Desde hace un buen tiempo vivo observando como en los claustros universitarios de Venezuela se benefician a una serie de docentes e investigadores, con becas especiales para profesionalizarse en el exterior. Todo un protocolo de "exquisitez" en el cual se selecciona a los más granados de la academia para que vayan a otras experiencias de aprendizaje y traigan nuevas estrategias y conocimiento que coadyuve al enriquecimiento de la investigación, docencia y extensión, en las Casas de estudio Superiores.
Esos granados académicos entran en un plan de formación que, de acuerdo al papel que norma y reglamenta estas actividades, deben no solamente demostrar habilidades y destrezas aprendidas en sus experiencia de estudio en el extranjero, sino que debe venir a contribuir con "algo", aunque sea un suvenir, en las aulas de clases y en sus contenidos programáticos por los cuales son considerados docentes universitarios.
Todo lo anterior es demagogia pura, absoluta, transparente y real; farsa en todo el sentido de la palabra. Se selecciona a la élite del "grupismo" de turno, se beneficia a personajes que se dan el tupé de pasar seis y hasta ocho meses en el extranjero y son incapaces de reproducir sus experiencias en talleres motivacionales o de formación. No aportan investigación alguna (claro está, hay sus excepciones, pero son tan mínimas que no existen), no llegan a internalizar para qué salieron del país a formarse, ven el beneficio como extensión de su cuota por ser parte del grupo que tiene la potestad de tomar la decisión de quiénes viajan o no. Esa es la realidad, no es un asunto de Reglamento o reconocimiento de méritos, es un asunto de política, burda y barata, que como decía Ángel Capelletti, "política de la cotidianidad humana, caracterizada por la pillería y el fraude".
El asunto no tiene nada que ver con que, en el caso particular de quien escribe, por no estar en esos grupos no ha podido beneficiarse y tiene "cochina envidia", no, jamás personalizaría un tema tan delicado y complejo, sino que preocupa el "uso y abuso que se le da a las universidades" para obtener méritos que en ocasiones no responden al talento o condición vocacional de quienes son seleccionados. Peor aún, los hace cometer delito, al converger con unas reglas que le exigen un aporte en conocimiento y masificación de los saberes aprendidos, y son incapaces de tener la iniciativa de promover tareas de formación donde su aprendizaje sea reforzado e impulsado hacia sus colegas y estudiantes. Es que ni siquiera el idioma, si les tocó aprender otro idioma moderno a donde fueron, son capaces de venir a difundir, como técnica, para que los colegas que no pudieron entrar en ese plan de formación tengan algún granito de ese nuevo aprendizaje obtenido.
En concreto, hay un uso y abuso de las políticas universitarias que aspirando mejorar las condiciones de su planta profesoral, han caído en la perversión de utilizar los beneficios que son de todos los docentes universitarios, en un vil sectarismo tintado en algunos casos por lo ideológico, pero que prevalece las relaciones humanas conectadas por el grupismo o amiguismo, de algo que bajo la figura de la incondicionalidad, hoy desvirtúa el carácter técnico, especializado y de saberes, en las universidades venezolanas. No se escapa ni una, tanto pública como privada, a decir del docente universitario Rafael Rattia, hay un distanciamiento entre la "tarea humana del universitario y su responsabilidad académica". Cuando la tarea humana está por encima de la responsabilidad académica, los grupos asumen posturas discriminatorias, estériles, vacías; la búsqueda debe priorizar lo académico, seleccionar en razón de las líneas de investigación y la producción intelectual del docente; reconocer sus méritos y evaluar sus logros al retornar al país luego de haber sido beneficiado. No se puede continuar dando "cheques en blanco" y quedando peor que cuando los seleccionados a cursar estudios de formación profesional en el extranjero retornen; tiene que promoverse una consciencia académica, un respeto a la tarea de formar y ser formados, porque las universidades no son espacios para estimular la egolatría y la actitud "raspicuim" (mirar por encima de la nariz) de quienes alcanzan entrar por concurso de oposición en la universidad y luego se olvidan del sentido humanista, racional e idealista, que debería ser la postura ontológica del docente universitario moderno.
En una palabra, muchos son los elegidos y pocos los que merecen esa elección; aprendamos a entendernos respetando los méritos, el trabajo desprendido de la academia libertaria que nos decía Paulo Freire; dejemos un legado de enseñanza, humildad y servicio, no pasemos a la historia como el séquito de un grupo que nos benefició por ser más aduladores que otros. Reflexionemos que no somos inmortales.