El presidente Nicolás Maduro en su nueva gira mundial ha lanzado desde China la frase: “Venezuela es una potencia”. Sin menoscabo en su afirmación, estoy de acuerdo con el mandatario nacional. Venezuela si es una potencia.
Somos una potencia cuando recordamos que una de las banderas del presidente fallecido Hugo Chávez fue acabar con la delincuencia desbordante en tiempos de la conchupancia del antiguo estatus político que gobernó el país hasta 1998. Desde entonces, ha sido tal el aumento en esa materia que según cifras del Programa Venezolano de Educación – Acción en Derechos Humanos (Provea), (una de las muy pocas organizaciones reconocidas por los funcionarios del gobierno nacional) quien junto con otros órganos de la sociedad nos informaron las cifras espantosas de muertos, heridos y “desaparecidos” durante “El Caracazo” en 1989, también detalló en uno de sus informes anuales que el Instituto Nacional de Estadísticas (INE)¹ reconoció que hubo 19.133 asesinatos en 2009, es decir, 75 homicidios por cada 100 mil habitantes. La segunda tasa de homicidios del continente. Las cifras oficiales en esa materia nos avalan como una gran potencia en esa área de Derechos Humanos.
Venezuela también se convirtió en potencia de casos de chikungunya, cuando los propios reportes de las autoridades sanitarias, fueron avalados por la Organización Mundial de la Salud² (OMS), al señalar que durante 2014, sobrepasamos los 150 mil casos de semejante enfermedad. En este caso logramos alcanzar el nivel de país potencia con una marca en la celeridad de tiempo.
Somos una potencia en funcionarios deshonestos y corruptos, cuando nuestra “justicia” ha sido incapaz de condenar a quienes durante tiempos de la cuarta y la quinta república desangraron a la nación, al punto que en los últimos años, se dilapidaron casi 260 mil millones de dólares, de los cuales unos 25 mil millones de esa moneda se fueron a través de “empresas de maletín” y corporaciones financieras. Sobre ello, Venezuela es una potencia. La potencia de la impunidad.
Somos una potencia, porque intentamos emular los tiempos del segundo período de Carlos Andrés Pérez (quien no terminó el mandato), cuando entre 1989 y 1990, la inflación registró 80% y 40% respectivamente, y ahora, bajo la presidencia de Nicolás Maduro (2013 -2014), el fenómeno de aumento de precios se situó en 56% y 64% consecutivamente en sus dos únicos años de gobierno, es decir, idéntica cifra acumulada de 120% en distintos períodos y en los primeros años de ejercicio gubernamental. Nadie puede negar que en esta parte de la economía, Venezuela es la máxima potencia inflacionaria del continente.
Somos una potencia petrolera que en vez de haber ahorrado suficientes divisas en tiempos de bonanza económica, cuando nuestro barril de petróleo llegó a cotizarse por varios años sobre 100 dólares por barril, en este momento nos encontramos en la necesidad de buscar “inversión social” con los chinos para tratar de ejecutar parte del presupuesto deficitario que tenemos en 2015. De ser una potencia que “vendía” (por no decir regalar) petróleo a naciones del caribe, ahora no tenemos ni suficientes divisas para cubrir la demanda interna de alimentos y productos que necesita el pueblo.
Somos un país potencia que tiene tres tasas oficiales de cambio y una paralela, lo cual ha permitido a Venezuela tener el salario más alto del continente cuantificado en dólares o también el más bajo. Si lo dice el gobierno, el salario mínimo supera los 1000 dólares mensuales, y si cualquier venezolano quiere tomar como referente el cambio no oficial, apenas supera los 30 dólares por mes. Hasta en cuestión salarial somos un país potencia por donde quiera interpretarlo.
Venezuela: Una potencia de recursos naturales con una potencia de gente sumidos en una impotente realidad económica, política y social.
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