El advenimiento del socialismo, cuyos rasgos muy generales he intentado describir en algunos artículos, sólo puede ocurrir a plenitud -según lo estiman serios estudiosos- como búsqueda simultánea de un número significativo e influyente de países con pueblos solidarios decididos a construirlo. Nacionalmente, no obstante, es dable avanzar largos trechos y alcanzar importantísimos logros, y nada indica que deba desecharse la posibilidad. Además, cada revolución auténtica tiene rasgos propios y puede explorar caminos inéditos.
En Venezuela andamos en esa exploración. El presidente Chávez conquistó la emoción y adhesión popular gracias, entre otros -según nos parece-, a los siguientes hallazgos signados con su impronta: primero, nacionalizó la revolución, llamando a ella en nombre de Bolívar y los Libertadores -y no de otros revolucionarios, grandes pero lejanos-, lo cual ganó el corazón de las masas populares y las llevó a ver la lucha como un proceso único, que viene desde el pasado a enfrentar los problemas del presente y proyectarse hacia el porvenir; segundo, “religionizó” la revolución, incorporando a sus filas a dos formidables camaradas amados por el pueblo y que antes utilizaba el enemigo para sojuzgarlo: Dios y Jesucristo; tercero, pacificó la revolución, sosteniendo -y demostrándolo hasta ahora- que es posible realizar transformaciones sociales profundas de una manera pacífica y democrática; cuarto, unificó las potenciales fuerzas cardinales de la revolución, al devolver a la Fuerza Armada su original conciencia patriótica y bolivariana y construir la unidad cívico-militar; quinto, “demoprotagonizó” la revolución, al entregar al pueblo la democracia participativa y protagónica, que es el núcleo vivo del proceso, que es la revolución en sí misma: es el pueblo, sobre la base de su crecimiento en organización, unidad y conciencia, ejerciendo su poder y llevando a cabo las tareas históricas planteadas.
Esas tareas son por ahora, como se ha dicho, las de la liberación nacional, las cuales, según lo comprueba la experiencia, no pueden adelantarse hasta el final dentro de las condiciones del capitalismo; y el desarrollo de ese proceso nacional-liberador va destacando al mismo tiempo elementos socialistas: en la base material (las empresas básicas en manos del Estado con gobierno popular, las cooperativas y otras formas), en la atención “demoprotagónica” de las necesidades populares (las misiones) y en el desarrollo ideológico del pueblo protagonista.
La construcción del socialismo es un proceso de largo aliento y en las condiciones de la Revolución Bolivariana implica la convivencia por un tiempo prolongado con el capitalismo, y la competencia con él. La garantía de la victoria estará dada por la medida en que se forjen la conciencia socialista del pueblo, el carácter socialista del Estado y la capacidad de la economía socialista para satisfacer las necesidades materiales y espirituales de la población.
La ideología de la Revolución -que ha superado la prueba de la práctica- seguirá siendo, por supuesto, el bolivarianismo: es el cemento de la cultura nacional y de la integración latinoamericana; reempata el hilo de nuestro acontecer colectivo y recupera la visión histórica de nuestro pueblo, dándole la percepción de un continuo que enlaza el pasado, el presente y el porvenir; se ha enriquecido y se enriquece constantemente con las ideas de redención que han surgido y van surgiendo del pensamiento venezolano, latinoamericano y universal, incluyendo como sustentos fundamentales las concepciones vivas y necesarias del marxismo y las hondamente humanas del cristianismo originario.
Por eso, el Socialismo del Siglo XXI puede llamarse también Socialismo Bolivariano.