Las primeras grandes teorías económicas del desarrollo, formuladas en los años 50 del siglo XX, preconizaban, siguiendo el modelo del Plan Marshall, grandes transferencias financieras internacionales en favor de los estados del tercer mundo, de manera que pudieran acumular el capital necesario para atravesar un umbral de inversiones considerado decisivo para abordar una modernización industrial acelerada.
En este aspecto, los economistas occidentales del desarrollo esperaban que esta masa de inyecciones financieras rompiera el "círculo vicioso de la pobreza" (teoría de Ragnar Nurkse), que acelerara la transferencia en masa de la mano de obra de la agricultura hacia la industria (teoría de Arthur Lewis), que iniciara el "gran empujón" del crecimiento industrial (teoría de Paul Rosenstein-Rodan) y más en general que provocara el "despegue" mundial de la sociedad hacia la era industrial (la tercera etapa en la famosa teoría del desarrollo en cinco etapas de Walt Rostow).
En un aspecto concreto, mientras que la mayoría de esos economistas liberales anglosajones limitaban la función del Estado a la asignación eficiente de las inversiones en una economía abierta, los heterodoxos europeos recomendaban un mayor intervencionismo estatal en un sector industrial protegido.
La idea central era que los Estados del tercer mundo, habida cuenta, debían llevar a cabo una inversión pública voluntarista y selectiva en favor de los sectores industriales considerados más estratégicos por sus repercusiones económicas: se habló entonces de efectos de arrastre (Albert Hirschman), de polos de crecimiento (François Perroux) y de industrias industrializantes (Gérard de Bernis). En cuanto a la actitud con respecto al mercado mundial, este desarrollo industrial planificado se concibió en general como una conquista prioritaria del mercado interior por las políticas de sustitución de importaciones (influencia de las tesis de Paul Prebisch).
Dentro de la tendencia de un intervencionismo teñido de socialismo planificador, el economista Paul Baran iba a preconizar la apropiación y rentabilización por parte del Estado del "excedente económico" existente en potencia en las economías subdesarrolladas (recursos del suelo y del subsuelo, inversiones extranjeras) gracias a una enérgica política de nacionalización de esos sectores productivos estratégicos.
Por último, otros heterodoxos como el social-demócrata sueco Gunnar Myrdal, tempranamente preocupado de convertir el crecimiento económico en desarrollo social equitativo, apelaban a la emergencia en el tercer mundo de Estados redistribuidores según el modelo de los Estados-providencia nacientes en Occidente. Muy rápidamente fueron las estrategias más intervencionistas las que obtuvieron el favor de los Estados del tercer mundo, por lo menos, de los Estados más influyentes en el liderazgo ideológico de los países no alineados: la planificación económica argelina iba así a inspirarse en la teoría de las industrias industrializantes, una versión india de ésta (modelo de crecimiento Mahalanobis) orientó el segundo Plan Quinquenal de la India (1956-61), mientras que las nacionalizaciones de los recursos del subsuelo incluidos los intereses occidentales (canal de Suez) se extendían por todos los estados del Medio Oriente. En América Latina, las tesis de la CEPAL fomentaban las estrategias de sustitución de las importaciones.
En el origen de estas teorías de desarrollo hubo grandes diferencias entre todos los economistas, tanto por sus tesis como por su formación intelectual, (hay un mundo entre los anglosajones liberales como Lewis o Rostow y los heterodoxos franceses como Perroux o de Bernis), no es excesivamente simplificador decir que la teoría económica del desarrollo de los años 50 a 60, en su conjunto, se articuló en general en torno a una concepción que atribuía a los Estados del tercer mundo una capacidad de producir, por medio de una modernización industrial acelerada, un desarrollo económico y social prometeico.
Para François Perroux en 1962, basta con que surjan minorías capaces de asumir los intereses de varias naciones y de servir a estos intereses, sin olvidar nunca que es inherente a la expansión histórica de la industria y a su destino racional, servir a todos los hombres. Quizá fuera el sueco Gunnar Myrdal el único, en la comunidad de los economistas del desarrollo, que daba muestras de un cierto escepticismo planteando la cuestión de la naturaleza de los Estados del tercer mundo como posible obstáculo para el desarrollo: en efecto, insistió en varias ocasiones en el riesgo que suponía la existencia de Estados ya fueran demasiado "blandos" para emprender políticas de desarrollo eficientes, o demasiado autoritarios, o demasiado corruptos para llevar a buen término las políticas necesarias para redistribuir los frutos del crecimiento. Pero estas llamadas a la vigilancia fueron ahogadas en el optimismo de la época, sobre todo en el economicismo dominante que dejaba fuera del campo económico este tipo de cuestionamiento político.
Por su parte, Luisa Fernanda Velasco, en un trabajo amplio y riguroso titulado: Lo "etno" del desarrollo: una mirada a las estrategias y propuestas del desarrollo indígena, expone que el desarrollo, desde un punto de vista más bien general se entiende como "...impulso progresivo y afectiva mejora cuando de los pueblos y sistemas políticos y económicos se trata." Se enfoca el desarrollo de un modo evolutivo, como en una etapa superior al subdesarrollo y a la que todos deben llegar como meta única. Van Kessel hace una diferenciación entre el desarrollo que se relaciona a grandes procesos revolucionarios vividos por la humanidad y el creado por el sistema capitalista europeo que presenta como contradicción la aparición del subdesarrollo, del que se encargan hoy en día los estudiosos.
Así mismo, Velasco afirma que desarrollo es el esfuerzo que pone una sociedad para asegurar y optimizar el bienestar integral de sus propios miembros por medio de un proceso de emancipación material, social y humana, idealmente proyectada en el pasado mitológico o en el futuro utópico.
Esa definición, basada en la teoría del desarrollo auto centrado de D. Senghaas, introduce el concepto de bienestar, pretende evitar el etnocentrismo expresado en muchas teorías desarrollistas y lo relaciona por un lado al bienestar humano, por otro pretende garantizar la autodefinición de grupos socio-culturales acerca de su propio concepto de bienestar. Las concepciones del desarrollo podrán darse ya sea como crecimiento económico, como etapas para conseguir bienestar general o como proceso de transformación desde las estructuras propias de una sociedad tradicional a una sociedad moderna, un proceso de cambio social con la finalidad de igualdad de oportunidades sociales, políticas y económicas. Todas estas maneras de desarrollo pretenden homogeneizar a la población.
Por lo general, la idea del concepto desarrollo, se centra en un proceso permanente y acumulativo de transformación de la estructura económica y social, resultando transformaciones profundas y cambios estructurales e institucionales. Para la citada autora, el objetivo del desarrollo debería ser, no solamente "tener más" sino de "ser más". El desarrollo es cambiante según la época, "es relativo en el tiempo" y lo que alguna vez se consideró desarrollo, en el caso que permanezca sin cambios puede convertirse en subdesarrollo. Se lo considera, entonces, como un problema de dinámica social y económica.