Cuando las tropas alemanas de Adolfo Hitler ocuparon Atenas durante la segunda guerra mundial, lo primero que hicieron para humillar a los patriotas griegos, fue colocar la bandera nazi en el Partenón, milenario monumento de la antigua civilización helénica. Tiempo después y delante de todo el que pudo estar, un muchacho de dieciséis años, llamado Manolis Glezos, quitó la bandera del imperio germano e izó la griega. Esto le costó muchos años de cárcel y el fusilamiento de su hermano y de no pocos de sus camaradas. Las próximas décadas encontrarían a Glezos en distintos frentes de lucha, organizando comunas al norte, de diputado varias veces, no pocas años en las cárceles de la dictadura, eso sí, siempre firme en la lucha revolucionaria, a sus noventa años.
Cuando pude conocer a este símbolo de la nación helénica, me contó con entusiasmo sus conversaciones con el inolvidable comandante Hugo Chávez, pero también, sobre la organización de Syriza, que en español significa: Coalición de la Izquierda Radical, que conduce el hoy primer ministro, Alexis Tsipras, luego de resonante triunfo del pasado 25 de enero.
Una tormenta de nuevas ideas sacude a Europa, la primera medida del gobierno de izquierda que se acaba de instalar con una sólida mayoría parlamentaria, fue anunciar a los cuatro vientos que no aceptarán seguir aplicando los recortes que han disminuido los programas sociales y el salario del pueblo y frente la “troika”, compuesta por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional, plantearon que no van a seguir pagando deuda a costa del sacrificio y la pobreza de millones de ciudadanos.
Con Alexis Tsipras y Siryza, renace la democracia griega. El impacto de esta política estremece a toda Europa. El cambio apenas comienza.