¿Cómo un proceso social, de transformación e inclusión, puede evadir no tener detractores en el seno de su evolución y ejercicio del poder? La revolución bolivariana hoy se enfrenta a una de las más duras etapas de su evolución como movimiento social de inclusión. El desparpajo de los que de corazón han apostado al proceso social y político, por una nueva forma de entender la gestión pública y la administración de los recursos naturales y económicos del colectivo, no ha dejado de ser inmenso, ante un liderazgo que se va desquebrajando y diluyendo en una cúpula que se ha adjudicado la herencia del pensamiento de Hugo Chávez y sus ideas visionarias.
Hay un gran abismo en la sociedad venezolana; unas estrategias que surgen en el marco de la exclusión de unos grupos y la aceptación de incondicionalidad. Definir en el ahora histórico el “ser revolucionario” como aquel que no sea autocrítico y que acepte, sin mayores consultas y aclaraciones, las cosas tal cual se las presentan para que de él no se tenga dudas de su sinceridad y lealtad a la revolución, es un acto anti-democrático y perverso. El problema está en que la tendencia en la sociedad venezolana es la de generar sacrificios en un contexto de esperanza porque “esto cambie”; se cuestiona la figura generacional que representa el Presidente Nicolás Maduro, y se tiende a elucubrar de que la salida comienza por su remoción del cargo. El interés, desde la derrota circunstancial del 06 de diciembre del 2015, es deslegitimar los poderes, romper el equilibrio y rasgar la visión de país se ha venido instituyendo.
En cuanto a la remoción del liderazgo existente en los poderes públicos nacionales, se ha convertido en una especie de apuesta personal de algunos bandos de la derecha y la ultraderecha; ese desgarre de la institucionalidad no alcanzará objetivos desde la pasividad de un discurso, necesita activar la calle y con ella la violencia. En eso no puede estar negado el Gobierno, se busca por todos los medios derrocarlo, pero en esta ocasión, a diferencia del tiempo de Hugo Chávez, el derrocamiento quiere hacerse de raíz, restituyendo valores del pasado y minimizando la simbología del movimiento chavista bolivariano. Es un ataque sin cuartel y temerario, porque no están contemplando los daños colaterales como el sacrificio de una generación completa que está padeciendo los estragos de una crisis económica y de valores sin precedentes.
Ante este escenario, que no debe apreciarse como de incertidumbre, porque todo está dicho y se reconocen los frentes de ataque, el Gobierno tiene la responsabilidad de convocar a un diálogo, y lo está haciendo. Ese es el papel del Gobierno, abrir puertas, convocar, crear unidad nacional; y el papel de una oposición seria, responsable, que persiga un fin de bien común para todos, es la de crear condiciones para el diálogo. Pero un diálogo que se inicie con insultos, de bando a bando, con persecución y con trofeos de guerra, no es posible darse. Y al fallar las condiciones de diálogo, se está ante una situación de inercia, de no avance ni retroceso, pero sí de mucho deterioro alrededor de las dos posturas encontradas.
¿Se quiere salir de la crisis política, social e institucional? Hay que comenzar por crear confianza, por instaurar como bandera de acercamiento y vinculo, el respeto. Partir de que ambos bandos tienen contradicción y puntos de vistas distintos, pero respetarlos. Tan válido es querer una sociedad con automarcados capitalistas llenos de productos a precios especulativos; como tan válido es implementar centros de distribución y abastecimientos populares, en los cuales todos tengan acceso a los alimentos y a los productos de primera necesidad.
No es descabellado pensar que podemos generar un “capitalismo socialista”, porque, al fin de cuentas, los entendidos de los procesos económicos modernos, sabemos que es a través del capital que se alcanza un progreso significativo en este mundo global. Pero también sabemos que ese capital es tóxico, genera oxido y putrefacción en las sociedades donde se impone como única vía para las relaciones de consumo. No se quiere un capitalismo salvaje, hambreador, hostigador y mal intencionado; se quiere un capitalismo humanizado, perfeccionado, integrador, catalizador de las necesidades del colectivo y que enseñe a la sociedad a auto-reproducirse y auto-abastecerse, y no a depender de grupos o transnacionales.
Se callan los que no tienen moral para exigir al liderazgo existente que reaccione; la salida no es la confrontación, menos la violencia. Si algo se puede plantear en el momento más álgido de esta contienda por el diálogo, es la teoría del “último argumento”, el cual, en todas las experiencias sociales, termina siendo la aniquilación física de los contrarios, y ese camino no se quiere para Venezuela. Allí está el ejemplo de Colombia, cincuenta años tratando, ambos bandos, de triunfar con su último argumento y lo que eso ha legado es hambre, miseria y millones de muertos, desaparecidos y desplazados.
La vida es muy corta para que la perdamos soñando con la banalidad del poder; el poder es la capacidad de hacer algo por los demás y no la de obligar a los demás a que hagan algo por uno. No hace falta más lágrimas y sufrimiento para nuestro pueblo, necesitamos conversar, sentarnos, dialogar como familia y buscar, entre tantos desencuentros, una esperanza válida que nos haga superar las diferencias y construir una sociedad multicolor, adepta a nuestra identidad natural, creativa, solidaria y, por encima de todo, convencida en que el futuro lo construimos todos y no un sector de la sociedad.