Construyendo la imagen del nuevo mundo

Libertad… ¿Cuál libertad?

Nos hemos acostumbrado a hablar de abstracciones, eufemismos, a no llamar las cosas por su nombre. Termino de ver la conferencia inicial de MERCOSUR, los cuatro primeros presidentes hablaron de todo sin citar las verdaderas fuerzas en juego. Tuvieron que llegar los presidentes Chávez, Morales y Castro, para que se pudiera saber de qué hablaban.

¿De cual libertad entonces hablamos cuando tenemos miedo a llamar las cosas por su nombre? ¿Cómo se puede transformar una realidad cuando no se reconoce, que ese sistema u organización solo existe y se mantiene imponiéndose por la fuerza, chantaje, amenaza, y que antes de hablar tienes que mirar con temor a los lados, para ver quien te escucha?
Pero ahora todo eso se llama prudencia, sentido común, diplomacia. Dicen que no hay que mezclar la política con estos acuerdos. Supongo que entonces deben ser actividades de animales o ángeles, porque hasta ahora no conozco una actividad humana que no sea política.

En Venezuela desde la campaña política, comenzaron a reaccionar los intereses resistentes a la sola mención de llevar salud, educación, alimentación al pueblo. Luego, cuando se intentó pasar de las palabras a los hechos, se comenzó a dibujar gradualmente toda una red mundial de intereses que había neutralizado toda posible intervención del Estado-nación, obligándolo a privatizar todos los servicios y derechos sociales conquistados tras siglos de histórica lucha.
Entonces si el Estado se ha vuelto figurativo, representativo, una fachada de los intereses corporativos que realmente deciden e imponen direcciones, ¿de qué libertad hablamos? ¿Libertad de mercado, de desarrollo, de expresión, libre competencia?

En un mundo donde las corporaciones, los bancos concentran todo el capital y asfixian crecientemente a productores y trabajadores de todas las clases sociales sin diferencia, camino de convertirse en los dueños de todo, ¿de qué libertad se puede hablar?

Tal vez la libertad de elegir de quien quieres ser esclavo, o de contemplar como la soga se aprieta en torno a tu cuello hasta morir, mientras expresamos libremente que la hora se acerca.
Lo simple y real, es que cuando te imponen a palos una realidad no deseada, luego cada vez que ves un gesto medianamente amenazante, o simplemente un uniforme, aflora todo ese trasfondo condicionante de miedo.
Entonces se habla en voz baja y mirando preventivamente a los lados, se les cambia el nombre a las cosas, y los significados reales sea alejan cada vez más del lenguaje, de la conciencia, de lo cotidiano. Se produce una profunda fractura y alienación.

Entonces la libertad se convierte en abstracción, en ideología, en un incorpóreo espíritu que flota suspendido sobre el mundo, y que todos andamos buscando sin tener la menor idea de que cosa sea. Pero no, el espíritu, si es que hay algo así, no flota en ninguna parte, sino que está bloqueado visceral y cerebralmente por el temor al castigo, al sufrimiento, a la muerte.

La libertad no existe en el aire, sino que se siente y experimenta como impulso humano, íntimo, viviente, que motoriza a superar limitaciones y opresiones de todo tipo. El ser humano se siente impulsado innatamente a superar y/o liberarse de todo aquello que le ocasiona sufrimiento, violencia interna.
Separar el impulso trascendente, superador, liberador, de aquello que lo oprime, limita, restringe, reprime, es igual a hablar de una madre sin referirla a sus hijos. No hay madre sin hijos. Madre alude implícitamente a hijos.
De otro modo decimos mujer, o ser humano. Madre-hijo es función gestadora, dadora a luz, nutritiva, educadora, acogedora, protectora, consoladora. Función que con la historia cada vez se especializa y pasa más a manos de profesionales.

Imagínense un niño que continuara pegado del seno nutritivo materno. A medida que tal niño creciera la madre se iría secando y achicando, marchitándose hasta desparecer. Esa figura es perfecta para lo que hoy damos en llamar imperialismo.
Yo lo llamaría “niño abusador”, que en su inconciencia e ignorancia, ha llevado el ecosistema y la especie humana al borde del abismo. Y seguramente es una imagen más cercana a la realidad de todos los días que llamarlo imperialismo.
¿Libertad de empresa, de mercado, de expresión, libre competencia? ¡Já! Dicen que el ser humano es gregario, es un ser social. ¿Están seguros? ¿Y dónde queda su amor a la libertad en todo eso? Yo ya no me atrevo a dar definiciones, porque si algo hemos demostrado es que nos burlamos tarde o temprano de todas ellas, que no aceptamos cárceles eternas, que siempre encontramos antes o después una salida.

Tal vez el ser humano es una cosa y otra también, es muchas cosas jugando simultáneamente en inestable equilibrio y ajuste a las circunstancias a que ha de responder. Lo que es cierto y seguro es que no cabe dentro de ningún molde por mucho tiempo. Y es por eso que hay una historia, un movimiento evolutivo, un desarrollo creciente de las formas de organización social, de las instituciones que se agotan y necesitan ser cambiadas, transformadas.
Si algún sentido racional tiene la reunión de los hombres en grupos, es la suma de sus fuerzas y capacidades para la satisfacción conjunta de las necesidades y exigencias de la vida. Si algún motivo y justificación tiene una nación, una constitución, un sistema de leyes, es el equilibrar las diferencias y asimetrías naturales e históricas heredadas.

Y cuando luego de centurias y milenios no solo no hemos podido, querido o sabido solucionar las necesidades básicas del ser humano, sino que nuestros limitados logros comienzan a retrogradar, ¿les parece que puede tener algún sentido llamarle libertad, al competir unos con otros como animales por la supervivencia? ¿Podemos llamarle a eso realmente vida?
Hoy en día, nuestros conocimientos, nuestra ciencia y tecnología, nos permite recrear nuestro aleatorio desarrollo histórico, planificada y preventivamente. En Venezuela se planifica construir varias ciudades. Ya no hace falta conservar las viejas concepciones de campo y ciudad, porque se puede reunir lo mejor de cada uno de ellos corrigiendo los excesos y limitaciones que arrastramos, como inevitable residuo de un desarrollo ingenuo, anárquico.

Hoy podemos planificar qué empresas formarán el núcleo central de una ciudad, como “la Ciudad del Acero”, en Guayana, Venezuela. Cuantos habitantes tendrá, cuantas viviendas, servicios, instituciones de salud, educación y negocios serán necesarios y donde estarán más estratégicamente ubicados. Podemos prever y proyectar su desarrollo demográfico a futuro.
Si comprenden realmente lo que estamos diciendo, verán que desde el mismo principio todas nuestras necesidades y derechos están resueltos. ¿Entonces cuál es la libertad de montar el negocio que a mi se me de la gana, para ver si da resultado y si no se me instala un libre competidor en la esquina?
Eso corresponde a una vieja mentalidad, totalmente retrógrada respecto a las posibilidades ya presentes. Por tanto en este caso las limitaciones a superar o de las cuales liberarnos, están en nuestra estrecha mirada y concepción, acostumbrada a pensar y percibir por casilleros, por diferencias, e incapaz de levantar la nariz del suelo, para abarcar e incluir estructuralmente.
Decimos que los hombres hacemos historia. Yo lamento decirles que opino que hasta hoy la historia ha hecho hombres. Hemos sido simples vías de experimentación de la vida y vehículos de conocimiento acumulativo, transvasado de generación en generación. Recién hoy en Venezuela, se propone poner al hombre y su felicidad cual centro de toda institución y planificación, en lugar de que este sirva a la continuidad de las instituciones y naciones.

Recién hoy estamos a las puertas de agotar y cerrar una instancia histórica, como es la de proveer como derecho de nacimiento de todo ser humano, todas sus necesidades y derechos garantizados. Por eso recién hoy estamos a las puertas de llamarnos realmente seres humanos, civilizados. Recién estamos a las puertas de dejar de soñar en un futuro feliz, o en un cielo más allá de la muerte, para realmente apropiarnos finalmente de nuestro futuro.
Para esta nueva mirada todos tienen los mismos derechos, la misma educación Todos seremos profesionales. ¿Y entonces donde estarán las diferencias de raza, género y clase utilizadas cual vehículo de dominación y de supuesta superioridad de los más fuertes sobre los más débiles? ¿Quiénes serán los obreros y quienes los ejecutivos?

Pues los seremos todos, un rato cada uno, o lo serán aquellos que lo prefieran. Pero en ningún caso tendrá connotaciones de valor, de superioridad, porque será algo elegido y/o aceptado voluntariamente, y de ningún modo una imposición. Por tanto no será ni se experimentará como una limitación que genera sufrimiento, ni se deseará luchar por liberarse de ello.
En este caso particular si alguna lucha liberadora ha de haber, es contra la inercia que genera la excesiva especialización de unas funciones en detrimento de las otras, por ejemplo del intelecto a expensas de la emoción y la motricidad.
En tal caso es muy interesante explorar la rotación de las funciones entre obreros y/o ejecutivos, con la finalidad de abarcar la visión estructural de la empresa, así como subsanar cualquier disfunción por rutinas excesivamente especializadas, lo cual afecta hasta la salud.
Ante estas posibilidades inmediatas y ya en construcción, se comprende que la tal libertad de mercado y expresión, solo son miradas retrógradas que adhieren al caos, a la ineficiencia. Que se han habituado al elevado nivel de tensiones que genera la lucha, la competencia, y han de ser reeducadas, alfabetizadas tecnológicamente como dicen ahora, acorde a las nuevas realidades. Tal vez hayan de aprender técnicas de relajación.
Podemos ir más allá y visualizar que en breves años, el 20 o 30% de la población activa será suficiente para producir todo lo necesario. Estaremos además en capacidad de sintetizar todos los alimentos y medicamentos, y más aún, de prolongar crecientemente los años de vida.

Y es desde esta visión futurista a corto plazo, que hemos de comenzar a planificar y construir estratégicamente nuestro porvenir nacional, continental y mundial. Porque la instancia histórica y sicológica de la supervivencia, de enfrentarnos compitiendo como animales ya ha sido superada, y es necesario comenzar a pensarnos y sentirnos desde una nueva mirada.
Y aquí entramos ya en otro tipo de limitaciones y luchas libertarias necesarias. “La Ciudad del Acero” se proyecta como socialista, con relaciones sociales participativas y protagónicas. Con cooperativas productivas y de servicio popular. Con participación de acciones, administración y decisión de los trabajadores, como empresas de cogestión, sin afanes de lucro capitalistas.
De hecho ya hay en marcha variadas y creativas experiencias de cogestión Estado, capital, trabajadores, cooperativas, etc. Pero todo esto es el llevar a la práctica una visión futurista, es el ejercicio exploratorio de un ideal. Y si se lo está intentando es obviamente porque no existe.

Por tanto no se puede lanzarse a tal experimento creativo ingenuamente. Hay que comprender que venimos de ser educados, forjados, ejercitadas nuestras conductas, hábitos y creencias en una organización de “arrégleselas y sálvese cada cual como pueda, y los que vengan después ya verán que harán”. Donde el éxito era obtener lo máximo posible a cambio de lo mínimo.
Hablando en criollo venimos de una sociedad de jodedores jodidos, porque a mayor éxito en joder, más enemigos ganas y más cerca estás que alguien te joda. Por tanto en esta transición hacia un nuevo modelo, necesitamos reeducarnos y saber que nuestras mejores intenciones se verán desviadas por nuestras viejas mañas arrastradas de nuestras anteriores experiencias.
Estamos hablando nada más ni nada menos, que de convertir conciente y experimentalmente al viejo Adán, en el nuevo hombre que traerá a ser la tierra prometida. Esa que soñaron todos nuestros antepasados mientras peregrinaban por el tiempo tras un inalcanzable y siempre evasivo sueño de felicidad futura.
Mientras construían lenta y trabajosamente la economía y cultura que nos heredaron y hace posible este momento. Esta antorcha luminosa que hoy nosotros elevamos y nos permite vislumbrar un futuro mejor, un futuro feliz. Esta llama que enciende nuestros corazones de alegría y entusiasmo, nos revoluciona sicológicamente lanzándonos en pos de nuestro futuro.

Hoy en Venezuela sabemos que no hay nada insuperable, no hay efecto cronológico que no pueda ser revertido. No hay herida ni cicatriz del tiempo que no pueda ser sanada, no hay diferencia entre los hombres que no pueda ser hermanada. No hay frustración ni resentimiento que no pueda ser convertida en amor, en solidaridad. Esa es la verdadera revolución.
Como otros tipos de limitaciones y necesarias luchas liberadoras de ese amor, tenemos los ejemplos de “la Misión Negra Hipólita”. Miles de indigentes, adictos a las drogas y el alcohol han sido retirados de las calles por donde andaban con la mirada perdida, sin rumbo. Han sido atendidos, alimentados, han recibido tratamientos médicos y sicológicos apropiados.
Familias completas han sido recogidas en los vertederos de basura donde buscaban su sustento diario, y han sido llevadas a alojamientos apropiados mientras se les construyen casas dignas. Hoy muchos de ellos están estudiando allí donde habían dejado, preparándose para reinsertarse productivamente en la sociedad.

Ellos fueron el desecho, la escoria del modelo social que está afortunadamente muriendo. Ellos son el resultado de ese convertir lo humano en cosa, usándolo al servicio de la continuidad de intereses e instituciones, para desecharlo y cambiarlo por otro más fresco y barato cuando ya no les resulta útil o económico.
La nueva mirada humana ya comprende que se ve reflejada en su paisaje, y que no puede pasar indiferente, insensible ante el sufrimiento ajeno. El otro no es más que nuestro espejo, no es más que la resultante histórica del modelo organizador y direccionador de nuestras fuerzas y capacidades. Por tanto en sus circunstancias nos estamos viendo a nosotros mismos.
Quien puede ver la miseria humana sin conmoverse y avergonzarse, es porque se ha bloqueado emocionalmente, porque teme a sus propios sentimientos y prefiere evadirlos. Esto no es una crítica moral, sino un reconocimiento de la desesperanza y parálisis, de la profunda fractura en que este modelo de vida nos ha sumido.

Tampoco es pesimismo, porque cuando observas y sobre todo sientes, que con la atención y calor humanos esos seres abandonados y destruidos renacen, cuando ves que la alegría vuelve a iluminar sus ojos, también sientes que la esperanza renace conjuntamente en tu corazón. Entonces finalmente entiendes lo que es ser plenamente humano.


Esta nota ha sido leída aproximadamente 3724 veces.



Michel Balivo


Visite el perfil de Michel Balivo para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: