Si en la década a los años setenta, la Biblia, ese conjunto de libros, se constituyó, con el devenir de la práctica litúrgica y la militancia en la fe católica, en un clásico de nuestra juventud creyente; en aquellos emprendedores de la palabra, que balbuceábamos a Sócrates, a José Ingenieros, los cuentos de Rómulo Gallegos o alguno poema rimado y otros tantos textos de obligado camino académico; aquel fascinante libro se convirtió en un torrencial aguacero, soporte cognitivo, que permitió encontrarse con la América Latina extraviada, terriblemente desconocida y escondida por la escolaridad ideológica cómplice.
Si el Manifiesto Comunista, transitaba paralelo nuestra existencia como furtivo porrazo al mismísimo fetichismo mental capitalista y aquellos manuales marxistas de Martha Harnecker, Henri Lefebre, Nicolái Bujarin, Ernest Mandel y Federico Riu, iban y venían, con implacable esfuerzo y sistemático estudio para llegar descubrir que hasta el espacio para construir viviendas se había convertido en mercancía; entonces las Venas abiertas de América Latina, obra de Eduardo Galeano, constituyó un clásico de turbada lectura, de implacable aporte formativo y de fiesta de la palabra escrita. La historia de América Latina es la historia del despojo de los recursos naturales.
Junto a Josefina Olivo, con su libro La Resistencia Indígena en Conquista, que despertó nuestras ancestrales raíces originarias de resistencia cultural, de batalla noble y ramalazo histórico; el libro Las Venas Abiertas de América Latina, de Galeano, se trasmutó en arsenal teórico conceptual de iniciada militancia revolucionaria. A los embusteros, familiares, docentes, intelectuales televisivos, lisonjeros de historia, cachifos académicos y huelefritos de la fiesta, los mandaron al carajo. Aquello fue un monumental abrazo intelectual, un primer gol teórico. Los Nadies usurpamos la palabra.
Transcurridas 50 ruedas, camarada Galeano, cuando los barberos me humillan cobrándome la mitad, no queda otra que esta manía de leerte, volverte a leerte, disfrutar de tu jodido humor, haciendo piruetas con esta Vinotinto y esta extraña dictadura que le ha dado por andar haciendo elecciones a cada rato. Bordeamos tu obra como nuestro abrazo venezolano de felizaño. Lo dijo, Oriol Vall, que se ocupaba de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, el primer gesto humano es un abrazo. Tu palabra siempre será una lectura colectiva.