“Cuando más nos dejamos esclavizar por el tener, más caemos víctimas de la corrosiva ansiedad que el tener implica”.
Gabriel Marcel
“El mar no se llena nunca, aun recibiendo el caudal de un gran número de ríos; del mismo modo, el ansia de riqueza del avaro no se sacia nunca: se duplica, y ansía de nuevo que sus riquezas se multipliquen y nunca ceja de duplicarlas, hasta que la muerte le arrebata por fin esta preocupación inextinguible”
Evagrio Póntico
En las raíces mismas de nuestro lenguaje encontramos dos verbos: “ser” y “tener”. Estas palabras se han integrado tanto en nuestro irreflexivo discurso cotidiano que su sentido primordial casi se ha perdido. Sin embargo, denota dos de las dimensiones más fundamentales de nuestra existencia: tener y ser. Estas dos dimensiones revelan dos actitudes distintas hacia la vida .En términos de tener, la vida se experimenta como una extensión horizontal que desemboca, precisamente, en horizontes cada vez más lejanos; en términos de ser, la vida se siente en su profundidad vertical como aterradora y silenciosamente misteriosa. Hoy en día, la tendencia a preocuparnos por tener, permitiendo la pérdida de contacto con la dimensión del ser, es cada vez más pronunciada. En nuestros tiempos, cuando los valores materiales dominan la vida social y cultural hasta grado extremo, la intensa urgencia por tener crea cada vez un abismo mayor en cuanto al conocimiento de quién y qué somos.
El tener está caracterizado por la adquisición. La idea que domina nuestra visión del mundo es que el objetivo de la existencia personal se cumple según seamos o no capaces de amasar y poseer. Esta ansia de adquirir más y más se extiende en un amplio abanico de campos y reinos. El reino más inmediato y tangible es el de los objetos materiales. Por su solidez, tangible y poderosa, acumulamos cosas inanimadas que parecen ofrecer protección, seguridad y estatus social.
Otro reino es el de la gente: esposas, maridos, hijos, amigos y conocidos; todos ellos dispuestos en un círculo a nuestro alrededor, conectado en el centro por los hilo del apego y la posesión .Pero el alcance de la obsesión por tener se extiende incluso más: llega al reino abstracto del pensamiento. Podemos dividir este reino en diversos campos de conocimiento: el científico, el político, el económico, el sociológico, el histórico, el religioso, así como en los muchos otros que emergen contantemente. Cada uno de estos campos abre nuevas posibilidades para más adquisiciones. Es sintomático de nuestra cultura orientada hacia el tener que el individuo más admirable intelectualmente sea, por lo común, quien haya almacenado mayor número de hechos y pueda rescatarlos de su memoria en el menor tiempo posible. Con frecuencia, el aprendizaje y la educación han degenerado en una mera acumulación sistemática de hechos e información. Diariamente nos enfrentamos a una cantidad desordenada de noticias que se espera sean añadidas al montón de hechos y números dormidos en nuestra memoria. El progreso ha terminado siendo la capacidad, siempre en aumento, de poder acumular objetos sin vida en cuantos más campos mejor. Con razón nos hemos denominado, “la sociedad de consumo”.Incluso nuestros propios cuerpos y mente se observan como “cosas” que “tenemos”. Se dice que la vida es el bien más preciado que poseemos.
En consecuencia cuerpo, mente y vida son entendidos como objetos que “yo”, de un modo u otro, puedo retener o perder. Aquí, como en todos los actos del tener, se crea un abismo entre el poseedor y lo poseído.Tener presupone siempre un agudo y definido dualismo entre sujeto y objeto. El sujeto busca su bienestar, su razón de ser y finalidad empeñándose en adquirir y conservar objetos de los que está, inevitablemente, aislado. La máxima es: “yo soy lo que tengo” (E.Fromm). Como resultado, cualquier sentimiento de plenitud es siempre ilusorio, puesto que no hay nada que uno pueda tener que no tema poder perder: Vivir absorto en la dimensión horizontal del tener es el origen de todos los estados de inseguridad ontológica. Frutos de vivir como un sujeto aislado en medio de una multitud de objetos sin vida son la ansiedad, la alienación, la soledad, el vacío y la falta de sentido. Aunque nuestro campo de implicación se pueda extender a numerosos y diversos motivos de interés y preocupación, mientras siga predominando la noción de tener, nuestro ser permanece vacío y superficial. Vagamos de un lado a otro como extraños sumidos en una “multitud solitaria”. ¿Qué esperamos conseguir con esta incesante acumulación? ¿Por qué estamos tan apegados a tener cosas de manera compulsiva? La carencia de ser sigue indiferente a la plenitud del tener. Estamos tan habituados en nuestra vida a actuar únicamente dentro de los límites de la dimensión horizontal del tener, que la posibilidad de una dimensión de la existencia diferente , es decir , desde la dimensión vertical del ser, se difumina con rapidez hasta desaparecer.
Nota: En la Parte II de este artículo responderemos la pregunta:
¿Será capaz la Revolución Bolivariana de restablecer el primado del ser sobre tener?
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