Aciertos y problemas de la superexplotación

La superexplotación fue una tesis central de la teoría de la dependencia postulada por Marini. Subrayó que las clases dominantes de la periferia compensan su lugar subordinado en el mercado mundial, remunerando a la fuerza de trabajo por debajo de su valor.

A través de esa succión adicional de plusvalía, los capitalistas preservan sus ganancias e imponen salarios inferiores por jornadas de labor más prolongadas e intensas. Con esos mecanismos contrarrestan el deterioro de los términos de intercambio generado por la provisión de materias primas y la adquisición de bienes elaborados.

Como los grupos dominantes priorizan los negocios de exportación, desatienden el bajo nivel de los ingresos populares y la consiguiente contracción del mercado interno.

Marini atribuyó la consolidación de este modelo a la sobrepoblación histórica de América Latina. Señaló que el gran volumen de la mano de obra indígena -reforzado con los flujos inmigratorios- aportó los excedentes demográficos requeridos para apuntalar la superexplotación (Marini, 1973; 38-49).

El teórico brasileño planteó esta interpretación del subdesarrollo en contraposición a los liberales, que explicaban el retraso regional por el desaprovechamiento de las ventajas comparativas y el desaliento de las inversiones extranjeras. Contrastó también su enfoque con los keynesianos, que resaltaban la reducida promoción estatal de la industrialización (Marini, 2005:139-150). La superexplotación fue concebida, por lo tanto, como un rasgo determinante de la configuración socio-económica de la región.

LÓGICA E INTERPRETACIONES

Los principales adversarios de Marini de la época objetaron la noción señalando que era un rasgo accidental y carente de significación teórica. Estimaron que expresaba formas primitivas de plusvalía absoluta, que contradecían las inversiones determinantes de la industrialización brasileña de los años 60 (Cardoso; Serra, 1978).

El teórico marxista respondió aclarando que la superexplotación incluía aumentos de la productividad y no suponía un simple estrujamiento de la fuerza de trabajo (Marini, 1973: 91-101, 1978: 57-106). Destacó que constituía una modalidad de la plusvalía relativa en las economías intermedias. Añadió que la modernización fabril se realizaba en esas regiones, con menor inversión de punta y mayor afectación física de los operarios.

Marini resaltó la preeminencia de esa amalgama durante la industrialización por sustitución de importaciones. Indagó especificidades del trabajo asalariado sin extender su novedoso concepto al siglo XIX. Por eso resulta discutible la aplicación de esa noción a estructuras semicapitalistas como el apartheid, que violaban los principios de libre circulación de los obreros.

El pensador brasileño también subrayó que su teoría no implicaba estancacionismo. Al igual que Marx acotaba el impacto de la pauperización absoluta a sectores específicos (Marini, 1973: 81-101). El autor de El Capital situaba mayoritariamente esa desventura en los desempleados de la industrialización inglesa del siglo XIX y Marini en los segmentos más desamparados de la periferia contemporánea.

La principal intérprete de Marini de esos años precisó que la superexplotación no aludía a un deterioro general de las condiciones de vida de los obreros. Sólo buscaba esclarecer las peculiaridades de la fuerza de trabajo en la periferia industrializada (Bambirra, 1978: 70-73).

Marini distinguió su tesis de distintos enunciados de la opresión laboral agravada. No caracterizó a la superexplotación como un atropello adicional. Compartía la indignación moral frente a esas agresiones, pero pretendía clarificar un rasgo de las economías dependientes.

Por esa razón tampoco asoció su noción con la degradación taylorista denunciada por los investigadores del control patronal. Ese enfoque indagaba cómo la gerencia divorcia la concepción de la realización de las tareas, para reducir el dominio que mantienen los obreros de su propia actividad.

Marini apuntó hacia otra dirección. Buscó explicar los padecimientos de los asalariados de la periferia, en estrecha conexión con la lógica del subdesarrollo imperante en esas regiones.

OBJECIONES COMPATIBLES

Algunos pensadores compartieron su teoría de la dependencia sin aceptar el concepto de superexplotación. Señalaron la incompatibilidad del capitalismo con la generalizada remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su valor (Cueva, 2012: 200).

Recordaron que Marx demostró cómo la lógica objetiva de ese sistema asegura la reproducción normal de los asalariados, mediante retribuciones fijadas por el mercado laboral. Con esos salarios se perpetúa la extracción del trabajo excedente que nutre a la plusvalía.

Cueva destacó que el capitalismo no necesita mecanismos adicionales para desenvolverse y afirmó que la sub-remuneración de los asalariados transgredía los principios de la acumulación. Estas normas implican la reproducción de la fuerza de trabajo mediante precios acordes al valor de esa mercancía.

La violación de esos criterios amenazaría la propia supervivencia de los trabajadores. Si no reciben los bienes requeridos para subsistir tenderían a padecer un deterioro, que socavaría el nutriente humano del sistema. El sociólogo ecuatoriano estudió un antecedente de ese tipo, en su indagación de la masacre demográfica padecida por América Latina durante la des-acumulación originaria del siglo XVI (Cueva, 1973; 65-78).

Se podría estimar que la superexplotación rige por otras vías, a través de la apropiación capitalista de años futuros de vida del trabajador. Esa confiscación se procesaría a través del agotamiento prematuro de las capacidades laborales de los asalariados (Bueno, 2016: 91-95).

Pero una presión de este tipo convive en los hechos con el aumento del promedio de vida de los trabajadores. El sistema impide una reducción sustancial de la jornada de trabajo acorde al aumento de la productividad, pero no obstruye la reproducción normal de los operarios. El capitalismo se recrea con formas brutales sin devastar su principal cimiento.

Es cierto que un gran ejército de reserva aporta brazos para contrarrestar el desgaste de los asalariados. Pero esa sustitución no opera con puros reemplazos de contingentes laborales, como ocurría con la Mita o la esclavitud en la era colonial.

La superexplotación es también definida por un deterioro del componente histórico-social de la fuerza de trabajo, que no afecta necesariamente al pilar biológico de ese recurso (Bueno, 2016: 102). Pero si el primer elemento de mejoras socio-culturales afronta una degradación permanente y sistemática, los trabajadores no podrían actuar como la fuerza dirigente de un proceso de emancipación. Conformarían una multitud desamparada y distanciada de las potencialidades transformadoras de los oprimidos que avizoraba Marini.

Cueva criticó el concepto de Marini compartiendo sus diagnósticos de la dramática situación afrontada por los asalariados latinoamericanos. Señaló también que debería utilizarse algún término alusivo a esas pesadillas. Por eso afirmó que los desaciertos teóricos de la superexplotación, no invalidaban la presencia práctica de algún símil de esa categoría (Cueva, 2012: 200). Su divergencia con el concepto y coincidencia con la teoría marxista de la dependencia abrieron un sendero de importantes reflexiones.

VALOR BAJO DE LA FUERZA DE TRABAJO

¿Cómo se podría reformular la intuición de Marini sin los problemas conceptuales de la superexplotación? ¿Existe algún enunciado que compatibilice las objeciones de Cueva con las características de la fuerza laboral en las economías dependientes?

La solución más sencilla es postular que en esas regiones predomina un valor bajo de la fuerza de trabajo. Esa tesis es coherente con la mirada de Marx sobre el salario, como una remuneración acorde al costo de reproducción de los asalariados. Además, reconoce la envergadura del ejército de reserva y la vigencia de salarios sustancialmente inferiores en la periferia industrializada.

Varios autores han señalado que esta divergencia de remuneraciones tiene un cimiento histórico en las brechas de productividad (Figueroa, 1986:113-122). La lucha de clases modifica los promedios nacionales de los salarios dentro de ese condicionamiento, que separa estructuralmente a una región subdesarrollada de otra avanzada. Por eso los valores de la fuerza de trabajo (y las canastas de consumos correspondientes) son sustancialmente diferentes.

Estas divergencias de salarios se estabilizan en función de dos procesos: el lugar que ocupa cada país en la estratificación global (centro, semiperiferia y periferia) y su nivel interno de desenvolvimiento (economías avanzadas, medias o retrasadas). Ambas dimensiones están estrechamente relacionadas pero guardan cierta autonomía entre sí.

Los salarios nacionales no constituyen magnitudes fijas e inmutables. Ascienden o descienden junto a las mutaciones registradas en la división internacional del trabajo.

Los bajos valores de la fuerza de trabajo en la periferia se verifican en la magnitud de la pobreza, que afecta tanto al sector precarizado como formal de los asalariados.

En las economías desarrolladas el alto valor de ese recurso restringe el drama del empobrecimiento sólo a los excluidos (Portes, 2004; cap 1, 4). En ambos casos, los precios de la mercancía laboral quedan establecidos por las normas capitalistas de la explotación.

También en las dos situaciones, el curso del salario es determinado en el largo plazo por tendencias objetivas (productividades y base demográfica) y en la coyuntura por el tono del ciclo (prosperidad o recesión). La acción de los trabajadores (intensidad de la lucha de clases) define el resultado final.

Este registro de valores cambiantes y estratificados de la fuerza de trabajo (alto en el centro, bajo en la periferia y medio en la semiperiferia) exige utilizar conceptos marxistas clásicos, distanciados del principio de superexplotación.

IRRESOLUCIÓN ESTADÍSTICA

Las controversias conceptuales sobre el valor de la fuerza de trabajo no se zanjan con cálculos de las distintas magnitudes nacionales. Lo mismo vale para la teoría de la superexplotación. No es un dato a corroborar con ejemplos de mayor sufrimiento de los asalariados de la periferia.

Algunos autores presentan el acortamiento de la vida laboral o la escala del ejército de reserva, como indicios del pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor (Ruiz Acosta, 2013: 35-89). Pero los mismos datos pueden ser exhibidos como evidencias de un valor bajo de ese recurso. Esos parámetros ilustran niveles de vida y no tipos de remuneración.

Marx nunca equiparó al salario con el mantenimiento de los trabajadores a niveles de pura subsistencia. Difería sustancialmente con los economistas clásicos en ese plano. Identificaba el monto de los ingresos de los asalariados con el tiempo socialmente necesario para su reproducción.

Esa magnitud incluye componentes fisiológicos y sociales. El primer elemento podría medirse con registros de alimentación, indumentaria o vivienda. Pero el segundo abarca derechos conquistados junto al avance de la productividad cuya cuantificación es más compleja. No existe un número estricto de los salarios que indique lo requerido para cubrir ambos componentes.

Todo depende de la forma en que se evalúen las necesidades que configuran el valor de la fuerza de trabajo. ¿Qué bienes se privilegia y cuáles se descartan? ¿Esos requerimientos incluyen el automóvil, las vacaciones y los servicios de salud?

Con un criterio muy exigente -que incorpore por ejemplo la educación gratuita en todos los niveles- se podría afirmar que la superexplotación rige en Estados Unidos. Lo mismo ocurriría con Japón, si se toman como referencia los patrones occidentales de bienestar.

Utilizando en cambio un criterio laxo, se podría afirmar que el agobio de la superexplotación no alcanza a Bangla Desh. Allí se verifica la reproducción elemental de la fuerza de trabajo mediante una canasta de consumos ultra-básicos.

La gran diversidad de parámetros nacionales que actualmente existe para definir los patrones de pobreza ilustra esta complejidad estadística. Las estimaciones en Argentina (32,2% de la población) ubican ese porcentual en el mismo plano que Bolivia (32,7%) y por encima del promedio latinoamericano (28,2%). La inconsistencia de estas comparaciones retrata hasta qué punto la simple medición no resuelve el problema.

Otro ejemplo de la misma limitación se verifica en el reciente debate sobre la continuidad, eliminación o agravamiento de la superexplotación bajo la gestión de Lula (Bueno, 2016: 133-136, 205-209). Durante esa administración declinó el desempleo y la pobreza junto a incrementos del salario mínimo. Pero también se expandieron la precariedad y la rotación del trabajo. Según la ponderación asignada a cada uno de estos factores se arriba a conclusiones opuestas.

La superexplotación carece, por lo tanto, de expresiones matemáticas directas. Las necesidades fisiológicas y sociales no se definen con modelos o cifras de referencia.

Los parámetros comparativos sirven, en cambio, para evaluar valores altos, bajos o medios de la fuerza de trabajo. Ese contraste de magnitudes nacionales indica posicionamientos relativos, en un ranking de pagos equivalentes a lo requerido para la reproducción de los trabajadores.

CENTRALIDAD DE LAS TRANSFERENCIAS

El registro de cambiantes valores de la fuerza de trabajo es coherente con interpretaciones del subdesarrollo, centradas en las transferencias de plusvalía de la periferia al centro. Ese enfoque no sitúa la causa del retraso económico-social de ciertos países en la superexplotación.

Dussel expuso esta visión en divergencia con Marini. Retomó la mirada de los economistas marxistas (Bauer, Grossman, Rosdolsky, Mandel), que explicaron cómo opera el pasaje de plusvalía de las economías retrasadas hacia las avanzadas.

Ese drenaje se consuma a través de los precios vigentes en el mercado mundial. La concentración de actividades que requieren trabajo complejo, tecnologías desarrolladas e inversiones significativas en las economías más avanzadas, determina que los precios de sus productos sean superiores a sus valores. Intercambian, por ejemplo, un día de trabajo por tres de su contraparte y lo inverso ocurre con las economías subdesarrolladas.

Estas transferencias internacionales son cualitativamente diferentes a la apropiación de valor al interior de cada nación. En este ámbito los capitales más concentrados acrecientan sus beneficios a costa de los más rudimentarios, bajo el imperio de patrones nacionales de precios, monedas y tipos de cambio. Por el contrario a escala mundial rigen normas que estabilizan las relaciones de dependencia.

Las transferencias de plusvalía entre distintas burguesías no implican ningún tipo de explotación. Consagran modalidades de dominación reguladas por la coacción a competir en condiciones adversas para la periferia.

La dinámica de la ley del valor a escala internacional induce esa redistribución de plusvalía a favor de las economías más avanzadas. Los capitalistas de las principales potencias intercambian sus mercancías por más trabajo que el incorporado a los productos vendidos

Marini aceptaba la gravitación de ese mecanismo pero no estudió su funcionamiento. En su texto clásico resaltó la centralidad del intercambio desigual como determinante de la superexplotación. Pero al desarrollar su tesis terminó asignando mayor incidencia a este segundo proceso que al primer condicionante (Marini, 1973: 24-37).

Dussel cuestiona este desplazamiento analítico que convierte a la superexplotación en la principal causa de los desequilibrios internacionales. Afirma que las condiciones laborales vigentes en la periferia constituyen un efecto y no la raíz del subdesarrollo. Considera que Marini confundió las causas con las consecuencias (Dussel, 1988: 355-357).

Este señalamiento es compatible con la teoría marxista de la dependencia. Como ya ocurrió con Cueva la corrección de equívocos permite perfeccionar esa concepción.

Al resaltar el papel de las transferencias de plusvalía se sitúa la lógica de la dependencia en la dinámica mundial de la acumulación. En ese escenario se definen las inserciones centrales y periféricas y los grados disímiles de desarrollo. Los diferentes valores de la fuerza de trabajo son coherentes con el lugar ocupado por cada concurrente en el escenario global.

Marini remarcaba el peso de la estratificación mundial y dedujo de esa pirámide el comportamiento de las burguesías latinoamericanas, que compensaban ubicaciones adversas con superexplotación. No percibió que ese contra-balanceo sería a lo sumo un efecto secundario y no el epicentro de la dependencia.

La corrección que introduce Dussel permite superar el sobre-dimensionamiento de la superexplotación. También contribuye a introducir reemplazos del pago por debajo del valor de la fuerza de trabajo por remuneraciones acordes al bajo valor de ese recurso. Con este replanteo se puede avanzar en la actualización de la teoría de la dependencia.

DEPENDENCIA SIN SUPEREXPLOTACIÓN

La conveniencia de formular un enfoque de la dependencia sin recurrir al concepto de superexplotación es corroborada por la mirada de Amin. Esa visión remarca la naturaleza intrínseca de la polarización mundial y de los mecanismos de apropiación de plusvalía utilizados por los capitalistas metropolitanos.

Atribuye esa captura a la convergencia de diferentes formaciones económico-sociales en un mismo mercado mundial. Destaca que en ese ámbito operan las estructuras dominantes y subordinadas que reproducen la desigualdad global. Esa brecha potencia los modelos auto-centrados vigentes en los países avanzados y los procesos desarticulados predominantes en la periferia (Amin, 2008: 237-242; 2003: cap 4).

Esta caracterización destaca que las relaciones de dependencia están determinadas por las estructuras polarizadas del mercado mundial, que refuerzan las particularidades de la fuerza de trabajo de los países subdesarrollados.

Amin explica las ganancias extraordinarias que genera la explotación de los asalariados de la periferia por la relativa inmovilidad del trabajo, en comparación al vertiginoso desplazamiento de los capitales y las mercancías.

A diferencia de Marini, el economista egipcio estudia esas singularidades de la fuerza de trabajo en las economías subdesarrolladas, sin utilizar el concepto de superexplotación. Con excepción de algunos pasajes referidos al intercambio desigual no menciona ese término.

Tampoco indaga remuneraciones de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. Sólo evalúa situaciones generadas por diferencias de salarios superiores a las brechas de productividad, resultantes de la mayor inmovilidad de la fuerza de trabajo de la periferia. Considera que los flujos de las migraciones no se equiparan con los movimientos más intensos del dinero y las mercancías (Amin, 1973: 67-68).

Al explicar los beneficios extraordinarios derivados de esa desproporción entre salarios y productividades, Amin establece una relación comparativa entre los dos polos de la economía mundial. Observa parámetros mutables de la dependencia que no son propios de América Latina, ni de ninguna otra región. Esclarece ese estatus sin considerar remuneraciones de la fuerza de trabajo por debajo de su valor.

VARIEDAD DE USOS

También pensadores muy próximos a Marini desenvolvieron detalladas exposiciones de la teoría de la dependencia, sin tomar en cuenta el concepto de superexplotación. Sólo aludieron tangencialmente a esa categoría, para ilustrar cómo las clases dominantes locales dividen el excedente con sus socios externos (Dos Santos, 1978: 320).

El carácter prescindible de esa categoría se corrobora también en la existencia de autores que cuestionan o aceptan el término, desde contundentes miradas antidependentistas.

En el primer caso la noción es impugnada estimando que pretende definir el valor de la fuerza de trabajo de manera ahistórica, sin considerar el curso de la lucha de clases (Castañeda; Hett, 1991: 51-66).

Esta objeción desconoce que toda la trayectoria de Marini estuvo signada por su compromiso con la lucha revolucionaria. Supone un inimaginable divorcio de los razonamientos del pensador brasileño con las batallas sociales. Olvida que Marini elaboró su categoría en estrecho contacto con las resistencias obreras de su país.

Los problemas teóricos de la superexplotación no afectaron la estrategia socialista, que el teórico de la dependencia impulsó en explícita sintonía con la revolución cubana. Paradójicamente Castañeda -que cuestionó su omisión de la lucha de clases- terminó confrontando abiertamente con ese principio. Como canciller de un gobierno derechista, el crítico mexicano involucionó de la ortodoxia marxista a una fanática defensa del neoliberalismo.

Pero la recepción de la superexplotación fue en los hechos muy variada en las teorías contrarias al dependentismo. Algunas miradas no sólo aprobaron sino que extendieron esa idea. En un análisis del caso argentino, se aplica por ejemplo el concepto para explicar cómo la confiscación acentuada de los trabajadores, beneficia de manera excluyente a los capitalistas locales.

Se postula que ese sector absorbe el grueso del excedente, a través de capturas contrapuestas al flujo hacia el exterior que describe Marini. En lugar de drenajes hay afluencias de plusvalía desde centro hacia la periferia (Iñigo Carrera, 2008: 20).

Los inconvenientes de esta mirada fueron abordados por el pensador brasileño en su investigación sobre del ciclo dependiente. Lo que se corrobora aquí es cómo una versión de la superexplotación puede ser incorporada a enfoques ubicados en las antípodas de Marini. Ese concepto no es la llave maestra de la teoría marxista de la dependencia.

SUPEREXPLOTACIÓN CON Y SIN MARX

En ciertas interpretaciones el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor es atribuido al propio Marx. Se resalta esa aplicación en los análisis sobre la explotación sufrida por los coolies y esclavos de las colonias (Higginbottom, 2012: 253- 267).

Pero esas referencias aluden a modalidades no asalariadas y por lo tanto ajenas a los principios del capitalismo. Marx investigó la función de esas variantes en la acumulación primitiva y en la constitución del mercado mundial. Pero concentró sus estudios en el caso inglés, para develar la lógica laboral imperante en la era contemporánea. En esa indagación no dejó ninguna duda sobre la remuneración de la fuerza de trabajo por su valor.

En lugar de explorar las peculiaridades de una plusvalía adicional, el pensador alemán buscó resolver el misterio de una mercancía que genera más valor del requerido para su reproducción.

Es erróneo suponer que la superexplotación está presente en Marx como una ley inmanente del capitalismo (Nascimento, 2013: 115-127). Esa lectura no sólo diluye la lógica de la plusvalía. También contradice el propio enfoque de Marini, que observaba la remuneración por debajo del valor como una especificidad de la periferia. En la reinterpretación del fenómeno se lo presenta como un rasgo indistinto del capitalismo.

Estas visiones tienden a identificar la superexplotación con la dilapidación de la fuerza de trabajo. Sugieren que el capitalismo depreda la capacidad laboral del obrero hasta extenuarlo, olvidando que el asalariado no es un esclavo divorciado del mercado. En los hechos estas miradas retoman la interpretación proudhoniana de la explotación, como un robo desconectado de la lógica objetiva de la acumulación.

Otras tesis remontan la superexplotación a Marx con interpretaciones más moderadas. Sólo describen su abordaje de esa modalidad en los estudios de las fuerzas contrarrestantes de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia (Smith, 2010: 31-32). Pero en este caso se alude a un problema muy específico y no comparable con la lógica general de la plusvalía.

Los autores que resaltan la total ausencia de criterios de superexplotación en El Capital ofrecen evaluaciones más acertadas (Carcanholo, 2013: 101-104). Las razones de esa omisión saltan a la vista. Marx buscó esclarecer la naturaleza del sistema económico contemporáneo, contrastando el beneficio surgido de la plusvalía con las formas precedentes de lucro.

Esas ganancias pre-capitalistas frecuentemente derivaban de la violación del cambio entre equivalentes a través de engaños comerciales. En el sistema actual ese tipo de inequidades son secundarias.

Algunos pensadores aceptan la primacía de este abordaje en Marx. Destacan que lo central no es lo dicho u omitido por el autor de El Capital, sino la coherencia de esas modalidades con el funcionamiento del capitalismo. Pero igualmente recuerdan que el pensador alemán sugirió la existencia de formas de "explotación redoblada" (Osorio, 2013: 10-20).

Reconocen que la superexplotación viola los principios en que se cimenta el sistema (ley del valor), pero entienden que esa negación no contradice la lógica del desenvolvimiento capitalista. Estiman que la dialéctica del desarrollo incluye ese tipo de transgresiones.

Recuerdan además que los razonamientos abstractos del tomo I de El Capital, asumen otras modalidades en las formas concretas del tomo III. El pago de la fuerza de trabajo por su valor en el planteo inicial, derivaría en una remuneración por debajo de ese piso, en la realidad verificable de los salarios en la periferia (Osorio, 2013: 10-20).

Pero si esa violación es vista como una norma: ¿Qué sentido tiene la teoría del valor como fundamento ordenador de la lógica del capitalismo? Una transgresión debería ser observada a lo sumo como una excepción. No es sensato suponer que el edificio teórico de El Capital opera en los hechos al revés.

La dependencia no se basa en la violación sino en el cumplimiento de la ley del valor. Ese criterio es decisivo en la caracterización de la fuerza de trabajo y aporta también una guía para resolver viejos enigmas de la teoría marxista, como la transformación de los valores en precios.

 

AUSENCIA DE FORDISMO

La superexplotación es a veces explicada por la estrechez de los mercados de la periferia. Se resalta su impacto sobre la fragilidad del consumo -en comparación con el centro- por dos razones: los trabajadores cuentan más como productores que como adquirientes de productos y las burguesías exportadoras de productos primarios realizan en el exterior sus beneficios. Por eso soslayan la conformación del circuito masivo de consumo, que algunos teóricos heterodoxos denominan fordismo.

Ciertos autores opinan que la principal característica de la superexplotación es justamente el uso del fondo de consumo como cimiento de la acumulación (Osorio, 2013: 10-34). La falta de significación del salario en la realización de la plusvalía recicla la carencia de adquisiciones relevantes. El trabajador compra un televisor, pero gasta menos en salud o alimentos y por eso incrementa su pobreza relativa. La insuficiencia del salario obstruye la reproducción normal de la fuerza de trabajo

(Osorio, 2017: 8-10; 2009: 107-115).

Esta caracterización parte de un acertado diagnóstico de severa limitación del poder adquisitivo en las economías subdesarrolladas. Un verdadero abismo separa a Estados Unidos de Brasil en el volumen corriente de compras de la población.

Marini constató esa diferencia y describió cómo el capitalismo incentiva el consumo sin permitir su disfrute. El propio sistema propicia ampliaciones de las ventas y obstruye su concreción reduciendo los costos salariales.

Estas tensiones entre la producción y el consumo –que derivan en última instancia de la estratificación clasista de la sociedad- desembocan en crisis periódicas. Estas convulsiones -que impiden la venta de las mercancías a precios compatibles con la ganancia esperada- son más agudas en la periferia por la estrechez de los mercados.

Los críticos de la teoría de la dependencia objetan esta visión. Señalan que los bajos ingresos populares no obstaculizan la acumulación, si los capitalistas continúan invirtiendo. En contraposición a Marini afirman que esa ampliación de los negocios transforma los productos de lujo en compras usuales y bienes necesarios de los trabajadores (Astarita, 2010: 55-58).

Con otros razonamientos -enfáticamente opuestos a cualquier teoría sub-consumista- se estima que los problemas de realización son equivalentes en los países avanzados y subdesarrollados (Valenzuela Feijoo, 1997).

Pero en realidad Marini nunca identificó las limitaciones del poder de compra con el subconsumo, ni con el estancamiento de la economía. Postulaba un enfoque multicausal de la crisis, que combinaba los desequilibrios de realización con la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.

En nuestra lectura de esa misma tesis hemos destacado cómo el primer aspecto opera con mayor fuerza en las economías subdesarrolladas y el segundo en las avanzadas (Katz, 2009: 117-119).

El reconocimiento de la obstrucción al fordismo en la periferia es indispensable para explicar la mayor intensidad de la crisis en los países subdesarrollados. En estas regiones justamente ocurre lo que el antidependentismo descarta: la estrechez del mercado induce a los capitalistas a invertir menos en productos de consumo.

Marini registró acertadamente esta perdurable contradicción de las economías periféricas. Pero extremó su análisis sin notar que ese desequilibrio no se asienta en la superexplotación. La retracción del consumo obedece a la simple vigencia de salarios reducidos. No implica pagos por debajo del valor de la fuerza de trabajo. Si las remuneraciones fueran tan insignificantes los frágiles circuitos de compra siquiera podrían emerger.

Lo que predomina en esas regiones es la perpetuación de ingresos escasos que contraen el mercado, asfixiando en forma periódica el desenvolvimiento auto-sustentado.

¿DÓNDE ES MAYOR LA EXPLOTACIÓN?

La superexplotación suscita también debates sobre la sujeción diferenciada que padecen los asalariados del centro y la periferia. Algunos autores sostienen que la teoría de la dependencia omite que el trabajo es más productivo en el primer segmento y pierde relevancia en el segundo (Callinicos, 2001).

Otros pensadores argumentan que ese enfoque ignora la vigencia de tasas de plusvalía superiores en las economías desarrolladas (Valenzuela Feijoo, 1997). Con la misma fundamentación se afirma que el crecimiento de Estados Unidos, Japón o Alemania obedece a la mayor productividad de esas economías y no a la apropiación de plusvalía generada en los países retrasados (Astarita, 2010: 109-110).

Pero Marini siempre reconoció que la tasa de plusvalía es superior en el centro. Allí se concentran las inversiones más significativas y se gesta el mayor volumen de trabajo excedente. Este diagnóstico es aceptado también por los defensores contemporáneos del concepto de superexplotación (Osorio, 2009: 167-186).

El problema a esclarecer es más complejo por otro motivo. La mayor tasa de plusvalía en el centro no equivale a porcentuales de ganancia también superiores. Al contrario en la periferia industrializada la tasa de beneficio es más elevada, puesto que la composición orgánica del capital es inferior (técnicas de trabajo intensivas) y con la misma inversión se logran réditos más significativos. Amin complementa este hecho resaltando la existencia de diferencias salariales superiores a las brechas de productividad.

Cuando se afirma que la tasa de explotación es mayor en el centro se identifica este último concepto con la extracción de plusvalía. Pero si la confiscación de trabajo excedente es asociada con el nivel de esfuerzo exigido al asalariado, esa obligación es más gravosa en la periferia.

La explotación presenta, por lo tanto, dos acepciones que se utilizan para convalidar una u otra caracterización. Si es identificada con la magnitud del trabajo confiscado es claramente superior en las economías más productivas del centro. Si por el contrario es asociada con los padecimientos de los asalariados, la escala de ese agobio es mayor en los países subdesarrollados.

Los antidependentistas utilizan el primer parámetro y algunos defensores de la superexplotación el segundo. En este último caso se sugiere que el grueso de la plusvalía circulante en el planeta es generado en la periferia (Smith, 2010: 50).

Pero ya en los debates de los años 60 se demostró el equívoco de esa tesis (Bettelheim, 1971: 169-174). Este mismo error es acertadamente cuestionado en la actualidad (Mercatante, 2016). En los hechos coexisten los dos fenómenos. Hay mayor productividad en las economías metropolitanas y también lucros superiores derivados de la brutalidad laboral imperante en la periferia. Ambos procesos confirman los postulados de la teoría marxista de la dependencia.

APLICACIONES ACTUALES

Los debates sobre la superexplotación son muy útiles para evaluar la brecha de salarios vigente en la actual etapa de mundialización neoliberal. Este análisis requiere introducir las dos correcciones que hemos propuesto. Por un lado, sustituir el concepto de pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor por baja remuneración de ese recurso. Por otra parte, priorizar las transferencias internacionales de plusvalía en la explicación de la dependencia.

Estos dos enunciados facilitan la interpretación de lo ocurrido en las últimas tres décadas de ofensiva del capital contra los trabajadores. El escenario keynesiano de posguerra que estudió Marini ha quedado totalmente modificado por esa andanada internacional de precarización laboral.

Se han diversificado las formas de empleo, con mayor dispersión de las remuneraciones y eliminación de las reglas salariales definidas. Se afianza la individualización de los ingresos, con exigencias de validación permanente de las calificaciones y una premeditada dislocación de la solidaridad obrera.

Esta agresión segmenta el trabajo en sectores formales e informales. En la primera franja se mantienen los niveles de estabilidad requeridos para la continuidad de la acumulación y en la segunda rige la precarización sin límites.

Las viejas caracterizaciones centradas en el contraste de universos obreros estables (del centro y la periferia) deben ser revisadas. El nuevo marco está signado por el deterioro y la fractura laboral en ambos polos. ¿Qué implicancias tienen estos cambios para el valor de la fuerza de trabajo?

El interrogante no puede zanjarse observando sólo lo ocurrido con los asalariados. Otra mutación de la misma envergadura se ha consumado en la división internacional del trabajo. En este terreno se verifica la nueva gravitación de empresas transnacionales, que actúan en la cadena global de valor mediante el desplazamiento de la industria hacia Oriente. Estos cambios han alterado radicalmente la fabricación y localización de la producción en función de la baratura del trabajo.

Para maximizar esta ventaja las empresas transnacionales fracturan geográficamente los procesos fabriles. Las mercancías elaboradas en cierta zona son adquiridas en otro punto del planeta. Este proceso incluye la terciarización de labores hacia compañías que asumen parte del riesgo (y del costo) de la globalización productiva.

El principal efecto de estas transformaciones es el incremento de la brecha mundial. La desigualdad entre las naciones ha crecido más rápidamente que la fractura dentro de los países. La fuerza de trabajo de las economías subdesarrolladas recupera gravitación como reserva de la explotación.

En este contexto recobran actualidad varios razonamientos de Marini para explicar la inversión extranjera en la periferia. El aprovechamiento de la fuerza de trabajo abaratada despierta actualmente más apetito de lucro que en el pasado. Una planta en Bangla Desh promete más ganancia que su equivalente en Brasil hace cuarenta años.

La nueva segmentación internacional de la producción genera las mismas transferencias de plusvalía que estudiaron los teóricos de la dependencia. Algunos investigadores sostienen que la magnitud de esos giros no es contabilizada por los sistemas estadísticos actuales, elaborados con criterios de agregación nacional (Smith, 2010:34-40).

La nueva cadena global de valor introduce además estratificaciones más complejas. La polarización centro-periferia es complementada con la introducción de nuevas categorías intermedias. ¿Cómo podría conceptualizarse este escenario en la tradición de la teoría marxista de la dependencia?

UN ESQUEMA TENTATIVO

La contraposición entre países con valores altos de la fuerza de trabajo (Estados Unidos, Alemania) y bajos (Filipinas, Bangla Desh) está mediada en la actualidad por economías intermedias (Corea del Sur, Brasil). Esta diferenciación -que despuntaba en la época de Marini- se ha tornado más visible.

El simple contraste entre economías con parámetros de explotación y superexplotación no registra esa diversidad. Tampoco permite notar el pasaje de un status a otro.

La segmentación entre el sector formal e informal de los asalariados es un rasgo compartido por todas las economías. Una fuerte brecha de ingresos separa a dos sectores igualmente explotados al interior de cada país. Estos grupos mantienen a su vez diferencias estructurales con sus equivalentes de otros lugares. En el centro, la semiperiferia y la periferia imperan distintas modalidades de extracción de plusvalía.

En los tres tipos de países existe también un sector de trabajadores empobrecido o semi-desempleado. El concepto de superexplotación podría ser aplicado a este segmento, considerando que en cierta medida es remunerado por debajo de su valor. Esta situación se verifica entre los inmigrantes en el centro, los recién llegados del campo en la semiperiferia y los marginales urbanos de la periferia.

El valor alto, medio o bajo de la fuerza de trabajo está determinado por el grado de desarrollo interno y la modalidad de inserción en el mercado mundial de los tres tipos de países. Pero lo que tiende a estabilizar ese lugar en la etapa actual de mundialización neoliberal es la función de cada economía en la cadena global de valor. Ese rol depende del peso de las empresas transnacionales y del impacto de la nueva industrialización asiática.

Como las transferencias de plusvalía están determinadas por el lugar final de cada economía, si el país es receptor de esos flujos mantendrá o alcanzará una ubicación central. Si por el contrario es emisor de esos recursos soportará o afianzará un status periférico. En el medio se sitúan las economías con emisión o recepción acotada de esos movimientos.

Esas transferencias consolidan o modifican la preeminencia de valores, altos, bajos o medios de la fuerza de trabajo, según la magnitud y el tipo de inversión predominante en cada país. Lo que define una situación nacional frente a otra es la relación comparativa de los salarios con las productividades.

El siguiente cuadro presenta con cifras imaginarias distintas ubicaciones de esa variedad de estatus. El valor de la fuerza de trabajo de los explotados formales (E1), informales (E2) y superexplotados (S) de los países representativos de cada grupo, es ordenado en función del lugar ocupa en la cadena global de valor (CGV).

Lugar en la CGV Valor de la fuerza de trabajo

E1 E2 S

Centro avanzado 100 70 30

Nuevo centro 40 20 10

Semiperiferia ascendente 60 40 20

Semiperiferia descendente 50 30 15

Periferia 20 10 5

Las economías centrales avanzadas (como Estados Unidos, Alemania o Japón) mantienen esa condición por su primacía en la internacionalización productiva. Concentran las tareas más complejas de concepción de las distintas actividades. Allí se localizan por ejemplo grandes firmas de la nueva tecnología de la información, que requieren labores altamente calificadas. Los valores de la fuerza de trabajo son más elevados en los tres segmentos considerados.

Nuevos centros -como China- ha registrado un ascenso al status de gran potencia por su creciente protagonismo en el proceso productivo global. Aunque el valor de su fuerza de trabajo es inferior a países más relegados en la pirámide mundial, el gigante asiático subió escalones absorbiendo más plusvalía que la transferida fuera de sus fronteras.

En las semiperiferias predominan valores medios de la fuerza de trabajo. Pero economías ascendentes de ese rubro (como Corea del Sur) consumaron un salto desde lugares básicos hasta especializaciones más significativas. En esa trayectoria valorizaron su fuerza de trabajo.

Por el contrario las economías descendentes del mismo renglón (como Brasil) han padecido una regresión industrial y un retorno al perfil agro-exportador. Por eso decrecieron en el ranking de la globalización productiva y en el consiguiente valor comparativo de su fuerza de trabajo.

Este contraste entre dos semiperiferias sintoniza con el reemplazo del modelo de sustitución de importaciones por esquemas de industrialización orientados por las exportaciones. El primer caso favorecía -en la era keynesiana- a las economías intermedias con cierto peso de los mercados internos (Brasil). El segundo potenció -en la mundialización neoliberal- a naciones más relegadas y con reservas laborales más numerosas o disciplinadas (Corea).

Finalmente países de la periferia inferior (como Bangla Desh o Filipinas) con bajísimos valores de la fuerza de trabajo han quedado incorporados al piso de la cadena global de valor. Esa inserción ha sido factible por un grado de internacionalización del transporte, las comunicaciones y el comercio inimaginable en la época de Marini.

A diferencia del modelo expuesto por el teórico brasileño, este esquema concibe a la superexplotación como una categoría muy acotada, pero presente en todas las economías. Las brechas internacionales persisten y se amplían en todos los segmentos. El abismo que separa a un desamparado estadounidense de su par en Bangla Desh es tan significativo, como la fractura que distingue a los explotados de ambos países. Esta misma divergencia se verifica en las restantes situaciones del cuadro.

CONTROVERSIAS SOBRE LA EXTENSIÓN

Una interpretación que combine los distintos valores de la fuerza de trabajo con la dinámica de las transferencias internacionales de plusvalía es esclarecedora de los determinantes actuales del subdesarrollo. Aporta mayores pistas de reflexión que las distintas tesis genéricas sobre la globalización o el neoliberalismo.

Las vertientes más radicales de estos últimos enfoques suelen resaltar correctamente los propósitos capitalistas de la etapa actual. Subrayan la intención de elevar la tasa de explotación, mediante la dualización laboral y la masificación del desempleo. Pero estas observaciones no clarifican de qué forma el modelo actual reconfigura las relaciones de dependencia y las brechas entre economías avanzadas y retrasadas.

El concepto de superexplotación es utilizado por otros analistas para clarificar esa temática. Pero el principio de remunerar a la fuerza de trabajo por debajo de su valor genera problemas irresolubles. Ese abordaje no registra la existencia de mercados laborales interiormente segmentados, internacionalmente diferenciados e igualmente signados por la presencia de los desamparados.

Estas dificultades se verifican en el debate sobre la extensión mundial de la superexplotación. Esa ampliación fue sugerida por el propio Marini en sus últimos escritos.

Varios autores retoman ese señalamiento para destacar cómo la superexplotación se ha generalizado en los centros desde los años 90. Estiman que el desarrollo de empresas globales ha forjado espacios comunes de acumulación, que permiten utilizar esa sub-remuneración de los salarios como un nuevo instrumento de concurrencia. La universalización de la pobreza, la informalidad laboral y el estancamiento de los sueldos corroborarían ese cambio (Martins, 2011a: 293-294, 302-303; 2011b).

Esta visión entiende que la superexplotación se amplió a los países desarrollados, a través de firmas que acrecientan la precarización laboral, mediante la diversificación de sus inversiones (Sader, 2009: 27-36; 2012).

Pero si la superexplotación se ha extendido a escala universal, ya no constituye un mecanismo propio del capitalismo dependiente. Ha perdido la especificidad que le asignaba Marini.

Esa contradicción se torna muy visible, cuando se afirma que los mismos mecanismos de compensación de pérdidas utilizados por la burguesía latinoamericana, son ahora implementados por sus pares del centro.

Se supone que en ambos polos se exprime por igual a los asalariados para contrarrestar retrasos tecnológicos o adversidades de productividad (Bueno, 2016: 49-56, 66-68). En esta versión o en planteos semejantes (Santana, 2012: 135- 137) el divorcio con las tesis de Marini es mayor. La teoría de la dependencia es asemejada a una concepción sobre las nuevas formas de explotación del siglo XXI.

Algunos seguidores del pensador brasileño perciben este problema, pero igualmente estiman que la superexplotación se ha extendido, luego de perder su exclusiva localización en las economías dependientes (Sotelo, 2013; 78-81).

Afirman que ese rasgo constituyente de las sociedades latinoamericanas se ha convertido en un dato operativo de la economía internacional (Sotelo, 2012: 161-167). Destacan que ese proceso despunta sólo como una tendencia, sin notar que la atenuación del diagnóstico no reduce la contradicción con las tesis de Marini.

Para preservar ese enfoque también se afirma que la extensión de la superexplotación coexiste con las brechas de poder adquisitivo entre el centro y la periferia (Sotelo, 2013: 92-93).

¿Pero en que se cimenta esa fractura si los asalariados de ambas regiones soportan la misma sub-remuneración salarial? El fundamento inicial de esa disociación se diluye, al suponer que el ingreso de los asalariados no cubre en ambos casos la reproducción normal de la fuerza de trabajo.

La extensión de la superexplotación afecta todas las críticas del dependentismo al enfoque transnacionalista, que postula la total desaparición de las fracturas entre el centro y la periferia.

Esta última mirada extrema la tesis de la "tercermundización" del planeta. Equipara una maquila mexicana con un taller precario en Los Ángeles, omitiendo que los salarios de ambos países continúan girando en torno a diferentes canastas nacionales de bienes. No registra la persistencia de la brecha de ingresos entre Estados Unidos y México, que se refleja en padecimientos de distinta escala entre los pauperizados de ambas naciones.

Los críticos de la extensión del concepto de superexplotación resaltan estas contradicciones. Recuerdan que es una categoría de las economías dependientes y afirman que la ampliación de su incidencia socava la teoría marxista de la dependencia (Carcanholo, 2013:108-124). Estiman que se pone en riesgo los pilares de esa concepción (Massa, 2013: 83-85).

¿Pero alcanza con subrayar ese contrasentido? ¿La mundialización neoliberal no ha modificado la estructura internacional del mercado de trabajo? ¿Cómo interpretar la creciente precarización y segmentación laboral en todo el planeta?

Estas preguntas –que la tesis extensiva no logra responder- son soslayadas por la visión opuesta. Este último enfoque remarca la inconsistencia de su contraparte sin ofrecer alternativas. Supone que la tesis inicial de Marini rige con plenitud, evitando registrar hasta qué punto ha quedado cuestionada por la mundialización neoliberal.

UN SENDERO PROMISORIO

La teoría marxista de la dependencia aportó el principal esquema analítico para develar las peculiaridades del capitalismo latinoamericano. Pero incurrió en ciertos desaciertos conceptuales, que tendieron a enmendarse con observaciones de pensadores convergentes con esa concepción.

La superexplotación es una de las nociones corregidas con esa maduración del dependentismo. La modificación sustituye la idea de pago por debajo del valor de la fuerza de trabajo por una remuneración baja de ese recurso.

Esta revisión permite no sólo resolver viejos interrogantes del caso latinoamericano. También introduce un criterio para interpretar la diversidad contemporánea de los salarios. Esa variedad deriva del lugar ocupado por cada economía en la cadena global de valor, en el nuevo escenario de empresas transnacionales e industrialización asiática. Este análisis ofrece respuestas a los enigmas del desenvolvimiento de Corea y China.

La revisión del concepto de superexplotación es coherente con la primacía asignada a las transferencias internacionales de plusvalía, como principal determinante del subdesarrollo.

El estudio de esos flujos bajo la mundialización neoliberal exige retomar algunos temas abordados, omitidos o poco indagados por Marini. El ciclo dependiente es un ejemplo del primer tipo, la renta del segundo y la lógica política de la dependencia del tercero. En nuestros próximos artículos analizaremos estas asignaturas pendientes.

RESUMEN

Marini postuló que la burguesía latinoamericana recrea el subdesarrollo al compensar su adversidad internacional con superexplotación. No identificó el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor con la plusvalía absoluta, ni con la miseria creciente.

Pero esa sub-remuneración contradice la lógica del mercado laboral, que determina los bajos salarios de la periferia industrializada. Las empresas lucran con la existencia de brechas de esos ingresos mayores que las diferencias de productividad. Los desniveles de desarrollo están altamente condicionados por las transferencias de plusvalía a favor de las economías avanzadas.

La teoría de la dependencia no requiere un concepto de superexplotación omitido por Marx. Hay tasas de plusvalía superiores en el centro, pero mayor estrechez del consumo y agobio laboral en la periferia.

En un cuadro de generalizada precarización se reordenan las diferencias nacionales de salarios de los explotados formales, informales y empobrecidos. Tanto la extensión del concepto de superexplotación a las metrópolis, como el desconocimiento de la mundialización neoliberal obstruyen la actualización de la teoría de la dependencia.

 

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PALABRAS CLAVES

Capitalismo, dependencia, explotación

 











 



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Claudio Katz

Economista, Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, CONICET (Argentina), Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).

Sitio web personal: www.lahaine.org/katz


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