Quienes claman por salir del control actual de las cúpulas del poder tanto del gobierno como de la oposición, retoman el ya viejo concepto de la tercera vía. Es mucho lo que se habla de una "tercera vía", una "tercera opción" o un "tercer camino" ante la polarización aún reinante en el país, pero quienes se subordinan a esta idea quizá ingenuamente caen en la trampa de reproducir la tesis del capitalismo con rostro humano de Anthony Giddens y ejecutada por Tony Blair en el Reino Unido, que no fue más que un conjunto de ideas complementarias al fracasado neoliberalismo que mostraba lo deshumanizada que era su práctica en el mundo.
Hoy sin embargo, lo que pareciera demandar el pueblo que en un 70% no reconoce liderazgo ni en la oposición ni en el gobierno, no es una "tercera vía" sino una "alternativa revolucionaria" política y económica coherente, que haga lo que diga y que diga lo que va ha hacer, con el fin de permitir que sea auditable, por ser transparente en su acción.
La muerte del Presidente Chávez ha significado un quiebre en cuanto a la forma y estilo de liderazgo político en el país. El dilema se presenta porque aún los líderes actuales tienen como reto imitar o antagonizar con Chávez, siendo aún muy incipiente el surgir de nuevos liderazgos propios, que incluso puedan compartir y defender el legado del Presidente Chávez, pero que no pretenda imitar o reproducir su estilo.
El liderazgo del Presidente Chávez fue una extraordinaria oportunidad para amalgamar a una izquierda históricamente fragmentada, dispersa y en permanente conflicto, pero también generó una dependencia que hoy producto de su ausencia pone en riesgo esta unidad.
Cuando el Presidente Chávez el 8 de diciembre del 2012 hablaba de la unidad, era evidente que no se pronunciaba favorablemente a una unidad en torno a la corrupción y a la impunidad, sino más bien una unidad en torno al pueblo, a sus luchas, a la permanente transferencia de poder, y la justa valoración del trabajo, principio fundamental del socialismo.
Hoy, los liderazgos sustitutos pretenden llamar a una unidad incondicional que busca obligar al pueblo a ser permisivo con la corrupción y la impunidad de la burocracia, la banca y el capital. Una verdadera alternativa, no puede levantar la vieja bandera de un giro neoliberal, que el pueblo decidió superar hace ya casi dos décadas, pero tampoco puede levantar la bandera de lo malo y lo negativo de un proceso revolucionario que tuvo cosas muy buenas, pero también cometió errores.
No es la Tercera Vía, es la Alternativa Socialista y Revolucionaria la que hoy exige la mayoría de la población venezolana que añora las cosas buenas de Chávez, que acepta que hubo algunas políticas del pasado que deberían mantenerse, pero que fundamentalmente cree que debemos seguir innovando en la formulación de un modelo económico productivo alterno y una forma de hacer política que ya no dependa de un liderazgo mesiánico, y que se preocupe porque la socialización económica, con base en la productividad soberana e independiente para la riqueza y el bienestar de la nación, sea el centro de atención de líderes que se alternen mientras se consolida el verdadero poder popular.