La teoría de la dependencia y el sistema mundo

La teoría del sistema mundial ha influido en numerosas áreas de las ciencias sociales contemporáneas. Fue elaborada por Immanuel Wallerstein a partir de un gran estudio de la historia contemporánea y una detallada crítica del capitalismo global. Su enfoque presenta numerosas sintonías con la teoría marxista de la dependencia. Recogió ideas de esa concepción e incidió en los debates del dependentismo. Varios autores han explorado las relaciones entre ambas visiones: ¿En qué terrenos convergen, divergen y se complementan?

CICLOS Y HEGEMONÍAS

Wallerstein estima que el capitalismo surgió en Europa hace 500 años con una fisonomía directa de economía-mundo. Emergió del agotamiento de un régimen previo de imperio-mundo que había sucedido a los mini-sistemas de subsistencia.

El estudioso norteamericano considera que las formaciones más primitivas funcionaban en torno a la división extensiva del trabajo, en marcos culturales muy diversos. Estima que el esquema posterior se desenvolvió en extensas geografías con regímenes políticos centralizados y que el tercer modelo rige hasta la actualidad. El capitalismo mundializado se asienta en estructuras políticas múltiples, división geográfica del trabajo y gran variedad de estados nacionales (Wallerstein, 1979: 489-492).

Este sistema apareció con la crisis del feudalismo (1300-1450) y se expandió a escala mundial. Se distanció rápidamente de otras regiones como China, que habían alcanzado niveles de población, superficie y tecnología muy semejantes. El motor de ese empuje fue la rivalidad económico-militar imperante entre las monarquías absolutas. El choque entre esos estados incentivó la asociación de las nuevas burguesías con las viejas aristocracias, apuntaló la acumulación y pavimentó la aparición del comercio global (Wallerstein, 1979: 182-230, 426-502).

Desde ese momento el sistema-mundo ha gobernado en el planeta a través de cuatro ciclos seculares propios del capitalismo. La fase inicial de gran expansión (1450–1620/40) fue sucedida por una larga crisis (1600–1730/50), que desembocó en una etapa de excepcional desarrollo (1730-1850). El cuarto período persiste hasta la actualidad y sería el último de este universo moderno (Wallerstein, 2005: cap 2).

El pensador sistémico estima que ciclos expansivos y contractivos de 50-60 años han regulado esas etapas. Son fluctuaciones denominadas Kondratieff, que operan como secuencias previsibles dentro de procesos de mayor duración, que determinan el curso del sistema mundial (Wallerstein, 1984: 5).

El teórico estadounidense estima que una estructura interestatal ha funcionado a escala internacional con hegemonías cambiantes. Cada supremacía emerge como resultado de sangrientas guerras que afianzan el predominio de la potencia ganadora. Al cabo de cierto tiempo la superioridad económica del vencedor es socavada por los rivales, que copian innovaciones evitando los gastos bélicos afrontados por el dominador. Esta misma secuencia se repite con el triunfador de la siguiente etapa (Wallerstein, 1999a: 279).

Luego de un antecedente ibérico, los Países Bajos comandaron el primer liderazgo significativo, aprovechando sus ventajas en el comercio, la agricultura intensiva y la fabricación textil. Esa primacía fue desafiada por Inglaterra y Francia que habían alcanzado cierta paridad de desarrollo. El control de ultramar fue la llave del éxito británico. Permitió establecer colonias que compensaron la inferioridad de población y recursos internos. Esas implantaciones facilitaron la acumulación de moneda y el manejo de un gran mercado externo (Wallerstein, 1984: 50-98, 102-174; 1999: 83-99).

También la hegemonía estadounidense obedeció durante el siglo XX a victorias en el plano internacional. Para Wallerstein el timón de la economía-mundo queda siempre definido en ese terreno exterior. Ahí se dirimió la superioridad norteamericana sobre sus competidores (Alemania y Japón) y subordinados (Inglaterra y Francia).

Esta sucesión de hegemonías es explicada por la naturaleza competitiva de un sistema, que impide la consolidación de centros imperiales totalmente dominantes. Por eso fracasaron los tres intentos de gestar ese control absoluto (Carlos V, Napoleón y Hitler). La economía-mundo se recicla mediante la auto-destrucción que genera el propio ejercicio de la hegemonía.

ÓRDENES Y JERARQUÍAS

Wallerstein detalla varios principios de funcionamiento del sistema mundial. Subraya la permanente ampliación de ese circuito, mediante la incorporación de áreas externas a una estructura segmentada entre países centrales y proveedores de materias primas. A medida que la economía-mundo se expande, todas las regiones del planeta quedan incorporadas a ese dispositivo (Wallerstein, 1979: 426-502).

América fue absorbida durante la conquista española y Europa Oriental cuando consolidó su exportación de alimentos. La India, el Imperio Otomano, Rusia y África Occidental ingresaron al quedar sometidas a las exigencias de la división internacional del trabajo.

Esa subordinación afianzó las especializaciones laborales y productivas de cada zona. La temprana industrialización de Inglaterra, Francia y los Países Bajos determinó la primacía del trabajo libre. En América del Norte prevaleció la esclavitud para asegurar la provisión de insumos al Viejo Continente. En Europa Oriental se impuso la servidumbre para garantizar el abastecimiento de granos y en zonas intermedias -como Italia- predominaron mixturas de trabajo asalariado y forzado (Wallerstein, 1979: 93-177).

Con ese enfoque se considera que el capitalismo debutó como un sistema mundializado y se afianzó con la inclusión de países en la cúspide, el medio y la parte inferior de su estructura. La ubicación central, periférica o semiperiférica de cada país determinó el tipo de explotación laboral prevaleciente.

También el producto exportado fue definitorio. Quienes se insertaron en forma subordinada aportaron los bienes requeridos para la fabricación de mercancías más elaboradas. Cuando concretaron esa integración, sustituyeron su viejo rol de vendedores de bienes secundarios (o suntuarios) por un nuevo papel de proveedores de insumos específicos (Wallerstein, 1999a: 183-207).

Esa mutación determinó la especialización del subcontinente indio en la producción de índigo, seda, opio o algodón y la transformación del Imperio Otomano en exportador de cereales. África Occidental afianzó su elaboración de aceite de palma y cacahuates y Rusia consolidó sus ventas de cáñamo, lino y trigo.

Estas incorporaciones al sistema-mundo provocaron, a su vez, la destrucción de las viejas manufacturas locales. En la India quedó demolida la producción textil, en el Imperio Otomano se desmoronaron los centros productivos de Anatolia, Siria y Egipto. En África fueron pulverizadas las embrionarias modalidades fabriles. Sólo Rusia pudo resistir el embate por la relativa fortaleza de su ejército (Wallerstein, 1999a: 207-212).

El teórico de los sistemas entiende que las ubicaciones y jerarquías de cada región se reproducen a través de una cadena de productos, que ensambla a todos los participantes en un mismo circuito mundial. Mediante el intercambio desigual y el flujo polarizado del comercio, esa conexión refuerza el predominio de ciertas zonas centrales. El sistema incluye, por lo tanto, una constante recreación del subdesarrollo.

La misma jerarquía global se reproduce también con transformaciones industriales que modifican la localización de las distintas ramas. La presencia de la industria textil retrataba en el siglo XVI a una economía central. Pero esa misma actividad era representativa en el siglo XIX de un país semiperiférico y se tornó característica de una periferia a fines del siglo XX. La cadena de productos se ajusta a la periódica reorganización de la jerarquía estable del capitalismo mundial (Wallerstein, 1986).

En este análisis también se considera que el sistema-mundo funciona mediante una estructura política, que reafirma la ubicación central, periférica o semiperiférica de cada país en la jerarquía global. Ese encasillamiento se amolda a la preeminencia de estados fuertes, débiles e intermedios. Las distintas formaciones estatales coexisten a través de reconocimientos mutuos, que aseguran la legitimidad internacional de cada país (Wallerstein, 2004: cap 18-19).

Esos estados son indispensables para mercantilizar la fuerza de trabajo, asegurar el cobro de impuestos, garantizar la ganancia y socializar el riesgo. El capitalismo necesita jurisdicciones territoriales y fronteras definidas para externalizar los costos de las grandes inversiones y sostener políticas de protección o liberalización comercial (Wallerstein, 1988: 36-48).

La gravitación decisiva que el teórico estadounidense asigna al estado contrasta con el papel secundario que atribuye a la nación. Considera que estas últimas entidades se conformaron como simples derivaciones de los estados y han servido para cohesionar a los individuos en torno al patriotismo, el sistema escolar y el servicio militar (Wallerstein, 2005: cap 3).

Con un razonamiento semejante, se plantea que la raza emergió como una entidad adaptada al lugar que ocupa cada agrupamiento humano, en la división internacional del trabajo.

Los trabajadores libres de piel blanca, los esclavos negros y los siervos mestizos quedaron separados por la modalidad de explotación prevaleciente en cada segmento. La etnia fue a su vez utilizada para asignar trabajos específicos a las diferentes comunidades de cada país. Por lo tanto, la noción genética de raza, el concepto socio-político de nación y la categoría cultural de etnia quedaron definidos por su papel en la economía-mundo (Wallerstein, 2004: cap 1).

PARENTESCOS CON LA DEPENDENCIA

Wallerstein elaboró su concepción adoptando varios postulados de la Teoría de la Dependencia. Compartió la crítica a las teorías liberales del desarrollo y a las concepciones positivistas de la modernización. Cuestionó la presentación de Occidente como un modelo a imitar y polemizó con el mito de alcanzar el bienestar a través de la simple expansión del capitalismo.

Pero objetó esas concepciones sin aceptar la alternativa desarrollista y rechazó especialmente la mirada estatal-nacional. El pensador estadounidense enfatizó la conveniencia de adoptar a la economía mundial como punto de partida de todos los estudios.

Con esa mirada se ubicó en la vereda opuesta del institucionalismo. Debatió con los enfoques weberianos que explican el desarrollo contrastando distintas vías de desenvolvimiento nacional. Desenvolvió ese enfoque con la misma vehemencia que desplegaron los marxistas de posguerra en sus controversias con los keynesianos.

Al resaltar el impacto del intercambio desigual y describir las transferencias de ingresos hacia las metrópolis, esta visión del capitalismo converge con la teoría de la dependencia. Caracteriza a ese sistema como un régimen de explotación sujeto a desequilibrios crecientes y contradicciones insuperables. Remarca la dinámica polarizadora de una estructura que refuerza la separación entre economías avanzadas y atrasadas.

La afinidad con el dependentismo se verifica, además, en la evaluación del destino de los países subdesarrollados que proveen insumos a la industria metropolitana. Esa especialización obstruye el desenvolvimiento interno de la periferia.

Wallerstein también sintonizó con los teóricos marxistas latinoamericanos, en la interpretación de la acumulación mundial como un proceso que compensa declives del beneficio con abaratamientos de costos salariales. Por eso estudió de qué forma la explotación en los trabajadores de la periferia contrarresta la retracción de la ganancia en el centro (Wallerstein, 1988: 24-30).

La coincidencia con el dependentismo también se verifica en la crítica a las estrategias políticas evolutivas y a los proyectos de capitalismo nacional en los países subdesarrollados. Wallerstein utilizó ese fundamento para rechazar el rígido esquema histórico de modos de producción sucesivos y para postular el carácter internacional del pasaje de un sistema a otro.

SINTONÍAS Y DISTANCIAS

La buena acogida de la teoría del sistema mundial entre los pensadores de la dependencia incluyó ciertas diferenciaciones. Dos Santos distinguió tres vertientes de abordajes semejantes de la relación centro-periferia.

Por un lado estimó que Wallerstein ubicó el tema en una conceptualización del capitalismo histórico, como estructura que se expandió en conflicto con otros sistemas. Luego consideró que Amin investigó el mismo problema desde el universo asiático-africano, poniendo mayor énfasis en la evolución del Tercer Mundo.

Finalmente precisó que su mirada (junto a Marini y Bambirra) abordó esa temática desde la situación latinoamericana, distinguiendo el capitalismo central, los países dependientes y el socialismo (Dos Santos, 1998).

Estas coincidencias generales fueron ratificadas por Amin, que resaltó la preeminencia de formulaciones complementarias del mismo problema. El economista egipcio destacó las confluencias en la caracterización del origen y el funcionamiento polarizado del capitalismo (Amin, 2005).

También remarcó la utilidad del planteo de Wallerstein para registrar la dinámica internacional de la ley del valor y la gravitación de procesos de transferencia de plusvalía. Estimó que el sistema-mundo permite observar la unidad de esos fenómenos, superando la conceptualización del mercado mundial como una mixtura de componentes yuxtapuestos (Amin, 2008: 234-236).

Otros investigadores subrayaron las afinidades entre las tres visiones (Martins, 2011: 265-266), resaltaron el enriquecimiento que generó su encuentro (Herrera: 2001: 201-220) y presentaron a la visión sistémica como una continuidad del dependentismo (Blomstrom; Hettne, 1990: 243-244, 247-248).

Algunas miradas ponderaron, a su vez, la influencia de Wallerstein sobre Dos Santos, estimando que contribuyó a superar los ingredientes identitarios del viejo dependentismo. Con la visión abarcadora del sistema mundial se disolvió el abordaje unilateral del subdesarrollo como un "pensamiento latinoamericano" y se revisó el concepto dependencia, como una relación mutable dentro de la economía-mundo (Niemeyer, 2005).

Estos diagnósticos de confluencia han coexistido con caracterizaciones que subrayan las diferencias. Destacan que el abordaje sistémico privilegia lógicas globales, frente a la visión dependentista que realza la interacción dialéctica entre el centro y la periferia (Sotelo, 2005). También estiman que Wallerstein no logra percibir la significación específica del capitalismo dependiente latinoamericano (Osorio, 2009: 41-44). Estos problemas se pueden esclarecer precisando cuáles son las nociones que aproximan y separan a las dos teorías.

CONCEPTOS CONVERGENTES

Wallerstein introdujo varias nociones que ampliaron una óptica compartida del capitalismo contemporáneo. Ilustró cómo la industrialización de las economías medianas estudiadas por Marini está entrelazada con procesos integrados de fabricación global.

De esa forma situó la dinámica de la reproducción dependiente en las tendencias de la acumulación mundial. Explicó de qué manera las economías subdesarrolladas participan en cadenas internacionales de productos y por qué razón sólo ciertos países de la periferia desenvuelven un perfil manufacturero.

El pensador estadounidense subrayó que el capitalismo recrea una estratificación global estable. Demostró la preeminencia de una jerarquía que reproduce situaciones no electivas de dependencia y perpetúa la polarización centro-periferia (Schwartzman, 2006).

Esta visión refuerza todos los postulados del dependentismo, que subrayan los estrictos límites que impone el capitalismo a cualquier cambio en el status internacional de los países.

Al igual que los marxistas latinoamericanos, Wallerstein dedujo esa estabilidad de la rigidez que presenta la división internacional del trabajo. Resaltó la existencia de una arquitectura estable en escenarios geográficos cambiantes. Observó que las alteraciones en la pirámide centro-periferia se desenvuelven mayoritariamente al interior de cada segmento. Sólo en pocas circunstancias históricas algunas economías centrales se degradan hasta el nivel periférico y la misma excepcionalidad rige en un sentido inverso (Aguirre Rojas, 2007).

Wallerstein postula un principio de suma cero en la movilidad interna de cada franja del sistema mundial. Considera que el ascenso de un componente tiende a ser compensado por la caída de una porción equivalente.

En estos mismos términos razonaron el subdesarrollo los pensadores de la dependencia. La teoría del sistema-mundo aportó nuevos argumentos para fundamentar tesis compartidas de recreación estructural de la desigualdad global.

Pero el autor estadounidense introdujo además un concepto de semiperiferia, para ilustrar la existencia de situaciones intermedias, que históricamente operaron como eslabones de ascenso o descenso en el sistema mundial. Señaló que junto a las potencias hegemónicas siempre existieron formaciones intermedias que acolchonaron la inequidad global. La situación semiperiférica expresó el declive de viejas potencias a situaciones medianas (España) o el tránsito hacia posiciones de dominio mundial (Estados Unidos, Alemania) (Wallerstein, 1984: 248-267, 313-329).

Esta lógica de desenvolvimiento trimodal fue expuesta para superar las simplificaciones del esquema dual legado por Prebisch (centro-periferia) y recreado por los enfoques antiimperialistas más rudimentarios (imperio-colonia).

Este nuevo modelo no sólo esclareció cómo funciona la transferencia de ingresos a escala internacional. También renovó los estudios sobre las alianzas que entablan los centros hegemónicos con sus socios subalternos, para garantizar la estabilidad del capitalismo e incorporar nuevas áreas al sistema-mundo (Chase Dunn, 2012).

El mismo esquema fue sugerido aunque no explicitado por los teóricos de la dependencia. Marini indagó las peculiaridades de las economías latinoamericanas industrializadas y las distinguió de los países puramente exportadores de materias primas. Bambirra expuso una diferenciación entre modelos con distinto grado de subdesarrollo. La noción de semiperiferia está presente de hecho en estos abordajes y esa familiaridad fue reconocida por los teóricos del dependentismo (Dos Santos, 2009).

Wallerstein utilizó también un enfoque muy semejante al ciclo dependiente teorizado por Marini, para subrayar el lugar ocupado por cada economía en el circuito productivo mundial. Esa mirada se distanció del modelo inicial de Prebisch, que sólo estudiaba la inserción de la periferia en las redes del intercambio.

Existen por lo tanto muchas coincidencias temáticas entre el sistema mundial y el dependentismo. ¿Cuáles son las áreas de divergencia?

¿SISTEMAS O MODOS DE PRODUCCIÓN?

Los teóricos de la dependencia señalaron que el marxismo ha sido un terreno que los separa del enfoque propiciado por el sistema-mundo (Dos Santos, 1998; 2000: 456-470). Wallerstein sólo acepta la tipificación de marxista cuando esa caracterización implica una genérica identificación con pensamientos o actitudes radicales. No comparte la aplicación habitual de esa teoría (Wallerstein, 2013: 202-210).

Algunos intérpretes de su enfoque resaltan su compatibilidad con el marxismo (Penston, Busekese, ‎2010). Otros incluso estiman que reformula la presentación de Trotsky de la economía mundial, como una totalidad estructurada en torno a la división del trabajo (Doronenko, 2005).

Pero lo que se discute no es el encasillamiento del autor, sino el sentido de su concepto de sistema. Esta noción articula toda su mirada. Wallerstein recuerda que comenzó estudiando los conflictos sociales y luego indagó cómo opera el consenso de valores en la realidad africana y la historia europea. De esta investigación dedujo la necesidad de priorizar el contexto mundial entendido como un sistema (Wallerstein, 1979: 7-18).

Ha desarrollado esta última categoría como una perspectiva de análisis o un paradigma y deja abierta una profundización ulterior del concepto, como una teoría más completa (Wallerstein, 2011).

El sistema contiene muchas proximidades con la noción marxista de modo de producción que utilizó el dependentismo latinoamericano. Pero ambas nociones presuponen razonamientos distintos del desenvolvimiento de la sociedad.

Wallerstein señala una diferencia en la gravitación asignada a la explotación del trabajo como pilar de los distintos regímenes sociales. Los mini-sistemas, el imperio-mundo y la economía-mundo no están concebidos en torno a ese cimiento. Por eso el teórico estadounidense contrapone sus modelos al viejo esquema que atribuía al marxismo, una sucesión de modos de producción (colectivismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo).

La divergencia no radica en la existencia de un orden sucesivo, puesto que la tesis sistémica también contiene escalonamientos. El inexorable pasaje de un esquema a otro tampoco es central, puesto que esa simplificación sólo fue característica de las vertientes más dogmáticas del marxismo.

Ni siquiera el método de Wallerstein es el motivo de la controversia. Adopta la noción de sistema con un abordaje multidisciplinario, que rompe la tradición de estudios fragmentados en asignaturas separadas. Rechaza la división entre economía, ciencias políticas o sociología y construye sus conceptos auspiciando la reunificación de las ciencias sociales (Wallerstein, 2005: cap 1). Esa actitud es muy afín al marxismo.

Con ese enfoque reivindica a Marx, al materialismo histórico y a la primacía de la economía en el estudio del capitalismo. Aprueba la mirada holística de esa tradición y el interés por captar las contradicciones que socavaban a los procesos de acumulación.

Pero Wallerstein se aleja de esa matriz al sustentar su noción de sistema en otros tres cimientos teóricos. De Braudel recoge la ubicación de esas estructuras en temporalidades largas y espacialidades extendidas. De Polanyi toma la clasificación de formas específicas de organización social, en torno a principios de reciprocidad, redistribución e intercambio mercantil.

Finalmente de Prigogine absorbe la caracterización de los sistemas como organismos con vidas acotadas y existencias signadas por periodos de equilibrio y caos. En ciertas etapas esas estructuras sobreviven asimilando las perturbaciones y en otros momentos quedan afectados por caóticos torbellinos. Estos sistemas son estudiados con la misma óptica que utilizan los astrónomos para investigar el universo (Wallerstein, 1979: 7-18, 2002: 69-80).

Este traslado de criterios de las ciencias naturales al pensamiento social lo distancia de la visión marxista de los modos de producción. La contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de propiedad que postula este enfoque supone otros patrones de transformación. Privilegia la combinación de variables productivas y confrontaciones de clase.

Esa diferencia de abordaje es mayor con la vertiente historicista del marxismo, que realza el papel de los sujetos en el pasaje de un sistema a otro. Esta corriente rechaza en forma más categórica las analogías con las ciencias naturales.

El sistema-mundo no recurre a los razonamientos de clase -que con distinto grado de centralidad- inspiran a todas las variantes del marxismo. La primacía asignada a la lucha social por esta concepción, contrasta con la mirada estructuralista de la visión sistémica. Wallerstein evalúa cada acontecimiento como una exigencia funcional del curso de la historia (Robinson, 2011).

Algunos críticos consideran que al presentar sucesivos sistemas como los únicos motores de la evolución social, este abordaje impone una nociva "tiranía de la totalidad". Estiman que Wallerstein construye universos forzados, asumiendo que el conjunto es siempre más gravitante que las partes. Con esa visión desconoce la autonomía de los componentes, que son observados como simples transmisores de una dinámica ya presupuesta por el sistema mundial (Smith, 1979). Otros analistas sostienen que esa mirada diluye las particularidades y pierde de vista los procesos que operan en temporalidades cortas (Osorio, 2009: 48-50).

Wallerstein sintetiza sus diferencias con la óptica marxista contraponiendo su concepto de totalidad y con la totalización que adjudica a Perry Anderson. Utiliza la primera noción para concebir mutaciones de sistemas cerrados, con principio o fin predefinidos y rigurosos mecanismos internos de cambio. El enfoque opuesto trabaja sobre cursos abiertos, desemboques inciertos y una gran variedad de mecanismos de transformación (Wallerstein, 2013: 202-210).

La totalidad de Wallerstein y la totalización de Anderson ilustran las discrepancias entre dos formas de razonamiento, que inspiran visiones distintas sobre el curso actual del capitalismo.

CRISIS TERMINALES Y SUJETOS SOCIALES

Wallerstein considera que las fechas de inicio y conclusión del sistema mundial son previsibles. Deduce una rigurosa cronología del comportamiento auto-destructivo de esa estructura. Estima que el agotamiento del ciclo actual implicará el fin de la economía-mundo. No será un movimiento secular sucedido por otro, sino la última fluctuación del sistema. En un escenario muy caótico esa clausura cerrará un periodo de 500 años (Wallerstein, 2005: cap 5).

El pensador estadounidense señala tres causas determinantes de ese desenlace. Estima, en primer término, que el mayor poder de trabajadores organizados en sindicatos ha generado una fuerte reducción de las ganancias. Los capitalistas han intentado contrarrestar esa presión desplazando la producción hacia regiones con fuerza de trabajo abaratada. Pero no logran contrapesar el sostenido proceso de urbanización que incrementa el costo del trabajo.

En segundo lugar resalta el generalizado encarecimiento de la producción como consecuencia de la crisis ecológica, el agotamiento de las materias primas y la acumulación desechos. Finalmente destaca que el sistema impositivo no puede solventar la democratización política que han impuesto los trabajadores (Wallerstein, 2002).

Estos tres procesos precipitan la crisis terminal del sistema-mundo. Ya no es posible regenerar un imperio-mundo, ni tampoco recrear otra sucesión hegemónica.

Con este diagnóstico Wallerstein describe varias contradicciones que los marxistas presentan como límites históricos del capitalismo. Pero su mirada incorpora fechas precisas de un desemboque terminal. Afirma que el declive comenzó en los años 1960-70 y culminará en el 2030-2050. En ese momento una gran turbulencia pondrá fin a cinco siglos de modernidad y emergerá una forma de organización social más igualitaria (Wallerstein, 2011; 2005: cap 2).

Esta caracterización tiene puntos de contacto con las teorías del derrumbe que los marxistas discutían en 1920-40, para dilucidar cuál sería el factor determinante del estallido del capitalismo (retracción del consumo, caída de la tasa de ganancia, desmoronamiento financiero).

La maduración posterior de ese debate permitió entender que una crisis final resulta imprevisible y no debe ser concebida con la automaticidad de mecanismos puramente económicos. Sólo las mayorías populares actuando en el plano político pueden poner fin al capitalismo y reemplazarlo por un régimen social más progresivo.

Pero en cualquier caso lo más importante no es la magnitud de las crisis, sino la percepción popular de las potencialidades anti-capitalistas de esas convulsiones. Y ese nivel de conciencia es muy inferior en la actualidad al prevaleciente en los años 70 o 30 del siglo pasado (Therborn, 2000: 284-266).

Este último problema requiere más atención que todas las especulaciones sobre la fecha del anunciado colapso. La consistencia de ese pronóstico es tan dudosa como las distintas reflexiones sobre el momento de finalización del sistema. Ese cierre está condicionado por acciones político-sociales que son totalmente imprevisibles. Ciertamente el régimen actual afronta límites históricos, pero esa frontera no presupone la temporalidad augurada por Wallerstein.

DOS MIRADAS DE LOS CICLOS LARGOS

El pensador sistémico concibe un proceso de decadencia semejante al registrado en Europa durante el pasaje del feudalismo al capitalismo (Wallerstein, 1986). Esa analogía ha sido tan debatida como los paralelos entre el declive de Estados Unidos y el imperio romano.

En estos casos se suelen contrastar regímenes sociales con funcionamiento, mecanismos económicos y tipos de crisis muy diferentes. La extensión de esas comparaciones a estructuras estatales o tipos de intervención político-popular es aún más controvertida.

En los hechos esas analogías sólo sugieren largas transiciones, que a su vez contradicen la previsión de un momento pre-definido de colapso. Las descripciones que presenta Wallerstein sobre el caos actual ilustran reorganizaciones del capitalismo, cambios de relaciones de fuerza o alteraciones en el liderazgo hegemónico (Wallerstein, 2012a).

Estos procesos incluyen situaciones muy turbulentas, pero no entrañan un cierre que pueda anticiparse. Ese tipo de clausura es un ingrediente necesario de la mirada sistémica, pero no constituye un corolario de la visión marxista auspiciada por los teóricos latinoamericanos de la dependencia.

Dos Santos, Marini y Bambirra siempre concibieron el futuro del capitalismo en estrecha relación con el avance de un proyecto socialista alternativo. Los lapsos que imaginaron para ese cambio estaban asociados con el curso de esa batalla. Nunca supusieron colapsos intrínsecos o auto-infligidos por el propio capitalismo.

Esta diferencia de abordaje se verifica también en dos tratamientos de los ciclos Kondratieff. Wallerstein los incorpora en la tradición de Schumpeter, como mecanismos con temporalidades fijas que renuevan la tecnología y amplían los mercados.

Por eso presupone su previsibilidad y reaparición cíclica cada cinco o seis décadas. Introduce la vigencia de esos movimientos a lo largo de 500 años y pronostica que la fase de estancamiento actual convergerá con el colapso del sistema mundo. Un Kondratieff descendente empalmará con el agotamiento del último ciclo secular (Wallerstein, 2016; 2012c; 2011: cap 1)

La aplicación que hizo Dos Santos de esos ciclos se ubica en otra tradición. Es más afín a las teorías marxistas de las ondas largas que desenvolvieron autores como Mandel. Registra movimientos económicos prolongados sólo desde el siglo XIX y observa su desenvolvimiento en estrecha relación con la dinámica de la lucha de clases.

Dos Santos buscó desentrañar cómo opera un periodo Kondratieff en el escenario contemporáneo de reorganización tecnológico-productiva del capitalismo. No situó esos ciclos en temporalidades seculares, ni en secuencias de desplomes del sistema-mundo (Dos Santos, 1983).

Las diferencias entre Wallerstein y los dependentistas latinoamericanos incluyen también miradas discordantes sobre el estancamiento y la pauperización absoluta. Para el teórico estadounidense estos dos rasgos retratan la presencia de una crisis terminal de la modernidad.

Considera que la mayoría de los trabajadores afronta mayores adversidades que hace 500 años en materia de alimentación, condiciones laborales y esperanzas de vida (luego del primer año de existencia). Atribuye esa regresión a la eliminación de las estructuras comunitarias y estima que la mejora del consumo sólo ha beneficiado al 10-15% de la población mundial que alcanzó el status de clase media (Wallerstein, 1988: 92-96).

Las numerosas polémicas que desarrolló Marini para demostrar que su teoría no involucraba estancacionismo, ni miseria creciente ilustran su discrepancia con la visión de Wallerstein.

La tesis de la superexplotación -que concentró el grueso de esos cuestionamientos- fue formulada en contraposición a los diagnósticos de pauperización generalizada, en cualquier estadio del capitalismo.

Marini teorizó la existencia de mayores tasas de explotación en la periferia en comparación con el centro. En ese contrapunto destacó que el fordismo y el estado de bienestar habían mejorado las condiciones de vida de los trabajadores metropolitanos (Marini, 1973: 81-101). Con ese contraste de la situación de los obreros de las economías avanzadas y retrasadas reconocía una mejora más significativa en los países desarrollados. También se distanciaba de la tesis del deterioro más generalizado postulada por el teórico del sistema-mundo.

DISCORDANCIAS SOBRE EL SOCIALISMO

En el periodo que elaboró su concepción, Wallerstein incluyó a la ex Unión Soviética, a China y al denominado bloque socialista dentro del sistema mundial. Entendió que estas regiones estaban integradas a ese circuito y afrontarían el mismo declive. Consideró que la economía-mundo era una totalidad dominante en el planeta.

El estudioso estadounidense también estimó que el proyecto socialista tuvo un impulso revolucionario inicial y se diluyó posteriormente en las redes del capitalismo mundial. No pudo sustraerse a la dinámica y destino de ese régimen.

Por esta razón Wallerstein no le asignó importancia a la implosión de la URSS y situó ese desplome en la crisis general de la era actual. Contrapuso la definición de Hobsbawm del "breve siglo XX" -signado por el debut y caída de la URSS- con un "largo siglo XX", determinado por otras circunstancias como el auge y decadencia de Estados Unidos (Wallerstein, 1992).

Pero al incluir al ex bloque socialista dentro del sistema mundial también debió suponer que ese segmento funcionaba con los mismos principios de rentabilidad, competencia y propiedad que las economías capitalistas.

En esa caracterización omitió el análisis interno de esos países. Dedujo su similitud con el resto del mundo de una simple conexión externa con las potencias occidentales. Aplicó el mismo razonamiento que utilizó para inscribir dentro del sistema-mundo, a todas las regiones que a lo largo de 500 fueron absorbidas por ese circuito.

Pero nunca explicó esa analogía entre la ex URSS, China y Europa Oriental y lo sucedido varios siglos antes con la India o el imperio otomano (Chen, 2010). No demostró cómo, cuándo y de qué forma se produjo una permanencia invariable o una salida e inmediata reintroducción de esos países al capitalismo. Ese reingreso sólo ha podido constatarse luego del derrumbe del bloque socialista.

En este terreno se verifican las consecuencias de sobrevalorar las totalidades, en desmedro de la dinámica específica de cada componente del sistema mundial. Wallerstein forzó la clasificación de la URSS y China dentro del mismo bloque que hegemonizó Estados Unidos desde la posguerra.

Esta asimilación fue otra área de divergencia con el dependentismo. Los marxistas latinoamericanos no trataban a la URSS como un sub-sistema del capitalismo y estaban atentos al rol de ese país en la batalla contra el imperialismo.

Dos Santos, Marini y Bambirra disentían con la visión elogiosa del bloque socialista que propagaban los partidos comunistas, pero resaltaban el conflicto de ese sector con las potencias occidentales. Apostaban a una renovación socialista en esos países al calor de esa disputa.

Todo el razonamiento de los dependentistas estaba guiado por una expectativa en el proyecto socialista. Wallerstein sólo concebía ese curso como un salto inmediatamente global, al subrayar la existencia de una sola totalidad mundial,. El grupo latinoamericano no presuponía resultados victoriosos, pero se ubicaba en un terreno de batalla por el socialismo. La tesis sistémica desconsideró esa perspectiva por entender que el capitalismo colapsaría por sí mismo en una fecha previsible.

ANTIIMPERIALISMO Y TRADICIONES NACIONALES

La teoría marxista de la dependencia concebía triunfos anticapitalistas como un resultado de insurgencias populares en la periferia que se proyectarían al centro. Esa esperanza fue moldeada por la revolución cubana, que no ocupó espacios significativos en la conceptualización de Wallerstein.

Su enfoque se nutrió de otras experiencias políticas, a partir de su formación en la izquierda estadounidense junto a movimientos radicales, libertarios y anti-stalinistas. Luego trabajó en África en contacto con las corrientes protagónicas de la lucha anticolonial y quedó muy impactado por el pensamiento de Fanon (Wallerstein, 2012b).

En esa maduración procesó de otra manera la crítica a la visión evolutiva que promovían los partidos comunistas. Asimiló especialmente las consecuencias historiográficas de ese cuestionamiento y extrajo conclusiones para elaborar su modelo de mutaciones sistémicas.

En cambio el dependentismo concentró sus dardos en el plano político y objetó las propuestas de capitalismo nacional auspiciadas por los partidos comunistas (Chilcote, 2009). La crítica dependentista tuvo una finalidad inmediata que no estaba presente en la mirada de Wallerstein.

Este registro diferenciado se extendió al sentido de la lucha nacional en la periferia. La visión sistémica rechazó esa acción y en lugar de estrategias antiimperialistas promovió políticas críticas hacia la opresión con sesgos cosmopolitas. Identificó cualquier reivindicación de la dimensión nacional con el proyecto desarrollista.

El enfoque de Wallerstein tampoco comparte las mediaciones entre la acción antiimperialista en la periferia y la dinámica anticapitalista a escala global, propuesta por Amin en su modelo de desconexión (Goldfrank, 2000). Supone que el colapso del sistema-mundo alumbrará un escenario pos-capitalista global, sin necesidad de esos eslabones.

Por eso el pensador estadounidense auspicia transformaciones sociales directas en la arena mundial a partir de acciones anti-sistémicas. No incluye la convergencia del socialismo con el nacionalismo revolucionario que propugnó el dependentismo.

Ese rechazo se inspira en su caracterización de la nación, como una entidad derivada de la forma en que cada estado se insertó en la división internacional del trabajo.

Pero omite que ese amoldamiento fue un proceso muy convulsivo, que incluyó proyectos progresistas y democráticos condicionados por la irrupción popular. El dependentismo recogió justamente ese legado nacional e intentó fusionarlo con la perspectiva socialista.

Las dos miradas se verifican en la evaluación de la guerra que condujo a la independencia de América Latina. Wallerstein no asigna relevancia revolucionaria a esa ruptura y resalta el temor de criollos a los esclavos y a los indios. Observa lo ocurrido en ese periodo como un ejemplo de adaptación pasiva y subordinada de una región a la economía-mundo (Wallerstein, 1999: 354, 306-317).

Por el contrario el dependentismo fue siempre afín a la reivindicación de esa gesta como un precedente del antiimperialismo contemporáneo. Con esa óptica propició pensar el socialismo desde tradiciones latinoamericanas. Estas divergencias sobre el pasado se proyectan a las estrategias de emancipación futura.

¿SOLO AHORA ES POSIBLE?

En el proceso de colapso objetivo del sistema-mundo, Wallerstein asigna un rol protagónico a los movimientos anti-sistémicos forjados durante la descolonización y las rebeliones de 1968. Estima que esas sublevaciones inauguraron el rechazo revolucionario a la hegemonía estadounidense y a las culturas de la opresión.

También piensa que esos levantamientos iniciaron la sustitución de la vieja izquierda por nuevos movimientos sociales, que amplían la democratización, desafían el euro-centrismo e introducen el multiculturalismo.

Wallerstein estima que por primera vez en la historia despunta un escenario de emancipación real. Considera que en las últimas cinco centurias no se podía modificar el sistema y los revolucionarios terminaban adaptándose al orden mundial. Afrontaban dilemas irresolubles al tratar de modificar estructuras que no podían ser removidas (Wallerstein, 1999b: 127-176).

Con ese presupuesto estima que una gran pesadilla afectó a las experiencias socialistas, a la socialdemocracia y a los movimientos nacionalistas, que infructuosamente pugnaron entre 1870 y 1968 por otro curso de evolución social (Wallerstein, 1989).

Esta misma tesis de inviabilidad de las transformaciones en el pasado y factibilidad en el presente ha sido muy corriente en otros historiadores. Muchos sostuvieron que la impotencia padecida por los esclavos insurrectos en la Antigüedad, por los campesinos sublevados en el Medioevo o por los obreros aplastados en la Comuna de Paris obedeció al rígido marco de esas épocas. Estimaron que la inmadurez de las fuerzas productivas imposibilitó en todos los casos la concreción de otras alternativas.

Pero esa mirada presupone que recién en la etapa que a uno le toca vivir son posibles las transformaciones reales. Wallerstein expone este planteo con dos consideraciones. Por un lado es crítico con la adaptación al status quo de todos los movimientos rebeldes del pasado. Por otra parte declara que otra evolución es factible desde 1968, ante la aparición de una nueva subjetividad carente de precedentes (Wallerstein, 2004: cap 23).

Este razonamiento de situaciones sin salida en el pasado introduce un elemento trágico en el análisis de la historia. Supone que en tiempos pretéritos los revolucionarios estaban condenados a fracasar, sacrificarse o capitular y que sólo en la actualidad están abiertas las opciones de triunfo.

Este enfoque explica la actitud de Wallerstein frente a las guerras de la independencia hispanoamericana. Subraya que esa confrontación desembocó en la formación de estados opresores sometidos a la tutela británica, como consecuencia del lugar que debía ocupar esa región en el sistema mundial (Wallerstein, 1999a: 356-357).

Pero toma ese resultado final como un suceso inmodificable, desconociendo las potencialidades de una confrontación revolucionaria. No registra, además, el legado de experiencias y tradiciones que dejó esa lucha para las clases oprimidas.

Es muy arbitrario suponer que la historia otorga las llaves del porvenir sólo a los sujetos vivientes en cierta coyuntura, suponiendo que tienen el dudoso privilegio de actuar en un escenario terminal del capitalismo.

El marxismo historicista razona el problema en otros términos. Realza el papel de los sujetos populares, señalando que los proyectos progresistas han sido factibles en todas las temporalidades. Por esta razón no califica a los contemporáneos en desmedro de sus precursores, sabiendo que esa jerarquización podría ser desmentida en el futuro o utilizada para descartar la gravitación de lo que sucede actualmente.

En Wallerstein el rol de los sujetos es un enigma. Supone que las acciones populares fueron irrelevantes hasta la actualidad por su incapacidad para torcer la dinámica del sistema mundial. Pero les atribuye una función central en la construcción de la sociedad que emergerá a mediados del siglo XXI.

Algunos analistas atribuyen estas oscilaciones a un extremo determinismo en la conceptualización de los sistemas mundiales. Señalan que esa mirada le impide registrar la multiplicidad de caminos que tuvo la gestación de la modernidad. Ese desemboque fue un resultado de diversas rebeliones que sucedieron a la revolución francesa y no un corolario de la economía-mundo (Therborn, 2000: 284-266).

ESTRATEGIAS POLÍTICAS

Wallerstein atribuye los fracasos populares del pasado a la preeminencia de proyectos políticos atados a la captura del poder. Considera que esa política permitió en el siglo XX el logro de algunas reformas, pero no sirvió para modificar el status quo. Estima que difícilmente se podría haber conseguido más de lo obtenido y remarca las consecuencias negativas de muchas experiencias, que generalizaron la decepción entre los sectores populares (Wallerstein, 1989; 1992).

Partiendo de esa caracterización sostiene que la emancipación ahora será factible, bajo el impulso de movimientos anti-sistémicos que no buscan tomar el poder. Celebra el abandono de ese objetivo señalando que gobernar dentro del sistema-mundo equivale a renunciar a las metas de justicia e igualdad. Realza la existencia de nuevos caminos políticos que introducen formas de acción no jerarquizadas, con mayor horizontalidad y descentralización (Wallerstein, 2002: 41-48).

Esta tesis es muy afín a la estrategia autonomista de soslayar el manejo del estado para preparar la emancipación en los poros de la sociedad. Sintoniza con la teoría de "cambiar el mundo sin tomar el poder", que durante la última década se debatió intensamente en América Latina. Lo ocurrido en este período indica que ese enfoque no ofreció alternativas viables de construcción del poder popular.

Wallerstein propone una estrategia en tres estadios. Sostiene que en largo plazo se debe apostar a la utopía de un mundo democrático e igualitario, sin postular formas institucionales predefinidas de ese porvenir. En el mediano plazo propone trabajar por alternativas libertarias que soslayen el manejo del estado y en el corto plazo auspicia optar por el "mal menor", tanto en las elecciones como en la acción directa (Wallerstein, 2008).

Su primer objetivo tiene semejanzas con el ideal comunista, pero omite la necesidad de transiciones socialistas que permitan construir ese futuro, a través de un estado controlado por las mayorías populares.

Wallerstein descarta ese instrumento y no brinda sugerencias sobre la forma de alcanzar sus propuestas en el mediano plazo. Ante la ausencia de un proyecto estatal alternativo su mirada de corto plazo es más problemática. Deja abiertas las puertas para transitar por senderos de todo tipo.

En estos terrenos las diferencias con la tradición dependentista son más significativas. Este enfoque siempre jerarquizó la meta socialista y propició distintos caminos para acceder al gobierno, manejar el estado y transformar la sociedad.

La mirada del sistema mundial comparte con la teoría marxista de la dependencia muchas caracterizaciones de la relación centro-periferia. También aporta fructíferas ideas para adaptar el dependentismo a las transformaciones registradas bajo el capitalismo actual. Pero ambas concepciones se distancian en otras áreas claves de la economía, la política y la historiografía.

¿En qué medida estas convergencias y divergencias se extienden a la visión metrópoli-satélite? Abordaremos ese tema en nuestro próximo texto.

14-10-2016.

RESUMEN

La concepción de Wallerstein se entrecruza con el dependentismo. Postula un modelo de sistema mundial de cinco centurias con pilares competitivos, ciclos seculares y hegemonías cambiantes. Retrata inserciones centrales, periféricas e intermedias en función de modalidades productivas y productos comercializados. Describe la misma polarización, estratificación estable y recreación del subdesarrollo que diagnostica la teoría marxista de la dependencia.

Pero los dos enfoques divergen en varias áreas. Los sistemas cerrados difieren de los contradictorios modos de producción. La previsión exacta de crisis terminales contrasta con la jerarquización de la dimensión político-social. La automaticidad de los ciclos largos se contrapone con la atención a la confrontación clasista y las tesis de pauperización absoluta se distancian de la gravitación asignada a las conquistas sociales.

También hay discrepancias en la inclusión del ex bloque socialista dentro del sistema mundial y en la valoración de las mediaciones antiimperialistas y las tradiciones revolucionarias nacionales. Es muy controvertido el registro de la emancipación como un episodio sólo contemporáneo e irrealizable en el pasado y persiste la polémica en torno a las estrategias políticas que prescinden del estado.

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PALABRAS CLAVES

Sistema Mundial. Teoría de la Dependencia. Marxismo.


 



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Claudio Katz

Economista, Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, CONICET (Argentina), Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).

Sitio web personal: www.lahaine.org/katz


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