Si algo nos enseñó el marxismo es la consideración que, necesariamente, debe hacerse del contexto histórico en el cual se suceden y acontecen los hechos sociales. El marco histórico-social, nos decían en el Alma Mater. El asunto nos quedó como herencia intelectual. Punto de partida para cualquier análisis.
Una de las graves limitaciones de quienes estudian, apasionadamente, la Biblia, es el descontextualizar los hechos que se suceden y los personajes que participan, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento. Andan literalmente. Peligroso el asunto.
Si bien es cierto que el espíritu y propósito, de uno y otro Testamento, es el mismo; no menos cierto es que el contexto histórico-social es diferente.
A propósito del Primer Mandamiento, amarás a Dios, sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo, síntesis magistral del Decálogo de las Tablas Mosaicas; en el Nuevo Testamento, el mismísimo Jesús dice a sus discípulos: Amen como yo los amé. El contexto histórico es, sencillamente, distinto. Indudablemente, el primer mandamiento es “superado”. El término “superado” debe entenderse aquí en su sentido hegeliano, dialéctico, que implica que todo lo que es válido en las posiciones superadas queda conservado en las nuevas posiciones (Mandel, 1973. p-6). Así, sucede, por ejemplo, con algunos paradigmas políticos. La democracia participativa supera a la representativa pero no deja de ser tal. Se conserva la representatividad pero ahora es protagónica, descentralizada, de mandatos revocables. Lo válido anterior queda en el nuevo paradigma político. Pero el nuevo paradigma es revolucionario, transformador.
Dios se hace hombre en un contexto dominado por una legislación y una tradición, extremada y escandalosamente, machista. ¡Alabado seas, Señor Dios de los cielos, por no haberme hecho mujer!, oraban, todas las mañanas, los antiguos israelitas por haber nacido varones.
Quizás, uno de los contextos históricos-sociales, más contundentes sea el de la Magdalena. Nadie lanzó la piedra. Todo el mundo guardo su catapulta, porque todos andaban fornicando. El problema era que ella se acostaba con los invasores. La gran defensa de Jesús para con la féminas sería “lo que Dios unió no lo separe el hombre. El divorcio sería dispuesto por los varones.
En los tiempos de Jesús, las mujeres, eran, sencillamente, impuras. El ciclo menstrual impedía a la mujer ir al templo y los hombres jamás podrían acercarse a la mujer.
Recordemos aquella mujer de flujo permanente. Cristo con tocarla la sanó. Las mujeres de otros países eran, sencillamente, despreciadas. Jesús platicaba con todo el mundo. Los delitos sexuales eran imputados sólo a las féminas. Las trabajadoras sexuales eran consideradas las últimas en la escala social. Desprecio y más desprecio. Las mujeres eran, por naturaleza, mentirosas. Tampoco podría ejercer el papel de testigos. La primera testigo de la Resurrección sería María de Magdala. Pura Revolución.
Si el socialismo del siglo XXI no analiza el contexto histórico-social contemporáneo andaríamos con una pata coja. Si ha de nutrirse del Cristianismo, por ejemplo, a de ser a la luz del Nuevo Testamento y al ritmo de una Cristianismo social y liberador. En el contexto histórico de la Resurrección resulta firmemente socialista: amen como yo los amé.
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