Cambio post 6-D o muerte

No, qué va, yo no estoy proponiendo la renuncia de nadie ni el cambio de ningún gabinete porque, lo sabemos, tal acción superflua no arreglaría el problema. No, no. Sería algo así como el ilustrativo clisé del dolor de cabeza: bajarlo con pastillas sin corregir las causas de la infección o tumor que lo dispara.

Yo estoy proponiendo que el gobierno baje a las masas populares, al poder comunal, simplemente, y que desde allí, vía postulados de la izquierda redentora, trabaje con el hombre de la calle y sea el gobierno central su expresión, con toda la problemática que la calle supone. ¿No se denomina la Revolución Bolivariana “Poder Popular para […]”, fundamentalmente? ¿O ese entrecomillado en los nombres de los ministerios y dependencias gubernamentales es sólo una facha? Vamos, vamos, seamos autocríticos: no digamos que la pared es blanca cuando es negra.

¿Qué digo? Digo que el problema que aqueja mortalmente a la Revolución Bolivariana en el presente, y a la izquierda en retroceso en general en América Latina, es el distanciamiento del sistema respecto de su pueblo, masa de donde, en efecto, surgen sus líderes para luego almidonarse en el poder, siendo esto históricamente el eterno drama de todas las debacles políticas. Véase la historia.

No, no, yo no estoy pidiendo que el presidente Nicolás Maduro haga cola en un Día Día o en un Mercal para comprar huevos; qué va, no se me ocurre semejante estupidez. Eso no es indicio de salud revolucionaria, sino quizás la expresión del peor populismo que uno pueda imaginar. Él, como otros rangos de elección popular, fue electo para trabajar ejecutivamente, para orquestar y dimanar el poder desde y hacia las bases.

Yo estoy hablando de la fisiología de un organismo, no de liquiliques o guayaberas que lo vistan. Estoy hablando de elección, evento que fundamenta y reivindica a toda fenomenología política, de raigambre popular para más señas; y de la expresión de esa elección en los cuerpos estructurales del poder instituido. El gobierno se sentará a mandar con el pueblo, teniendo operadores políticos nacidos de las filas populares, y fin a ese dedo señalador que elige nepóticamente en lugar del elector verdadero.

De eso hablo, de hombres y mujeres trabajando en el entramado del poder con vista y conciencia de su propio hecho existencial, de los problemas de las comunidades de donde surgen y con capacidad para redimensionar problemas y soluciones hacia los ámbitos de la realidad nacional. El mismo lío que existe en Caracas para conseguir un paquete de harina de trigo, sea por causa de la real guerra económica que vivimos o por la inconsciencia de un inescrupuloso bachaquero que la acapara y revende, es el mismo que ha de existir en cualquier parte del país, y esa es una conciencia que una expresión comunal habrá de llevar a la estructura del poder para más difícilmente despojarse de su conciencia de pueblo. No necesitamos a esos ocupantes de cargos gubernamentales señalados a dedos, a esos bichitos del Estado que, olímpicamente, se van a unas islas caribeñas a hacer mercados mientras los pela-bolas que lo eligieron (obligados por un dedo que se los impone) pasan los mil y un demonios en las colas viviendo en carne viva los efectos de la guerra económica.

¿Podría alguien decirme qué tipo de conciencia comunal, comunitaria, humanista y revolucionaria hay en una acción como ésta? ¿No parece la cosa, más precisamente, un acto de menosprecio popular, más que de expresión? En fin, nadie asegura que un funcionario extraído del poder popular, apenas investido con su saco y corbata gubernamental, no se vaya a comprar en otra parte lo que en Venezuela falta; pero, al menos, es un indicativo de un esfuerzo de cohesión y expresión que el aparato de construcción revolucionaria realiza para ajustarse a la letra.

Estemos claros, y estamos cansados de eso, y lo denunciamos porque en riesgo no está el pellejo de un gobernante o dos, sino el movimiento político nacional de izquierda en Venezuela. Usted que me lee y yo, que me comunicó con usted, sabemos de electos en el país que están allí porque los puso el dedo de Chávez y ahora los pone el dedo de Maduro, y esos electos ayer y candidatos hoy, lo sabemos, no son ni representativos ni participativos del poder popular, honestamente hablando, muchos de ellos repudiados por sus electores. No tengo necesidad de nombrarlos, pero usted me puede escribir y me los nombra, para seguir esta conversación y escribir otro artículo con nombres y apellidos. Fueron impuestos y pasados irrespetuosamente el poder de decisión comunal.

Apenas esto es un hilo del problema que presentamos de cara a las próximas elecciones, mermados como vamos por culpa tanto de un detalle (como el mencionado acá que atañe al poder popular) como a muchos otros embrollados. Y tal será mi posición a secas luego de los resultados electorales, salga una cosa u otra. Mío será el esfuerzo de presentarlo en las instancias del PSUV (UBCh, asamblea) al que me dedo, humildemente como pueda, con todo el humor crítico que desde estas líneas ejerzo. Hay un peligro de caída, de merma crítica, y debemos empezar a ejercer correctivos. Luego no habrá mañana ni ninguna otra oportunidad para acomodar nada. ¿Para qué diablos no iremos a reunir en un partido que tuvo el chance de enmendar y no lo hizo? ¿Para llorar sobre la leche derramada?

Hasta hoy el “poder creativo del pueblo”, no incorporado participativamente a la cosa política, con elegidos genuinos en un 100% de extracción popular, y el “Poder Popular para”, han sido una farsa y así lo denuncio. No más. Es hora de reclamar y señalar para corregir.

No todo se compra con plata circunstancial, con paliativos de momento. Es necesario sentarse a producir y a desmontar el maldito rentismo que nos aqueja. Es hora de sentarse a enseñar a pescar y no a regalar ningún pescado. El país no quiere producir nada y el Estado no hace su trabajo rector y supervisor cuando expropia o funda empresas o cooperativas. Dígame usted, mencióneme una sola industria exitosa pensada para desmontar la monodependencia petrolera. Menciono palabras emblemáticas, y todos sabemos de lo que hablamos: café, cemento, cabilla, huevos, carne, pollo, arroz, plásticos… Es cierto, hay una guerra económica, pero si la quitamos igual queda un aparato productor a la deriva, sin supervisión sistémica. Bastante el gobierno lograría en esto de incorporar al pueblo, en ser pueblo, en respetar al pueblo, en sufrir con el pueblo (nomás para mencionar un detalle), con hacer cumplir la leyes, servidas revolucionariamente para el pueblo. En ellas están contenidas la justicia y la participación popular, la democracia participativa, el legado chavista.

Basta ya de seguir con el libro, la letra y las fotos bonitas, y nada de trabajo de campo ni de prédica propia ni de ajuste a derecho. Por piedad, pido que no se sigan creando leyes contra bachaqueros, contra explotadores inmobiliarios, contra acaparadores, contra asignados en divisas, contra especuladores, contra delincuencia organizada, contra la corrupción, si un carajo de ánimo hay para hacerlas cumplir para salvar lo que de pueblo consagrado hay en ellas. Hora de quiebres de estructuras con sus correlativos cambios de actitudes. No hay vuelta atrás después de la hora electoral, resulte lo que resulte. En el mejor de los casos, no puede servir un triunfo mermado o pírrico para seguir proclamando que nos las estamos comiendo y haciendo requetebién, que no hay nada que enmendar porque “ganamos”, animosos gritando que la “revolución avanza”.



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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental. Animal Político https://zoopolitico.blogspot.com/

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