Los intelectuales y el poder en Venezuela

“¿De qué sirve estar contra el fascismo —que se condena— si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina?”

Bertold Bercht

La mayoría de los intelectuales venezolanos que apoya hoy día el programa de la Nueva Derecha incrustado en la llamada Coordinadora de Oposición, generó parte del aparato de represión ideológica de la democracia burguesa de la IV República. Por ello, no es de extrañar que muchos hayan seguido trabajando solapadamente en la V República tanto en plan de saboteadores como de funcionarios que han cambiado de sombrero; ahora visten la boina roja, pero no han cambiado de cerebro y en consecuencia siguen produciendo las mismas ideas, las mismas formas de comportamiento alienado al neocolonialismo.

Mario Sanoja Obediente

UNO

No veo qué otra pregunta seria, como dio a entender Gianni Vattimo, pueda hacerse un intelectual hoy en Venezuela. ¿Cuál es su relación con el poder? ¿Cómo es el poder en el mundo global? ¿Cuántos ciudadanos fueron consultados sobre la invasión a Iraq? ¿Cuántos seres humanos creían haber superado el tiempo en que el horror y la tortura fueran instaurados como medios de las causas justas? ¿Quién se atrevería a ser monologante? ¿Quién que lo fuera sería escuchado? ¿A través de qué fuentes actúa el simulacro de las corporaciones?, ¿Una ética del instante? Algunas mentes ingenuas aún sustentan que la única fuente de conocimiento es la razón, o que la lógica histórica podría establecer en algún momento o al menos demostrar por unos segundos la casuística de los sucesos que la alimentan. Hay tragedias, hermosísimos errores y todos nacen del absurdo, de ser marionetas de nuestra ceguera. Pero el sitio, el lugar de la víctima, se ocupa verdaderamente (si pudiera aún este adverbio tener el peso que debiera), no alegóricamente, inspirados en un dosificado new romaticism, que no lirism, etc.

En Venezuela hay una intelectualidad que, al no estar en el centro del poder como sucedía usualmente en el pasado, se siente, de una vez, presa, cautiva, en peligro. Se siente constantemente agredida por el ominoso ejercicio que realiza Chávez del poder y su inexplicable popularidad y la aún más insoportable y creciente credibilidad de su liderazgo. Para estos intelectuales, en estatus casi periférico, en “extremo silencio” por decisión propia, de pronto el poder de Venezuela se ha tornado un monstruo jurásico, que a su antojo invade tierras, hace y deshace constituciones…

DOS

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela fue el marco legal que posibilitó las leyes habilitantes, entre ellas, la ley de Tierras y la ley de Hidrocarburos. Esa Constitución fue votada en un referéndum nacional. Los miembros de la Asamblea Constituyente que la elaboraron fueron elegidos por voto directo y uninominal. Las discusiones para aprobar y concebir la nueva Constitución de Venezuela, como los sucesos de Vargas, fueron vistos por todos los venezolanos, en horas y horas de transmisión por radio y TV, en vivo, en los abastos, en los tarantines, y hasta en las afueras de la Plaza Bolívar, en improvisados televisores, se seguían los debates del articulado constitucional. Más transparencia, más democracia, imposible.

Para nosotros fue una etapa de intensa toma de conciencia. Allí se sentaron las bases de la V República, fundamentos consolidados por la soberanía popular (la aprobación de la Constitución de la República Bolivariana fue avalada en referéndum, como fueron reelectos parlamentarios y el mismo presidente). Allí se consolidó la fortaleza del proyecto bolivariano en el poder popular que ha permitido superar los huracanes políticos, el bombardeo, los misiles fraguados desde el extranjero con la mano presta de la oligarquía venezolana: paros nacionales, paro petrolero, golpe de Estado, terrorismo, guarimba; acaparamiento, especulación y persecución mediática.

La acometida mediática se encontró con una población que estaba participando activamente de su democracia, que había tocado la realidad y, como quien conjura un encantamiento, había despertado para siempre, era consciente. A pesar de que los medios de comunicación social privados dedicaron transmisiones de 24 horas con el objetivo, ya no de vender cerveza o protector solar, sino la muerte, la caída de Chávez, la guerra civil para justificar la intervención extranjera. Ese es el dichoso futuro con el que sueñan las clases pudientes del país y esperan, por demás, que este sea el sueño de la clase media. Válgame Dios, como diría la tía Rosita.

La reacción popular fue histórica y también ha sido ignorada por cierta intelectualidad venezolana hecha en el molde de la mente colonizada, que vaya usted a saber quién la juzgará por sus culpas, si es que alguna pudiera tener.

El pueblo no agarró línea, se resistió al mensaje omnipotente y continúa abriendo espacios para su sueño. Aun así, los conspiradores no cesan. Todo lo contrario, vienen por más.

TRES

Llegamos a la polarización extrema, no había posibilidades para el sentido común. En julio de 2003 los miembros del jurado del Premio Internacional de novela Rómulo Gallegos, otorgado a Fernando Vallejo por El Desbarrancadero, fueron tan bien atendidos por algunos intelectuales venezolanos que esos maestros, que visitaban Venezuela por primera vez, estaban convencidos de no poder salir del hotel porque la ciudad había sido tomada militarmente y las bandas chavistas andaban por ahí, friendo a todo el mundo. Envueltos en la maraña de vaya a saber usted cuál argumento, identificaban al Premio Rómulo Gallegos con estar o no estar a favor de Chávez.

Ese mismo año, una pavorosa fuga de capitales orquestada por la plutocracia criolla obligó al gobierno a decretar control de cambio. Ni los miembros del jurado ni el propio premiado habían podido recibir el monto del galardón ni los honorarios que debían entregarse en dólares, según estipulan las bases que rigen al premio Rómulo Gallegos desde 1965.

Los jurados fueron inclementes con este detalle, a pesar de que vivieron (si bien sea tergiversadamente) la difícil situación que atravesábamos los venezolanos. El Premio Rómulo Gallegos era del Estado y el Estado ahora es de Chávez, que es un dictador, lo dice mi amigo Carlos Fuentes.

El ganador de los tan ansiados 160 000 dólares, Fernando Vallejo, donó el monto a los perros callejeros de Caracas. Bastante gruesa la ironía, ¿no?

CUATRO

“El bochinche es solo en la Plaza Altamira. Este país ama la paz.”

El escritor invitado, prestigioso intelectual, jurado del Premio Rómulo Gallegos, me miró con cierto desdén muy castizo: “¿Yo como que estaba ciego? En la pantalla gigante del hall del hotel están todos corriendo, resguardándose de las balas. Mire, son las calles de Caracas. Mire, y eso es todos los días, desde que llegué y a todas horas. Qué terrible. Qué dictadura.”

Sucedía, como supo el mundo entero, que en este régimen (con énfasis en la r), en esta dictadura (han habido 9 elecciones en seis años), los militares que se alzaron en el golpe del 11 de abril de 2002 luego, preñados de “buenas intenciones”, ejemplo de la descarada impunidad que aún pervive en el sistema de justicia venezolano, se instalaron en la plaza Altamira, la declararon territorio liberado y vejaron ese espacio público con la cobertura mediática más insensata e incesante que usted haya visto jamás.

Había andamios, altavoces, micrófonos, luces, focos, monitores… Un eterno Sábado Sensacional, con oradores las 24 horas y cámaras que reportaban los sucesos, algunos inevitables y la mayoría provocados, que ocurrían en la plaza. Fue tan monotemática la cobertura, que podía tenerse la impresión de que la pequeña Plaza Altamira fuese todo el país.

Chávez, que había sido repuesto en la presidencia por el pueblo en menos de 48 horas, no cayó en la provocación. Acató la absurda sentencia del Tribunal Supremo de Justicia. “Tragué arena”, dijo, y los dejó en su plaza, con su circo; prueba de un talante demasiado democrático, comentaron algunos. José Vicente Rangel, vicepresidente de la República, lo respaldó: “Es mejor dejarlos que se consuman en su jugo”.

Y se consumieron. A fuego lento.

CINCO

Los ánimos se caldeaban entre los mismos asistentes a la plaza Altamira. Los militares golpistas se desgañitaban en consignas e insultos contra Chávez. Realmente, si el escritor invitado hubiera conocido un poco más el país y sus circunstancias, no habría sentido miedo de andar por la zona, pues el territorio liberado era de los opositores de Chávez en un ciento por ciento (y los escritores invitados tenían en la boca las mismas consignas que los manifestantes de la plaza).

Otra fue la suerte de la artista Elsa Morales, uno de los talentos más sutiles de la pintura venezolana. Fue golpeada y agredida en la plaza Altamira porque supusieron (por lo india) que era chavista, y lo es, pero nadie merece esa suerte y menos transitando en la vía publica, a plena luz del día, en una plaza que hasta entonces fue área de libre circulación y entrada al Metro. Este evento, por suerte para la dignidad del dolor de la artista venezolana, no tuvo cobertura, como otros de los sucesos. No estaba en el libreto de los medios de comunicación.

Los asistentes y los militares, hasta los periodistas que podían entrar a la plaza Altamira, eran resueltos enemigos de Chávez, justamente de ese tirano tropical tan deplorable, como no dejaban de repetir. Costaba creer, mucho más entender, que las armas las tuvieran los disidentes, pero así era: González González, Medina Gómez, Martínez…, aparecían en las pantallas de televisión, no solamente con uniforme militar y grado, sino con su arma de reglamento, con su arma visible para todo mundo y además su sistema de seguridad, sus soldados, también disidentes, que seguían a sus superiores hacia quién sabe adónde les prometieron. La policía de Chacao resguardaba a los asistentes y a los militares disidentes, copartidarios del alcalde. Todo un ejemplo de gestión municipal.

El hotel donde se hospedaban los miembros del jurado, casualmente, estaba ubicado, como la misma Casa Rómulo Gallegos, en la zona de la plaza Altamira, donde se escenificaba la deserción militar y civil a Chávez. ¿Quién es la víctima del horror?, ¿quién es su administrador? Sinuosos, a veces sofisticados y siempre crueles son los guionistas de esta versión de Venezuela como una tierra asolada por el caos y el desmoronamiento de lo público.

Los intelectuales de oposición entienden que ante esta deplorable situación lo único que resta es encerrarse en sus islas personales y esperar a que escampe.

SEIS

Chávez reconoce la ética como primer estadio del socialismo del siglo XXI. Debemos construir los márgenes flexibles del flujo revolucionario. En esto, obviamente, los intelectuales deberían escudriñar los marcos teóricos.

No pretendo ser yo quien evalúe la relación de los intelectuales con el poder en Venezuela. Hay capítulos únicos, como Andrés Bello; otros miserables, como el escaso reconocimiento que recibió Enrique Bernardo Núñez, y otros muchos recientes en la historia de nuestra literatura. Ramos Sucre fue diplomático; Alberto Arvelo Torrealba, embajador; Uslar Pietri, ministro de Educación, y Rómulo Gallegos, presidente de la República, por ejemplo.

Hay un deber civil hacia y desde la ciudadanía que es la razón del compromiso. Camus lo dejó claro en su memorable discurso para recibir el premio Nobel, donde manifestó que solo cuando se reconocía como un ciudadano común podía escribir. Las palabras de un poeta tienen su peso. Si se hablaba de política, Juan Sánchez Peláez llamaba a pasar a la otra habitación, a hablar de cosas absurdas. La ética no se funda en dogmas. El bien y acaso el propio orden no tengan forma y sean un ‘siendo’. A ese extraordinario flujo debería conducirnos el socialismo del siglo XXI. Sin diques ni represas.

Un intelectual, para serlo, antes que nada debe padecer su tiempo, sus orígenes, los olores, el sabor de su paisaje, las coordenadas de su territorio y navegar en el río de la memoria. Ni siquiera el silencio de un creador niega la existencia de millones de almas, de vidas, de cuerpos recorriendo el entorno, la posición de una espalda, la arena de la playa. El refugio del yo como la autoayuda es un espejismo del miedo. La ayuda está en los otros: “Yo también soy tú”, diría Bajtín. No creo que ese argumento esteticista que recupera las estridencias mohosas (y el aire tísico) del arte por el arte, niegue en ese objeto (la obra que se realiza en la vida) el mundo y menos aún el simulacro del mundo. El simulacro del simulacro. El aliento de las corporaciones sobre la forma y los valores del mundo. La influencia que circula en la palabra global y más precisamente en la mundialización del capital.

Salir del miedo a ser, para países como nosotros, practicantes de lo que Simón Rodríguez entendiera y pintara irónicamente como “colonografía”, no es sencillo. Los caminos de la libertad son privilegio de pocos. El afuera nos ofrece la realización del deseo en la cosa y el sueño del éxito como esperanza, el lugar preciso en el centro de la pantalla, de la arena. Buscamos un reflejo, somos víctimas de nuestros ojos. Deberíamos practicar como mayéutica los consejos de Voltaire en su Carta sobre ciegos para uso de los que pueden ver.

Los intelectuales son buenos ojos cuando se trata de consolidar los argumentos. En Venezuela, los ciudadanos percibimos por primera vez la posibilidad de impulsar verdaderamente un modelo distinto. No hay sobre la mesa otro mejor, ni siquiera uno alternativo, sino zarpazos de las sombras del pasado. A mi entender, los intelectuales debemos continuar presentes en nuestra realidad y transformar, como quería Simón Rodríguez, la soberbia en sano amor propio.

SIETE

¿Cuál es la relación del intelectual con el poder? Yo apenas si la he rozado. No olvidemos que los 80 y los 90 sirvieron para anularla, para difuminarla en la estupenda oferta del mercado.

El poder, sabía Foucault, es la estructura básica de la relación interpersonal. La palabra es el primer ejercicio de poder. A través de la familia y del lenguaje se labran los surcos culturales en los cuerpos. Simón Rodríguez, en el Pródromo de Sociedades Americanas, no sin ironía, traza un paralelo entre la lengua y el gobierno. Son flujos interdependientes, palabra y poder, lengua y gobierno. El lenguaje le da forma al mundo que hasta ahora, sin mucho éxito, ha tratado de construir la voluntad humana en la tierra. Si esto es así, el intelectual no podrá ser ajeno a este transcurso, a esa relación, pues es la materia misma que organiza, capta y proyecta la realidad y el pensamiento. Un intelectual (el término, acaso lo aclaro demasiado tarde, me molesta, no tanto por su pomposa rigidez como por sus pretensiones) no puede evadirse del mundo.

El gesto de Reverón: recluirse con Juanita en su rancho de Macuto, no niega lo que somos los venezolanos. Todo lo contrario, ese gesto le permitió a Reverón resumirlo, encarnarnos y dejarnos en su obra para siempre. No es tan sencillo pensar que el silencio de un grupo de intelectuales es una acción de resistencia, una voluntad contra el poder. En el caso de Reverón sí podría hablarse de resistencia a la mente del colonizado, a los salones de arte y a esa tierra de nadie donde se desenvolvían los intelectuales venezolanos entre dictadura y dictadura, hasta poco después de la mitad del siglo XX.

Estar convencido de que una obra de Soto pueda ser vista y apreciada en su profundidad por un escuálido pero nunca por un chavista, son extremos preocupantes del pensamiento. Grietas, oscuridades. Muestras del fascismo que, como sabe el maestro Manuel Quintana Castillo, es una manifestación infinita de la maldad.

Estos intelectuales oposicionistas han obstaculizado y ensombrecido el proceso de consolidación de los contenidos de la Revolución Bolivariana. Se han centrado en ese punto un tanto neutral y sumamente civilizado. Los redime la esperanza de recuperar el control que ejerce el poder para mantener su idea de orden. Los conservadores, como saben hasta los muppets, siempre tienen su palco.

Estos son los valores que ostenta una clase intelectual que se formó en la IV República. Algunos pensadores de izquierda se acomodaron demasiado bien a la caída del muro, abandonaron sin más su utopía y consiguieron empleo en las instituciones culturales. Desde allí, también con estupenda soberbia, desde una posición de superioridad, desde el saber, desde ese estatus, moldearon la actividad cultural del Estado.

OCHO

Estos rostros mestizos tan queridos. Cómo decir lo vivo que se siente el aire, en estas calles imperfectas, tan enigmáticamente iluminadas cada día. Estar en Venezuela, en estos momentos, es un enorme privilegio, un don de la fortuna coincidir en este tiempo, en esta fabulosa transfiguración. Los acontecimientos que han hecho despertar a los pueblos se suceden con rigurosa simultaneidad. No es el momento de enarbolar preciosos discursos críticos, ricos en prestigiosas referencias. Quizá podamos superar el esquema de Simón Rodríguez, sabernos colonias para dejar de serlo. Y dejar de ser colonias siendo las repúblicas soberanas de Nuestra América.

En Venezuela todo invoca las plenas libertades. No obstante, los intelectuales de oposición se sienten víctimas a tal punto que se declaran (con toda libertad) disidentes de un régimen (con énfasis, algo histérico, en la r) totalitario. Han atrincherado sus saberes en torno a los medios y fundaciones que los califican o publican, escenifican e internacionalizan. Estos intelectuales dicen vivir en La Resistencia. Me gustaría saber qué opinaría Marguerite Duras de eso, o Miterrand.

El lenguaje es el vehículo mismo del poder. “La palabra sana o mata”. Por eso la importancia del debate; pero no los debates egóticos, los performances, a veces muy buenos, de personajes sin palabras propias, puros ensamblajes colectivos y de última hora, que el político mismo lee sin poder ocultar su asombro. Cada quien debe tener claro cómo y qué palabras usa. Los personalismos y hasta la sombra de sus actitudes matan cualquier logro verdaderamente revolucionario. En los momentos tan cruciales que vive Venezuela, debemos dar lo mejor de nosotros mismos y saber en manos de quién y a servicio de qué ponemos nuestra capacidad, nuestra inteligencia.

NUEVE

¿Cuál censura? ¿Cuál injerencia internacional?

Mario Vargas Llosa ha insultado al presidente Chávez de cualquier forma, y ha sido muy apreciado por los dueños de los medios de comunicación que lo proyectaron y difundieron hasta donde pudieron. El raiting es inclemente con los escritores. Hasta los mejores y “massmediaticos” tienen poca resistencia para captar el interés de las masas y con el raiting no se juega: es el termómetro, lo que da nivelación y existencia. El mensaje del escritor no aguanta el raiting. Pronto viene Lila Morillo, Madonna o Britney y se van todos a otro canal. Nada puede hacer la sonrisa de Vargas Llosa un tanto comida por los años y cuyo desbarajuste dental ya no se atiene a los patrones de la estética alcanzados gracias a la ortodoncia.

Vargas Llosa habla y nadie chista. Vargas Llosa, con su amplia sonrisa, repitió hasta hartarse que si fascista, que si bárbaro, que si hordas, que si sambo, que si dictadura, que si anarquía, que si esto, que si lo otro. Y nadie le dice ni ñ. Hasta un cantante, que me gustaba mucho, vino y se plantó: no volvía a cantar si Chávez no se iba ya. Y nadie de la oposición, mucho menos de su inteligentzia, estimó que estuvieran estos personajes metiendo la nariz donde no les cabía. Ellos sí son sus amigos, y le hacen largas y a veces insustanciales entrevistas. Con ellos conversan. Con ellos se van a París e intercambian charlas y otro viático mi amor.

En cambio, llega a Venezuela un premio Nobel, un escritor de la talla y actualidad de José Saramago y, como viene a aplaudir a la Revolución Bolivariana, entonces es tratado como desinformado, ingenuo. Usan el sentido de sus libros tergiversadamente, aun siendo rebatidos por el mismo autor. Devalúan sus apreciaciones, tildan su discurso de intervencionista y restringen sus apariciones. Si alguien está amenazado, oprobiado o silenciado por el gobierno se debe denunciar. Y no me digan ustedes que en Venezuela faltan medios de comunicación para hacerlo. Medios cuya línea editorial contempla (casi ansía) esa posibilidad.

DIEZ

Hubo una transmutación de la izquierda y una consolidación de un terreno suyo del arte, un lugar sin viento ni demasiada, poca o mucha luz. Un espacio apropiado para departir con las musas. Una suerte de neoclasicismo ético puso a los intelectuales allá, en la esfera de lo bello, allá en los altos pensamientos, allá donde ya no veo quién soy. Allá, que es la tierra de nadie. Allá, donde busco sin resolución los ojos que me ven para ser como soy visto. Y ese es el drama inconfeso de la oposición venezolana: la mentalidad del colonizado. Nos dejan a nosotros en nuestra República, a ver hasta dónde llegamos sin civilización. Nosotros, pura barbarie, sin ellos, repulidos creadores.

Desde el prestigio de los infalibles, los incontestables, el intelectual asume el lugar de la veritas, de la autoritas y enuncia su discurso. Ese intelectual respira el aliento del pasado, sus agónicos fulgores y las causas de sus errores irreparables. El orden, la solidez, el control, la razón, lo comprobado como cierto, no ratifican la verdad. A veces son su perdición. El ejercicio crítico debe lidiar con el descontrol, el vacío, algunas grietas, algún discurso intraducible como el instinto, la intuición y aún, por qué no, la providencia. Desde allí surge la pregunta, la duda, el signo crítico.

El testimonio de una época, la visión crítica, es un padecer, un esclarecer. Todo creador deambula en la soledad, la conoce, la propicia, la necesita. Y el silencio, claro. Mucho silencio, para encontrar palabras propias. No hay torre de marfil que pueda ausentarse del mundo. Los mensajes, las imágenes de la pantalla se expanden a los asfaltos, son presencia en los palacios y espectros en las selvas y los bosques. Y me temo que por culpa de Bill Gates y el sistema Windows, las torres de marfil no existan. Sopotocientos satélites orbitan alrededor del planeta como ojos siempre en vigilia que desde el semáforo o a la salida del supermercado husmean y evalúan la realidad. Las mediaciones no reflejan el mundo: lo han sustituido, son el mundo. Y no mi mundo sino todo el planeta se perfila en los límites del miedo que impone esa mediación, hasta lograr el ciudadano típico, en su apartamento muy seguro, con un sistema briquet y ventanas herméticas para no perder la atmósfera artificial del aire acondicionado. No hay hormigas, no hay moscas. Solo pantallas, solo la dictadura de los mensajes del centro. No hay cómo hacer silencio. Tampoco podemos oírlo todo y lo dicho oprime verdaderamente la posibilidad que tenemos de añadir otras palabras.

No hay opción entre compromiso y el éter puro del arte, entre sociedad e inspiración. “La ciudad va contigo” como sabía Kavafis: no hay cómo ser libres del mundo. Y la intimidad, ese reducto que pretende esgrimirse como loable bandera, es la cera donde se imprimen cada uno de los moldes de esos mensajes que aturden el afuera, de esas cosas que nacen de un sentimiento impuesto, de una necesidad banalizada, de una pertenencia difusa. Pronto viene otro corte, otro conjunto de simultaneidades, donde lo que soy vuelve a comenzar. Este vértigo es peor que el silencio. Lo real es más arduo de percibir y hasta de expresar que el sueño.

ONCE

Una economía social es el norte que construimos. No hay sendero ni trocha. Hay que abrirse camino. Y en eso andamos los venezolanos. Sin pensar que nosotros jamás podremos hacerlo, como piensan de nosotros los intelectuales o ilustres personajes de la oposición. Aseguraron que sin los dirigentes, la meritocracia, la alta gerencia que llevó al paro a PDVSA, sin ellos, Petróleos de Venezuela no volvería a producir. Qué soberbia infinita y, parafraseando a Simón Rodríguez, qué poco amor propio.

En menos de seis meses, PDVSA estaba cumpliendo a plenitud con todos sus compromisos. Fue realmente heroico retomar la empresa sin cerebro electrónico, saboteada por satélite. Sin altos gerentes. Fueron los trabajadores los que retomaron la industria y las comunidades que protegieron las instalaciones con absoluta entrega, junto a las Fuerzas Armadas. Fueron días heroicos. Días trágicos y grandiosos porque, minuto a minuto, demostrábamos la calidad que nos conforma como venezolanos. Y la posibilidad de salir con nuestros talentos victoriosos aun en las peores pruebas. El poder en Venezuela debe ser ejercido por ese talento colectivo, como el aire y el milagro de la luz en este territorio. El arrojo y la pasión. Virtudes de la enorme inteligencia del pueblo venezolano. La memoria inscrita en nuestros cuerpos interpreta la luz, que adoraba Reverón, y el Ávila, que supo inagotable Cabré.

Esto que somos recuerda haber sido, y como el primer hombre en la cueva de Altamira, necesitó expresarlo y dibujó un bisonte, hoy las Escrituras del Chino Hung, los móviles de Gego, los penetrables de Soto, el piano de Carlos Duarte son nuestros testimonios. Formas que Venezuela ha añadido al mundo y como tales se deben valorar, estudiar y preservar.

Después de leer al siglo XIX y haber sucumbido a la historiecilla del progreso, deberíamos haber comprendido que, para vernos a nosotros mismos, nuestro punto de mira, hasta el anhelo, debe ser el SUR. Nuestra atención debe estar sobre nosotros mismos, debemos auscultar el continente que ocupamos, preservar y disfrutar nuestras riquezas. No debemos, en esta travesía, buscar un norte, sino ver hacia el Sur. Como dice Aran Aroniam, en la incipiente Telesur: nuestro norte es el Sur.

DOCE

La oligarquía venezolana se ha visto obligada a reconocer a Chávez como presidente de la República. Ha fingido replegarse y aceptar las reglas de juego, pero sigue urdiendo maniobras oscuras. En estos momentos, por ejemplo, los distribuidores y comercializadores han recurrido a la nefasta dinámica del acaparamiento y la especulación. Ese ha sido su aporte al proceso que vive el país. Esas son nuestras elites. No sienten el mínimo escrúpulo en ponerle la patria en bandeja de plata al enemigo. Los intentos de la oposición, sus manipulaciones, sus ollas podridas, su soberbia infinita y su falta de escrúpulos son los cimientos de su poder. Y debieran ser y han sido, desde que Chávez es presidente, las razones de su derrota.

Ha llegado la hora de que los intelectuales sean más honestos. Si requieren de silencio, lo entiendo. Pero no hacer de ese silencio la materia de especuladores de oficio que se dicen intelectuales y usan los valores nacionales, a nuestros muertos, a nuestros poetas, a nuestra memoria para infundirnos la insana convicción de que en el mundo del mercado lo lógico es unirse al más fuerte.

TRECE

Ahora el ambiente se prepara para instalar otro escenario. Lo imponen los plutócratas. Como Chávez ha ganado diez elecciones seguidas en siete años, es decir, ha blindado su legitimidad, piensan desprestigiar el sistema automatizado del poder electoral, entre otras acciones. Pretenden deslegitimar a los rectores del CNE y a la Asamblea Nacional que debió nombrarlos.

Por lo que se ve, Chávez no tendrá oponente. Fácilmente, las elecciones presidenciales de este próximo diciembre se podrían ver como los plebiscitos que celebraron Gómez o Pérez Jiménez. Ese es el parangón que quieren simular. No importa que no sea cierto. Hay que tipificar la dictadura en el relato que se representa. Quieren imponer a tal punto esta realidad, que Venevisión transmite cada veinte minutos un boletín con el nombre y la foto y la cedula de una persona desaparecida, y no extraviada como debería precisarse. ¿Qué pretenden? Caracterizar el ambiente de una dictadura. Imponernos una realidad, una imagen que justifique ante el mundo la intervención norteamericana en Venezuela.

¿Podemos los intelectuales vivir aparte, acomodados o neurotizados, atletas o mártires como si nada de esto ocurriese? El silencio no es suficiente para derrotar a la dictadura mediática, global y permanente. Denunciar el simulacro y sobreponerse a ello pareciera ser la labor inmediata de cualquier creador o intelectual o músico o equis… El intelectual, siempre e inevitablemente, debe escucharse a sí mismo, pero, en especial y con mucha humildad, escuchar al pueblo, ya sean sus gritos de dolor. No podemos ser sordos y regodearnos en la forma del mundo que rige hoy en occidente, sin pensar que el efecto colateral son millones de niños, millones de hombres, millones de adolescentes, millones de ancianos, millones de madres, millones de padres, millones de trabajadores, millones de mestizos, millones de olvidados, en estado de necesidad, de pena, de afección, afuera, sin oportunidad.

No hay tiempo para pensar en la humanidad en abstracto. La humanidad está en peligro inminente. Si nuestra escritura inevitablemente retrata el tiempo que la suscita, esta situación será denunciada con urgencia e inclemencia, con humor, objetividad, lírica o dramáticamente. Será el susurro de una línea o un pájaro de Miró, una botella al mar en El homenaje al horizonte, de Chillida o la sublime voz de la Callas en su Oh mio bambino caro.

No puede evitar hasta el más puro de los poetas soñar con un mundo posible, pues este mundo va directo a la muerte, al hambre, a una fórmula de explotación humana aún más bárbara y atroz que la esclavitud. Calificar a la Revolución Bolivariana de “explosión tumultuaria”, es una expresión así como de niña que le da grima. No, sin ofensas. Es como si lo dijeran las vocecitas murmuradoras de El circo de Ferdinand.

No pretendemos con esto eludir responsabilidades: en Venezuela la Revolución marcha sobre sus propios rieles. Ahora la situación es más delicada, las tendencias son más difíciles, los riesgos mayores. Los hombres y mujeres que se llevaron a la porra al país, entre los años 1958-1998, los copeyanos, los adecos de antes, son los chavistas de ahora. Ojo, es en serio, no hay otra alternativa: debemos ser otros: nacer nuevamente. Curarnos de la vanidad, de la corrupción, del tráfico de influencias, del personalismo. Curarnos de la IV República para vaticinar y elaborar las formas del porvenir venezolano. En eso andan los pensadores del país, los científicos, hasta las amas de casa como yo, así andamos, viviendo las cosas maravillosas que produce el amor, —como anota Silvio Rodríguez.

Intervención en la Mesa Redonda:"La Cultura en Defensa de la Humanidad: La responsabilidad social del escritor", celebrada en la XV Feria Internacional del Libro de La Habana, febrero de 2006.



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Stefania Mosca


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