No es nada nuevo que se señale a los rojos, que se les pretenda insultar con el mote de conspiradores, con esto tratando de desacreditar los arrestos de los consecuentes. Esos lastres, esos subversivos, bochincheros, los agitadores de sueños, esos perturbadores, resentidos sociales. Esas lacras que le apuestan a la anarquía.
Terroristas los llaman los capitalistas. Esas camisas blancas que viven de la sangre roja que le chupan al país porque saben que ahí está la vid. Ellos mismos se nutren de nuestra hemoglobina, y en un cuento de hadas nos hacen creer que los rojos son los malos de la historia, así nos han traído arreando durante siglos. Y al contrario, no hay nada más digno que el rojo porque el rojo es el color de la sangre, nadie vive de chilate en las venas, -solo los vendidos-. Entonces el rojo es vida. Simple. No hay que ir a la universidad y estudiar maestrías y doctorados para entender algo con el sentido común. Para ejemplo ahí están los campesinos, con más arrestos que la mayoría de letrados que no hacen para no ensuciarse los mocasines.
Los capitalistas que sí son los verdaderos terroristas, destilan ese odio que nos tienen a los proletarios cuando nos atrevemos a expresar. Ese temor cuando los que siempre hemos cargado en los hombros los cimientos del país, nos atrevemos a denunciar, a pensar, a salir del silencio. Cuando abarrotamos las calles sienten la guillotina cerca, porque no hay traidor que pueda con la dignidad de un pueblo.
Esos mercantilistas que han vendido a los extranjeros hasta su propia entraña, nos han dicho desde las escuelas de primaria hasta los salones de universidad que la rebeldía no trae nada bueno, que por rebeldes hay muchos bajo tierra. Que no se puede nadar contra la corriente. Que la rebeldía es sinónimo de delincuencia. Tratando con esto de hacer del temor nuestro hábito y una tradición. Están bajo tierra y desaparecidos no por rebeldes, sino porque esos mismos mercantilistas no los pudieron ver de frente y directo a los ojos, se acojonaron con tanto valor y no pudieron contra la dignidad. Y la emboscada fue a traición, cobardemente por la espalda. Todas las dictaduras que han sufrido nuestros países han sido golpes a traición. Impuesto el temor, la opresión, la deslealtad la desmemoria y la ignorancia. Golpe a golpe hasta obligarnos a renunciar a nuestra propia identidad y honra.
Para luchar por lo que es propio no se necesitan ideologías o credos, sí de arrojo y nervio. Sí de dignidad y conciencia. A través de la historia han sido los rojos los que han puesto los muertos y las violadas, ríos de sangre han retumbado las calles marchitas de nuestra Memoria tiranizada. Y digo rojo por decir dignos. En la vida no se puede ser otra coja si no rojo. Veámonos la sangre que hace bombear nuestro corazón. Ésa es la respuesta. Cuando dudemos solo sintamos el pulso de nuestras venas vivas y ahí estará la respuesta y la fuerza. La luz.
Ser rebelde significa salir del redil, abandonar la oscuridad de la sumisión. Significa salir de la esclavitud de la doble moral y de la ignorancia. Es sinónimo de perder el miedo. De ser justo y equitativo. No se puede estar vivo no siendo rebelde.
Seamos capaces de cuestionar, como estudiantes universitarios de universidades públicas o privadas, de cualquier clase social, no seamos manejables, dóciles, no demos por sentado que lo que nos dicen así es. Como campesinos, obreros y proletarios no demos por hecho que lo que repiten en televisión, en la radio y los periódicos es la verdad verdadera. La historia oficial ha sido escrita por los tiranos. Y los mismos absolutistas controlan toda la basura desinformativa y manipulada que nos llega por los distintos medios vendidos a la oligarquía traicionera, con el único fin de mantenernos dormidos y amnésicos. Títeres y condicionados para que no despertemos en rebeldía y luchemos por nuestra libertad. Para que nos devuelvan lo que nos robaron, para que seamos una humanidad justa y vibrante en equidad.
No, no sintamos miedo por el color rojo porque solo es necesario pincharnos la yema de un dedo para que veamos que lo llevamos dentro, así seamos de distinta clase social, de color de piel, hablemos distinto idioma, seamos letrados o analfabetas. Y las fronteras que nos han impuesto nos dividan como hermanos. Se necesita rebeldía para hacer los cambios estructurales porque la imposición es demasiada, un yugo que no nos deja respirar y que se empeña en no querer que pensemos y tengamos criterio propio y que esto nos lleve a la movilización. A la unidad. Por eso nos dicen que el rojo es sinónimo de vandalismo. Por eso nos meten el miedo por donde nos quepa y por donde nos dejemos.
No tengamos miedo de los rojos porque todos lo somos. Nos guste o no. No nos dejemos manipular, ya no más. Para luchar por la justicia se necesita dignidad, se necesita corazón y amor. Se necesitan sueños de libertad. No denigremos, todas las voces son necesarias e importantes, todos valemos lo mismo como seres humanos. Todos somos capaces de aportar desde nuestros espacios, con nuestros medios. Solo la unidad y la rebeldía nos pueden salvar del desconsuelo de la dejadez y el dominio.
No es ningún insulto que nos digan resentidos sociales, es que sí somos resentidos y como dice la poeta y escritora chilena Cote Avello en su poema Resentidos:
Siento, sentí, sentiré,
resentidamente…
Después de todo lo arrebatado
después de todo lo trastocado
todo lo destrozado,
lo dañado y lo enturbiado,
no me pedirán que olvide y perdone.
No me abofetearán de nuevo.
No escupirán sobre mis antiguas
y renacidas lágrimas, su indolencia.
Después de todo, quiénes son para llamarme resentida.
¿Cuántos de nosotros entonces, desde nuestro resentimiento, inconformismo e insurgencia vamos a honrar nuestra sangre roja, despertando de una vez por todas de la modorra del miedo y de la indolencia?
Hablo de todos como humanidad y en todos los aspectos.