Unidos o derrotados. La autoliquidación de las fuerzas revolucionarias

Un revolucionario no es uno de esos camaradas que le encanta “destrozar” a los que dicen apostar por la construcción del socialismo pero se distancian de la vía que humildemente él práctica para ayudar a construirla, debe preferir puntualizar las diferencias e invitarlos a la unidad en la diversidad de los revolucionarios. No es ingenuidad, es lealtad, es coherencia indispensable para poder derrotar a un enemigo histórico que acumula siglos de experiencia en la defensa de sus intereses y que ha desarrollado una cultura que nos impide ver como nos subyuga y explota cual esclavos en siglos pasados.

Pienso que un revolucionario debe pretender ser un hombre (o mujer) enamorado (a) de la humanidad, que cree en la útopia de un mundo con relaciones humanas de igualdad, en una especie humana cuya evolución lo convirtió en un ser social capaz de transformar su realidad mediante el trabajo para beneficio del colectivo al que pertenece, que su máxima expresión evolutiva es haber superado su naturaleza animal de “supervivencia del más apto” por una espiritualidad que impulsa al fuerte a proteger al más débil y a vivir en armonía con nuestra misma especie y con el resto de la naturaleza. Un hombre (o mujer) que vive en constante lucha consigo mismo para tratar de vivir en coherencia con lo que sueña, con lo que pregona como su sur, corrigiendo errores y luchando contra la cultura dominante que nos ha deparado un campo minado dentro y fuera de nuestro pensamiento.

De allí mi lema “me niego a aceptar que la evolución nos ha convertido en una especie de plaga capaz de horadar las bases de nuestra propia existencia”. Parafraseando a Fidel: si este pensamiento me dicen que se llama cristianismo lo acepto, si se llama comunismo también lo acepto, si se llama humanismo o ambientalismo así será y si hoy lo llamo socialismo espero que se me respete.

Lejos de tener una vida “perfecta” según lo dictaminan los cánones de nuestra cultura euro-céntrica capitalista, el revolucionario dedica su vida a construir una nueva sociedad desde su trabajo cotidiano, en sus relaciones interpersonales, con su familia, en su comunidad, en el partido, por ello se las arregla para trabajar eficientemente en una empresa del estado, de propiedad social u oficio personal, participar en su consejo comunal, UBCH, partido o colectivo organizado, proteger y formar a su familia para la defensa de los intereses de las mayorías, leer y practicar y compartir lo aprendido y apoyar en los oficios del hogar (en eso las mujeres nos llevan una morena al hacer magia con su tiempo). Vive en constante contacto con la realidad, usando el transporte público, evitando usar los elitescos HCM lleva a sus hijos al barrio adentro, CDI u hospitales, hace colas y compra en Mercal, Pdval o en operativos. El revolucionario no trabaja para vivir, vive para trabajar en la mejora de constante de la sociedad.

Si te parece imposible vivir así, no te culpo, eres una victima más de los patrones de vida, producción y consumo que la cultura capitalista nos ha inculcado y que los justifica científicamente con sus ciencias hechas a su medida, con la historia escrita para agradar al poderoso y ocultar las luchas emancipatorias o al menos satanizar su aspecto popular, con religiones elitescas al servicio de la clase dominante, con educación formal que te prepara para reproducir el sistema competitivo de supervivencia del mas apto que sustenta al capitalismo, con los medios de comunicación masivos que te presentan una “cultura” digerible a través de telenovelas, películas, comics, periódico, revistas, páginas web y bombardeo por las redes sociales que incentivan a la lujuria, al “vivir mejor”, al tener sin importar el ser y pare usted de contar. En nuestra cultura “todos los caminos conducen al capitalismo” es así como toda lógica parece apuntar a la imposibilidad de construir un mundo distinto.

Pero ha habido “luchadores” que históricamente se han atrevido a desafiar la lógica dominante, el esclavismo y el feudalismo jamás se hubiese superado respetando la lógica imperante que categorizaba a los esclavos o siervos como seres inferiores que por designio divino o de la naturaleza nacieron para servir al amo o al señor. Eso que hoy te parece irracional, en sus tiempos tenía tanta lógica como hoy la tiene el hecho de que deben haber empresarios ricos que le den trabajo a los pobres, a los menos aptos, a los menos favorecidos por dios o la naturaleza, de la ley de la oferta y la demanda, que el más apto tiene derecho a vivir mejor, que el socialismo es un fracaso histórico como si el capitalismo no es la etapa cumbre de la dominación del hombre por el hombre (y la mujer) que existe desde la desaparición de la sociedad primitiva, que tiene unos quince mil años de experiencia, mientras las ideas de liberación socialista apenas si tienen 200 años aunque existen registros más antiguos. La vida y obra de Jesús puede enmarcarse en estas luchas emancipadoras de los pobres aunque los intereses de quienes escribieron su historia pudieron tergiversar su lucha.

Si el capitalismo y su libre mercado son “el fin de la história, el papá de los helados”  como es que ha permitido que más de dos mil millones de humanos vivan en miseria, que en el país de las mil maravillas capitalistas existan 38 millones de pobres,  que en la Europa receptora de todas las riquezas que le saquearon a los pueblos “menos civilizados” de America, África, Asia y Oceanía,  sus habitantes estén buscando propuestas alternas al capitalismo para salir de su profunda crisis. Por otra parte como es que países rurales y pobres llegaron a convertirse en potencia económica en menos de 100 años de revolución como URSS y China o Libia (antes de la invasión imperialista yanqui), cuba e Iran  que en pocos años pasaron de la miseria a países con un bienestar social de las mayorías superior al de muchos de sus vecinos capitalistas.

Nuestro socialismo es apenas un proyecto en construcción, sin recetas mágicas, con errores prácticos propios de la construcción dialéctica, con dificultades inevitables producto de atreverse a desafiar la lógica dominante que protege a los nuevos Amos, Señores y Reyes disfrazados en empresarios exitosos, esos que ya no justifican su poder en divinidades o en su superioridad física o mental sino en sus habilidades para expropiar de todos sus recursos a la clase trabajadora. Por ello la moral de los revolucionarios no puede solo sustentarse en los logros de la revolución, sin menospreciarlos debe concentrar su esperanza en la ruptura de la dominación que traerá una infinidad de beneficios, especialmente en el ser por encima del tener.

Dejando al lado el pragmatismo, el fundamentalismo, el egocentrismo de creerse poseedor de la verdad y el antropocentrismo que coloca al hombre por encima de la naturaleza, el revolucionario debe juntar leña de todo árbol que preste su energía para avivar la llama revolucionaria sin discriminar por color, textura, edad, consistencia, ni cualquier otra cualidad que no sea el de luchar por construir un nuevo mundo libre de la opresión del hombre (y la mujer)  por el hombre y en armonía con la naturaleza.

En mi país todos los que de esta manera pensamos sin importar si acompañamos a Maduro ciegamente o lo hacemos con reservas críticas y hasta los que no lo acompañan pero de corazón son revolucionarios no podemos andar como perros y gatos peleando entre nosotros, desgastándonos en una lucha estéril haciéndole el juego al verdadero enemigo, criticando siempre al camarada de clase (ahuyentando a los que podrían y deberían acompañarnos en estad lucha) y lanzando pocas críticas al verdadero enemigo y sus lacayos servidores.

Todo el que quiera construir el socialismo, que se dedique ha hacerlo en la práctica desde su trinchera para que nos enriquezca con ejemplos palpables, exitosos, que muestren resultados y no solo con argumentaciones teóricas que enamoran y motivan a hacer revolución pero que son inorgánicas mientras no se llevan a la práctica y se nutren de ella y que solo sirven para enaltecer el ego de sus defensores y agrietar la unidad de los revolucionarios.



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Noel Peralta Barreto


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