Nos dicen nuestros historiadores, antropólogos y hombres de ciencia, que nos ha tomado cuando menos unas cuantas decenas de miles de años de historia humana, llegar al presente momento de evolución.
Cabrían muchas preguntas y aclaraciones respecto a esta concepción de la historia, de un tiempo que fluye linealmente de pasado a futuro, cuya dirección se encamina hacia la evolución o superación creciente del pasado.
Tal vez preguntar por dónde fluye ese particular río, ¿dentro de nosotros por ejemplo? ¿O tiene algún otro cauce que desconocemos? También podríamos querer saber si avanzamos hacia ese supuesto destino superior, evolutivo, o el viene hacia nosotros y podemos esperarlo cómodamente.
Tampoco estaría demás que nos aclararan cómo lo reconoceremos en caso de encontrarlo y qué sucederá con ese fluir temporal cuando se produzca esa llegada o encuentro. ¿Seguirá fluyendo, invertirá su flujo o se detendrá? ¿O tal vez se convertirá en otra cosa?
También resulta curioso eso que dicen de que la historia la hacen los ganadores. Parece sugerir que no reconocemos, no vemos ni vivimos entre hechos perceptibles. Sino entre historias y cuentos que los ganadores de turno van ideando y ajustando a su conveniencia. Y que nosotros vamos creyendo a pies juntillas por supuesto, despertando de un sueño para entrar en otro, con solo breves interrupciones o desilusiones entre un ganador y el siguiente.
Pero más allá de la curiosidad de tales fenómenos, se nos dice y es de suponer que muchos hemos presenciado, al menos en parte, enormes aceleraciones de tal flujo de hechos en los últimos cincuenta o cien años, a los cuales hemos llamado revolución económica y cultural.
Esos tiempos, sean lo que sean, han llegado a América y a Venezuela en particular. De un modo difícilmente explicable, de repente se cuestionan todas las constituciones e instituciones. Se las percibe como impedimentos para realizar los nuevos planes o direcciones de acción que la sensibilidad de la época exige.
Se reconoce que la educación tiene un modelo del mundo en vista, y que se educa desde esa intención. Que esa intención, modelo de mundo e instituciones que hasta ahora nos habían resultado desapercibidas, incontrastadas, no parecen conducirnos hacia donde creíamos ir.
No estaría de más recordar que la institución de la educación tiene sus raíces históricas en Grecia y Roma, donde por primera vez se concibe la posibilidad de”informar” la personalidad humana para que conviva civilizadamente. A esos efectos se instituyen las “Letras y Artes”, que con el tiempo pasan a llamarse “Humanitas”. Fuente y raíz del moderno humanismo.
Antes de eso, en civilizaciones de gran desarrollo como Egipto y Babilonia por ejemplo, la población transmitía de generación en generación, de boca a oído sus artes y oficios, sin ninguna participación del Estado. También de Grecia y Roma nos llegan las primeras ideas de democracia y república, así como del derecho romano.
Luego de ello sobreviene una época de regresión y oscurantismo de 1500 años, hasta que surge la transición del Medioevo-Renacimiento, que justamente va a buscar las fuentes del pensamiento y las instituciones Grecorromanas. Como resultado de esa época surgen ideas que dinamizan toda aquella estática concepción medieval de la creación.
En ese entonces uno moría donde había nacido sin alejarse más que unos kilómetros a la redonda. Las posibilidades de vida eran según de quién habías nacido, porque no había la menor movilidad social, todo era hereditario. No había sobreproducción ni por tanto comercio. En pocas palabras allí no soplaba ni la brisa en las hojas de los árboles.
La tierra era chata y estática, centro inmóvil en torno al cual giraba el universo. Más allá del horizonte perceptible había un abismo sin fin, en el que caía todo el que se atreviera a acercarse a sus oscuras fauces.
En reacción a la naciente dinamización o libertad de pensamiento, surge la inquisición con sus hogueras. Concomitancia de esa época es justamente “el descubrimiento de América”. Y solo en estos cincuenta o cien últimos años se institucionaliza la educación masiva, aunque nunca llegó a serlo realmente. De hecho hoy se privatiza y se hace nuevamente excluyente.
También sería bueno recordar que los lenguajes que hablamos y sus escrituras, son una lenta construcción de todos los pueblos y razas que heredamos. Junto con el conocimiento, la tecnología, la imagen y modelo del mundo que hoy compartimos, el mundo en que vivimos e inclusive la personalidad de que disponemos, son totalmente una construcción histórica.
Y si reconocemos que las palabras que hablamos y escribimos son herencia y construcción de nuestros ancestros, que los pensamientos que pensamos, las creencias, hábitos y rituales que compartimos son la experiencia y los pensamientos de miles, tal vez cientos de miles de generaciones, resulta muy paradójico que hoy discutamos propiedades intelectuales, ni hablemos ya de la ridiculez de patentar semillas u organismos naturales. ¿Adónde va a llegar nuestra alienación y ridiculez? Intentar apropiarse de la creatividad es algo así como atrapar el aire, el agua o el sol con las manos.
Pero lo más significativo de todo esto es comprender que nuestra imagen o modelo del mundo tanto como nuestra personalidad, son una construcción por lenta acumulación histórica. Porque reconocerlo así es comprender que en realidad nuestra conciencia y el mundo se construyen juntos, que nos vamos conociendo al aplicarnos al mundo, junto con el mundo.
Y ante esta comprensión resulta evidente que no se nos puede educar con un modelo de mundo estático, hecho y preexistente. Ni desde una autoridad que imponga el conocimiento, porque eso no es coherente con lo que nos enseña nuestra historia ni con lo que testimonia la actual revolución.
En realidad estamos hablando del ejercicio mental y físico de toda la especie humana y recreándolo en el momento que lo reproducimos en nosotros mismos. Estamos reviviendo, recreando el proceso mental mediante el cual se construyó esa imagen del mundo que ahora conocemos, y también esa personalidad que a él se aplica.
El mismo acto de conocer es formativo de la mente, creativo, organizador de formas y objetos, estructurador de infinitas conectivas. Ahora mismo estamos conociendo, siempre estamos conociendo, construyendo, reproduciendo y recreando experiencia y conocimiento.
Por tanto no se puede educar para vivir en y adaptarse a un mundo hecho, cuando justamente ese mundo y ese conocedor son una construcción, son el mismo conocimiento recreándose, vehiculándose de generación en generación. Son actos y no solo objetos de conocimiento.
Tampoco se puede educar para ajustarse a un conocimiento exacto, cuando justamente todo conocimiento es una construcción que está sucediendo exactamente ahora, a cada momento que lo utilizamos y ejercitamos.
Y menos aún reproducir un conocimiento abstracto y sin punto de aplicación, sin acceso a la posibilidad de transformar la realidad con ese conocimiento. Porque justamente la base de ese conocimiento es la realimentación con los hechos, el circuito percepción-respuesta o pensamiento-acción.
Vivimos en una democracia representativa no solo porque apenas tenemos derecho a votar cada elección. Sino y sobre todo, porque los principios y valores no se ejercitan como conducta social. Por consiguiente no generan conciencia de tal ejercicio, sino que son “representados” por instituciones, constituciones, leyes, etc. Es decir, son conocimiento estático, abstracto, enajenado de la práctica social, de la conciencia, y superpuestos a la misma.
¿La justicia es un sentimiento que yo experimento y expreso conductualmente en mis relaciones? ¿O es una medida fija, una entidad externa que me supervisa y premia-castiga, es decir algo alienado, que en última instancia no tiene nada que ver conmigo, no es nada?
Hoy en día todo ese modelo de mundo y educación, hace crisis en los bárbaros y macabros espectáculos de Afganistán, Irak, Palestina y el Líbano, sin dejar de incrementar sus amenazas e ingerencias de todo tipo en Cuba, Venezuela, Irán. Y dado que la evolución humana está sujeta a la libre elección de nuestros destinos, el derrotero que tomarán estos cursos de acción, dependerá en gran medida de hasta donde sigamos aceptando tolerar estas aberraciones.
No es cierto que haya ningún imperio todopoderoso que pueda imponer su voluntad a todos los demás. De hecho la economía de EEUU sigue en pie porque los demás países compran el déficit con su superhábil en dólares. Lo mismo sucede a nivel energético y gasífero.
En otras palabras, estamos financiando su barbarie y somos sus cómplices. Por tanto una decisión conjunta lo paralizaría no solo por fuera, sino también internamente, ya que su nivel de vida y consumo depende de toda esta trama económico-energética.
Desde Venezuela se impulsa con fuerza, y resuena ya en América y en los pueblos del mundo, una corriente alternativa de integración solidaria, que sustituya la cultura de competencia y parasitismo de unos sobre los otros. Pero esta iniciativa requiere también una nueva cultura.
Las diferencias de género y de clases sociales son productos naturales e históricos. Una cumple con la función de reproducir la especie, la otra con la necesaria división de tareas especializadas complementarias. Ninguna de estas necesarias diferencias, implica relaciones de dominio-sumisión. De hecho si algo nos enseñan los presentes desequilibrios sociales y del ecosistema, es que esta organización ya no resulta viable.
Por eso me parece que la lucha de clases y géneros no puede ser el vehículo apropiado de la integración de los pueblos. No parece sensato que las diferencias en lucha puedan aportar un piso para la unidad y la paz. Por el contrario necesitaríamos encontrar o reconocer algo esencial y común a toda la especie para que propiciara tal integración o síntesis de diferencias.
Yo estoy convencido que nuestra propia historia es el testimonio de eso esencial y común a toda la especie. Nuestra intención trascendente, superadora de todo límite, las múltiples y a veces confusas expresiones de nuestro amor a la libertad, son el mismo motor de esa historia.
A la historia se la conoce por sus frutos. Y si de algo da testimonio esa historia que hemos acumulado y construido momento a momento, generación tras generación, es de la creciente libertad de elección y/o dinámica social que hemos ido ganando.
El error o limitación que hemos sufrido hasta hoy, parece ser el imponer autoritariamente conocimiento o modelos de mundo. Cuando nuestra historia de continua superación de límites, a lo cual llamamos evolución, nos muestra que hemos vivido coqueteando con lo desconocido, siempre aspirando a lo nuevo o por conocer. Yo diría que hasta resulta justificado decir que: “somos el modo en que lo desconocido se hace conocible o viene a ser en las formas”.
Somos constructores, hacedores, creadores de culturas, instituciones, religiones, personalidades, imágenes del mundo y sentidos de vida. Y si algún error hemos cometido por ignorancia o insuficiente conciencia, es justamente el imponernos nuestras propias creaciones como límites a nuestra libertad de crear y elegir nuevos modos de vida, a medida que los viejos se van desgastando, agotando y resultando insatisfactorios, estrechos, represivos.
Si con algo chocamos, violentándonos al generar inútil sufrimiento, es justamente con los modelos mentales de organización que anteriormente creamos, y resultaron satisfactorios a ese momento.
Pero que se convirtieron en hábitos y creencias que hoy ya nos resultan desapercibidas, incontrastadas, y son percibidas como instituciones protectoras del orden establecido al que hay que defender de insurrecciones antisociales, o del terrorismo hoy de moda.
Así pues por un efecto de espejo, por un espejismo, nos identificamos con las instituciones, con el objeto, inercia o recuerdo de nuestra creatividad. Convirtiendo nuestra creatividad, la actividad de nuestra conciencia, en un temido fantasma antisocial.
Lo activo, lo dinámico, lo vital, lo generador es la conciencia. La institución es obviamente pasiva, paralizante, inerte, abstracta. Y si la superponemos a lo viviente obligándolo a ajustarse a aquella para poder expresarse, pues los resultados obvios e inevitables son la represión, la violencia, la burocracia y la corrupción. Lo conocido es nuestra herencia, nuestro piso, pero en continua interacción creativa con lo desconocido, con lo por ser, nuestro ilimitado techo
Es dentro de este modelo organizativo institucionalizado de la sociedad, donde la conciencia se vuelve pasiva y queda a merced de lo estímulos virtuales de su entorno, para sugestionarla y venderle desde el mundial de fútbol hasta el candidato político de su preferencia.
También podríamos decirlo al revés. Una conciencia pasiva proyecta su propia actividad traducida como atributos y cualidades, sobre entidades e instituciones. Por lo cual obviamente una revolución implica la activación y caer en cuenta de esa conciencia, que comienza a transformar su realidad a la medida de sus necesidades reales. Una revolución por tanto no es solamente cambio de las estructuras de poder, sino y principalmente del nivel de conciencia.
A mi modo de ver una cultura de integración para los pueblos, ha de apoyarse paradójicamente en que el ser humano es creador de culturas y por tanto las trasciende. Es justamente ese poder y esa capacidad creativa la que le otorga la libertad de elegir, y también la que genera la contradicción entre las diferentes alternativas y muchas veces lo atrapa y paraliza entre ellas.
Es apoyándonos en ese conocimiento, poder y capacidad creadora de la conciencia, que ha motorizado y construido toda la historia, que en realidad “es” nuestra historia, que podemos encontrar un modo de ir más allá de todo aquello que nos diferencia y enfrenta.
Diferencias que en definitiva no son sino anteriores creaciones de la conciencia que se han institucionalizado, desgastado, convertido por repetición en hábitos y creencias difusas y desapercibidas. Es decir, en conciencia pasiva, alienada.
Es entonces que la vida volverá a ser un ejercicio creativo, un arte, será poesía en acción, transformadora de la realidad para bienestar de toda la humanidad. Porque ya no estará intermediada por instituciones burocráticas ni alienada de su propia humanidad, es decir deshumanizada.
Comenzar a construir nuevas formas de expresión ajustadas a nuestra sensibilidad, comenzar a sentirnos y vernos de nuevos modos, será lo que nos desidentifique o desilusione de ese pasado que nos limita y frustra, que comenzará a morir por desatención. Ese “nuevo reconocimiento de nosotros mismos”, será el nacimiento de la verdadera cultura revolucionaria.
Estamos despertando de la hipnosis de un viejo modelo. Una nueva sensibilidad nos permite comenzar a verlo, nos sirve de apoyo y distancia para poder verlo. No hay forma de ver u objetivar algo si no te diferencias de ello. Cuando lo ves, puedes comenzar a transformarlo.