Se profundiza la crisis de liderazgo dentro del sistema político venezolano, como consecuencia de la muerte del Presidente Chávez. Esta crisis de liderazgo se evidencia, entre otras cosas, por la desmovilización política tanto del gobierno como de la oposición a procesos internos, eventos y convocatorias públicas, que terminan siendo actos forzados más que actividades de masas que expresen un verdadero sentir de las bases que conforman las organizaciones beneficiarias de la polarización.
Esta crisis de liderazgo implica una crisis de la polarización política en el país, ya que la oposición que nunca ha propuesto nada al país más allá de salir de Chávez y ahora de Maduro, lo que aspira en las próximas elecciones es ser receptáculo del voto castigo contra la gestión del ejecutivo, y el madurismo aspira a revertir la disminución vertiginosa de su popularidad apelando nuevamente al sentimiento de “unidad” chavista, sin más argumento que el emocional, acompañado de algún nuevo “dakazo” que busque ser el factor movilizador definitivo, pero sin una propuesta clara y transparente sobre el rumbo del país y sobre el destino de la economía que hoy nos agobia estrepitosamente.
Nuevas representaciones sociales inducen a nuevas o alternas formas de organización que empiezan incipientemente a generar posturas propias ante lo que sucede. De un lado y el otro, gente con mucho ánimo de proponer cosas, emergen, superando la indiferencia que produce la apatía intencionada de una polarización que juega convenientemente a la despolitización como método que fortalece a las maquinarias electorales, que no importa cuantos la constituyan, sino, la posibilidad de mantener un aparato superior al adversario, sin debate, sin argumentos, sin crítica, y por supuesto, sin propuestas.
Hoy, de manera mucho más acelerada, y bajo condiciones absolutamente distintas a otros momentos políticos, nos encontramos con que la sociedad está reaccionando mucho más rápido, ante una conducción errática de las cúpulas de la polarización, permitiendo que no decaiga la esperanza de una revolución a pesar de la exclusión del sistema dominante ante estas alternativas. Más de 200 organizaciones, movimientos y partidos políticos esperan que el CNE los reconozca formalmente, en una acción claramente obstaculizadora de romper con una polarización ya insostenible en un país que reclama nuevos liderazgos.
Hoy, la oportunidad es extraordinaria, ya que nace dentro del mismo proceso revolucionario y socialista una nueva etapa que los viejos liderazgos no han sabido interpretar, y esto abre la oportunidad para que las cúpulas enquistadas sean desbordadas con el fin de enrumbar el camino que a todas luces se ha extraviado en este último tramo del proceso y que algunos deseamos dejar en el pasado.
Próximos acontecimiento demarcarán más claro el camino