El Estado nace como aparato de violencia organizada para garantizar el dominio de los poseedores sobre los desposeídos. Marx, al examinar este hecho, usó en calidad de categoría científica sociológica la expresión “dictadura de clase” para designarlo: así, en sucesión histórica, el Estado esclavista fue la dictadura de clase de los dueños de esclavos y el Estado feudal la dictadura de clase de los señores feudales, en tanto que el Estado burgués o capitalista es la dictadura de clase de la burguesía: siempre la dictadura de una minoría explotadora sobre una mayoría explotada. Este análisis llevó a Marx a la conclusión científica de que el Estado que surgiría del derrumbamiento del capitalismo, y que por vez primera en la historia colocaría a la mayoría sobre la minoría, vendría a ser la dictadura de clase de los trabajadores explotados, la “dictadura del proletariado”, la cual sería la forma más democrática posible de Estado y tendría un carácter transitorio. El proletariado, al liberar el trabajo de la condición alienante de la explotación y por consiguiente liberarse a sí mismo, liberaría al mismo tiempo a todos los seres humanos, hasta llegar a la extinción del propio Estado y de la división en clases y al autogobierno de la sociedad.
El análisis marxista pone así mismo en evidencia que una cosa es la forma de Estado y otra la forma de gobierno: si bien el Estado es siempre una dictadura de clase, es decir, expresa los intereses de un sector social dominante, las formas de gobierno con las cuales ejerce su poder pueden ser democráticas en grado variable, o dictatoriales en grado variable, según las relaciones de fuerza y las condiciones históricas; el término “dictadura” en este sentido es el que comúnmente se conoce y ha creado la confusión por la cual se ha identificado la dictadura del proletariado con una vulgar dictadura de gobierno, confusión en la que coincidieron los teóricos burgueses, por lógicos intereses de clase, y los estalinistas, por interés de la deformación dictatorial-personalista que al final fue factor fundamental del derrumbe de la Unión Soviética.
Hoy en día la lucha de los socialistas es por la forja de un Estado popular, que exprese la hegemonía del bloque revolucionario formado por las clases y capas no explotadoras nucleadas alrededor de la clase obrera, frente al bloque de poder oligárquico-imperialista históricamente dominante: ese Estado, para ser de verdad socialista, debe establecer, al lado de las transformaciones económicas, sociales y culturales necesarias, las formas de gobierno más democráticas que se hayan conocido.
El Estado venezolano, heredado del viejo orden, mantiene en esencia sus rasgos de aparato creado para confundir, dividir y burlar al pueblo, no para el servicio público, y la incidencia revolucionaria del Presidente Chávez en él, expresada en la democracia participativa y protagónica, la más profunda y completa forma democrática de nuestra historia, genera una lucha que está en pleno desarrollo y que sólo el pueblo organizado y consciente, en ejercicio de su poder soberano y a través del control social, puede decidir a favor de los intereses revolucionarios.
Transformar ese Estado de origen no popular en un órgano de carácter socialista por su contenido y por su forma es una de las condiciones necesarias (junto a la capacidad de la economía socialista, que se irá desarrollando en confrontación y competencia con el capitalismo hasta ahora dominante, y sobre todo, junto a la asunción de una conciencia socialista por el pueblo) para la victoria del proyecto de la Revolución Bolivariana.
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