero no van a cambiar nada. Aunque tal vez sean una compañía, un placer para algunas gentes. Yo solo soy un chico que escribe libros y espero morir con la misma inocencia. Al fin y al cabo, somos muy inocentes. Viene un médico, te dice que te vas a curar, que vas a mejorar, y te lo crees…”
En cuanto a la posibilidad de no escribir más, dada la fructífera producción literaria ya construida, Lobo Antunes expresa que “… ¿cómo voy a pensar eso? Si hay tanto por escribir…. De cualquier forma, esto quedará en algún momento interrumpido. Definitivamente interrumpido…”
Sobre las crónicas en semanarios y periódicos, las justifica diciendo: “solo lo hago porque pagan bien, y a la gente le gusta porque son como piscinas para niños, es imposible ahogarse; los libros, en cambio, están hechos para que se ahoguen…” Las crónicas las comenzó a hacer con su amigo José Cardoso Pires (escritor portugués, 1925-1998); Antunes valora inmensamente la amistad. De ella dice que es “…como el amor: instantánea y absoluta. Conoces a alguien y te conviertes en su amigo suyo de la infancia, aunque ya tengas cuarenta años. Para mí es el sentimiento más importante.”
A todas estas, Lobo Antunes, no está en mejor disposición para aprehender el universo emocional de un nuevo libro, su estilo ya no produce sorpresa, o desazón, pero la obstinación de su prosa en invalidar el significado probable, descomponiendo la lógica narrativa, no permite una clara percepción de la experiencia que anima sus páginas. En su nuevo libro, aún en manuscrito (el primero lo copia a mano y luego lo envía para ser transcrito) ha reflejado su batalla con el cáncer: “Pasé mucho tiempo en el hospital, con radioterapias agresivas. Y al volver a casa se me impuso reflexionar sobre mi infancia…La voz de un paciente que declara que no ve por la ventana los alrededores del hospital, sino imágenes de otro tiempo y lugar donde hay un tren tras los pinares, campanas de iglesia y un cortejo con el féretro abierto y un niño dentro y gente de la que solo sentía el ruido de las botas y por tanto no gente.
Lobo Antunes ha ido imponiendo leyes narrativas que únicamente rigen en la lectura de sus límites narrativos; fuera del texto, esas imágenes inconexas pierden su anclaje, y el lector apenas extrae indicios que puedan notificarle que ha recogido una experiencia. Lo que sucede al leer a Lobo Antunes, sucede mientras se lee; su contenido no se somete a la información. Lobo Antunes, hoy día, se siente parte de la impaciencia de las palabras agrupadas por el trastorno, esa es la forma de ver su realidad y la realidad a través de sus historias.