No hay lucha de clases porque las clases no luchan; luchan las minorías que toman para sí la representación de las clases. Son las minorías las que han planteado y dirigido las grandes transformaciones de la historia. Y, mientras existan, las seguirán dirigiendo, hasta que las clases mismas desaparezcan, no por un mecanismo de igualación económica, sino de igualación mental.
Luis Alberto Machado – La Revolución de la Inteligencia -
El precio de mi voto está relacionado con los principios y valores ciudadanos, esos que constituyen la esencia del ser y para el ser, por eso el precio de mi voto jamás estará ceñido a la entrega de una vivienda por parte del Estado, no sólo porque ese es un derecho constitucional que tengo como venezolano junto con mi familia, sino porque sueño con un país en el cual pueda en función de mis ingresos, generados por mi trabajo honrado y honesto, acceder con un crédito hipotecario o por (auto)construcción, a esa casa o apartamento. Por ello el precio de mi voto siempre estará orientado por aquel gobierno quien me brinde las oportunidades hacia el desarrollo social y económico.
El precio de mi voto nada tiene que ver que como taxista, transportista, empleado público o militar, alguna institución del Estado me otorgue un vehículo de flota pública o para uso personal, porque eso lo único que demuestra es que debo estar constreñido a los mendrugos del Estado para lograr un “ascenso social” controlado por burócratas, quienes son los únicos que al final deciden cuáles son los “beneficiarios” de tales políticas de gobierno.
El precio de mi voto no puede estar en contradicciones entre el discurso de quienes dicen llamarse “socialistas” pero viven en condiciones capitalistas. Mi voto con una profunda carga de pensamiento social y de justicia, sería todo lo contrario, si lo hago en favor, de quienes llamándose representantes del pueblo, visten como burgueses, comen en restaurantes de lujo, viven en lujosas urbanizaciones y se desplazan en camionetas de lujo.
El precio de mi voto transciende sobre aquellos que prefieren se compren aviones de guerra o se les pague a los capitalistas de Wall Street en vez de invertir ese dinero en escuelas, hospitales o la agricultura del país.
El precio de mi voto no puede estar sujeto desde una semántica de “lealtad” y “obediencia”, al punto, que quienes hoy me lo piden, conociendo que tengo enormes necesidades de alimentación, llegan al punto de regalarme “bolsas de comida” por ese sufragio.
El precio de mi voto nada tiene que ver con aquella máxima de los negocios de “dando y dando”, no sólo porque ello me degrada como persona en sus deberes y derechos, sino porque ello demuestra que si alguien pretende darme “algo” por tan invalorable ejercicio ciudadano, es hacerme cada día más dependiente de sus “regalos” y prebendas, es decir, nunca votaré por aquellos que vean mi voto como una mercancía para mantenerse o acceder al poder.
El precio de mi voto no necesita de promesas y más promesas. No necesita de regalos y más regalos. El precio de mi voto necesita revivirme una esperanza, esperanza que yace enterrada por quienes sin argumentos algunos, más que sus propias torpezas, han quebrado no sólo económicamente al país, sino que moral y éticamente han hecho de la patria una profunda anomia sin retorno. El precio de mi voto es el valor de mi consciencia. Y mi consciencia no tiene precio. A propósito de ser ciego. Quien tenga ojos que vea.