“Unámonos de verdad compañeros. Unámonos de verdad en el Sur y tendremos futuro, tendremos vida y tendrán vida nuestros pueblos.”
Hugo Chávez
El mundo que generó el desarrollo del sistema capitalista es francamente desastroso. Pese a las posibilidades reales que la revolución científico-técnica vigente ha abierto para terminar con problemas ancestrales de la humanidad (hambre, inseguridad, miedo, desamparo), las relaciones sociales vigentes hacen de la sociedad global un lugar inmoralmente injusto: mientras en algunos lugares se desperdicia comida, en otros muere de hambre una persona cada 7 segundos; mientras se habla de libertad y democracia, las potencias saquean sin descaro a muchas regiones del globo; mientras se habla de paz, un Norte cada vez más próspero e inhumano hace la guerra contra un Sur que comparativamente se empobrece día a día. Pese a que nuestro grado actual de desarrollo permitiría otro mundo, el 40 por ciento de la población planetaria, es decir: 2.520 millones de personas, es pobre y carece de los recursos mínimos para llevar una vida digna; de esa cantidad, 777 millones de personas están en la indigencia total. 2.400 millones de seres humanos carecen de saneamiento básico, 1.600 millones viven sin acceso a la energía eléctrica, 771 millones son analfabetos, y pese a que el discurso dominante nos dice hasta el hartazgo que vivimos la era de la comunicación y la super informatización, la mitad de la población mundial está a no menos de una hora del teléfono más próximo. La tecnología de punta nos lleva a Marte pero no puede terminar con la miseria, la desnutrición, los niños de la calle. Sin dudas, esto no va bien.
No hay duda entonces que “otro mundo” debe ser posible. Posible y necesario. La cuestión es ¿cómo lograrlo?
Los ideales de igualdad social, de equidad y justicia que se divulgaron por todo el orbe décadas atrás –y con el que muchos pueblos comenzaran a construir sociedades distintas: el socialismo real– han sufrido un retroceso. Pero no están muertos. El socialismo como ideología sigue vigente, aunque golpeado y desacreditado por la cultura del capital. De todos modos, si bien el retroceso sufrido estas últimas dos o tres décadas en la lucha por un mundo más equitativo fue grande, esa lucha no ha terminado. Por el contrario, hoy pareciera resurgir nuevamente con nuevos bríos. Con nuevas propuestas, con nuevo rostro quizá, pero ahí sigue estando presente. El llamado a una revisión crítica de los errores del socialismo real comienza a dar frutos; ahí está, entonces, una nueva opción que surge en Venezuela: ese experimento novedoso que es la apuesta por el socialismo del siglo XXI.
No hay dudas que, hoy por hoy, el proceso que vive Venezuela con su Revolución Bolivariana ha servido para volver a encender esperanzas. La prueba irrefutable de ello es la animosidad que crea entre los poderes dominantes del Norte, y más especialmente en quien hoy hace las veces de rey del mundo: el gobierno de Estados Unidos de América.
Mucho se podrá decir de ese socialismo renovador que está surgiendo; mucho habrá que trabajar para ir definiéndolo, puliéndolo, dándole forma. Pero es ya un hecho que está vivo, rebozante de vida, insuflando esperanzas hacia todo el Tercer Mundo. Y surge ahí el llamado fuerte, vigoroso, valiente hacia la integración de los países pobres, los pueblos del Sur, como un camino alternativo al mundo que el Norte ha construido.
El Sur, tal como la experiencia lo ha demostrado por años, no puede esperar de ese Norte, de los poderes que comandan ese Norte –que dirigen, en definitiva, el curso del planeta en su conjunto– sino más de lo mismo. Desde que el mundo moderno, en los albores del capitalismo incipiente hace ya cinco siglos, globalizó la sociedad planetaria, desde el momento en que la industria naciente empezó a difundirse por todo el orbe, el Norte no ha traído sino desgracias para los pueblos de lo que imprecisamente se llama Tercer Mundo. El saqueo de América Latina, de Africa, de Asia, la consecuente pobreza y represión que eso significó, la dependencia –y sin dudas también la humillación aparejada–, todo eso no ha terminado. Los conquistadores blancos, sus saqueos sangrientos con sus armas de fuego, sus barcos negreros y la imposición violenta del cristianismo como broche de oro de la dominación, no han terminado. La dominación hoy sigue presente con la figura de “inversiones extranjeras”, créditos de organismos financieros internacionales y la cultura que se impone desde los medios de comunicación modernos; pero en sustancia, la historia no ha cambiado gran cosa. Y como siempre, si la situación se recalienta demasiado, ahí están las armas para poner en vereda a los “primitivos” descarriados. El Norte sigue explotando al Sur.
Es ahí que va surgiendo esta nueva idea de integración desde el Sur como alternativa. Es preciso reconocer que en el anárquico desarrollo del capitalismo a nivel mundial, los países más desfavorecidos del Sur también han visto nacer en su propio seno sociedades capitalistas que no dejan de repetir las diferencias constatables a nivel internacional. Las organizaciones precapitalistas de todas las sociedades del Sur no significan modelos de justicia; los regímenes monárquicos y las sociedades preindustriales previas a la llegada de los “hombres blancos” en cualquier parte del Sur no constituyen por fuerza situaciones de equidad. El “buen salvaje” viviendo en un mundo paradisíaco no pasa de mito, de grotesco mito incluso. Pero sin dudas el capitalismo que irrumpió por todo el planeta no hizo sino perpetuar esas injusticias, cubriéndolas en muchos casos con un manto de falsa modernidad.
Hoy, ya entrado el siglo XXI, estamos en condiciones de plantearnos pasos superadores. No sólo estamos en condiciones: es casi una necesidad imperiosa para evitar el desastre de la especie como un todo. El modelo consumista y guerrerista que el Norte ha impuesto no es sostenible, y el Sur –sin plantearse incluso un modelo estrictamente socialista– debe encaminarse hacia nuevas alternativas. Del Norte no se puede esperar sino más de lo mismo: saqueo y dependencia. Va surgiendo así la idea de una integración genuina del Sur con el Sur.
La construcción de espacios de cooperación Sur-Sur, articulados a partir de los problemas y las dificultades comunes, ofrece una perspectiva diferente en la que el elemento central no está dado por el afán de acumulación ni por las aspiraciones hegemónicas, sino que se manifiesta a lo largo de un eje más humano y racional: buscar soluciones para los problemas de la pobreza y el hambre, diseñar nuevos caminos hacia el desarrollo, defender las autonomías nacionales y las potestades soberanas, alejándose así de la presión dominante de los países del Norte próspero. El conjunto de problemas no resueltos por el capitalismo (hambre, atraso, inseguridad, enfermedad, analfabetismo, dependencia técnica, financiara y cultural) requiere de soluciones distintas y, sobre todo, reclama el valor de la solidaridad entre los pobres como factor común y compartido. Tal vez pueda ser éste un motor hasta ahora casi inexplorado, capaz de conducir a acuerdos de nuevo tipo, con otra inspiración y con otras finalidades.
La cooperación solidaria es posible. No podemos –no debemos– quedarnos con la idea de un darwinismo social que premia a los más fuertes en detrimento de los más débiles. La historia de la humanidad puede (debe) ser algo más que ejercicio de poder de un grupo sobre otro. La solidaridad es posible, y ese debe ser el sentido de las relaciones entre los seres humanos. La actual “cooperación” del Norte hacia el Sur no es sino acto de caridad, de hipócrita beneficencia disfrazada de piedad. Pero otro tipo de solidaridad, de cooperación genuina es posible. A eso debe apuntar el Sur.
Tal como dijo Milos Alcalay, pasado representante de la República Bolivariana de Venezuela ante Naciones Unidas: “Cuando la cooperación Sur-Sur ha sido instrumentalizada de manera sistemática y continua, ha demostrado ser un mecanismo útil para enfrentar la realidad mundial y reducir la vulnerabilidad de nuestros países frente a los factores internacionales adversos. Ha logrado maximizar la complementariedad entre nuestros países. Sin embargo, y así debemos reconocerlo, sus potencialidades yacen allí, a la espera de su explotación y uso eficiente. Hasta ahora se ha subutilizado. Se ha desaprovechado como instrumento que ofrece oportunidades viables para procurar, individual y colectivamente, mayor crecimiento económico, desarrollo sostenible y para asegurarnos una participación más efectiva en el sistema económico mundial”.
Para muestra de lo que es posible con esa nueva actitud, ahí está Cuba. La revolución cubana no regala lo que le sobra, no hace caridad: comparte solidariamente con sus hermanos del continente y de otras latitudes. Pese al embargo criminal del que viene siendo objeto desde el momento de su nacimiento, su cooperación genuina con otros pueblos del Sur es un hecho paradigmático. En la actualidad cerca de 40.000 profesionales y técnicos cubanos prestan sus servicios en 107 países; de ellos 28.600 son trabajadores de la salud destacados en 72 naciones. Por otro lado, Cuba apoya solidariamente a más de 15 países a través del método de alfabetización “Yo sí puedo”, desarrollado en la isla, el cual contribuyó a que casi dos millones de personas aprendieran a leer y escribir en varios pueblos latinoamericanos. Y ni hablar de las becas que otorga a estudiantes de otros países del Sur, gracias a las cuales se graduaron en su tierra más de 40.000 estudiantes de distintos pueblos.
No hay dudas que otra cooperación alternativa a las migajas que da el Norte –“ayudas” siempre condicionadas políticamente– es posible. Y ahí están también, inscriptas en esa línea, iniciativas de cooperación solidaria que impulsa la República Bolivariana de Venezuela como las empresas petroleras Petrocaribe y Petrosur, o la que está buscando implementar el gobierno de Irán referida a la creación de un fondo de inversiones para el desarrollo de países del Sur.
Una nueva cooperación Sur-Sur debe ir más allá de un acuerdo económico ventajoso, el cual une por un tiempo, sólo mientras dura el interés concreto en juego, pero que no trasciende. Esta nueva cooperación debe servir para generar desarrollo social sostenible, para todos, sin condicionamientos. Si no, no es cooperación. Esta nueva actitud de unión del Sur podría servir en este inicio de siglo para relanzar con una nueva dinámica el Movimiento de Países No Alineados, buscando frenar la avanzada del neoliberalismo desbocado que azota el mundo luego de la caída del muro de Berlín, llevada a su grado máximo en manos del gobierno de Estados Unidos, quien se permite ir más allá de toda legalidad internacional pasando por encima de Naciones Unidas y de toda norma de civilizada convivencia.
En la recién finalizada cumbre de Países No Alineados de La Habana, Cuba, se sentaron bases para comenzar a construir esas alternativas. La integración entre los más pobres y oprimidos es una vía alternativa para el mundo unipolar que se ha ido edificando estos últimos años.
El Movimiento de Países No Alineados –que representa en su conjunto al 55 por ciento de la población mundial– no es claramente un foro de izquierda (¿quién dijo que lo fuera?). Pero es una interesantísima instancia para comenzar a sumar fuerzas para frenar el desarrollo de un capitalismo guerrerista monstruoso, liderado por Washington, pero no mucho más “bueno” en las otras potencias hegemónicas. De ahí que su agenda tiene objetivamente el valor de un enfrentamiento real a los poderes hegemónicos del Norte, en un sentido, entonces, casi revolucionario: apoyo al multilateralismo, democratización de las relaciones internacionales, nuevas reglas de juego en lo socioeconómico a nivel mundial, apoyo a las políticas de no injerencia en los asuntos internos de cada Estado, el fortalecimiento de la Organización de Naciones Unidas, la lucha contra el imperialismo en todas sus formas y manifestaciones, apoyo a la autodeterminación.
En esa óptica lo que pueda salir de esta nueva coyuntura de los países del Sur, de los No Alineados, de los “pueblos primitivos” (pero ¿quién dijo que son primitivos?) eternamente sojuzgados, puede contribuir revolucionariamente a construir ese “otro mundo” tan necesario.
El NOAL no es nuevo. Pero estos años de unilateralismo y neoliberalismo salvaje le quitaron protagonismo. De todos modos, en buena medida a partir de la energía que insufla la Revolución Bolivariana desde Venezuela, pero sin dudas nutrido también por el empuje del campo popular a nivel internacional, campo que está renaciendo luego de años de avance de la derecha más troglodita, parece haber llegado el momento de su relanzamiento. Sin dudas las palabras del presidente Chávez en esta cumbre son definitorias: “Unámonos de verdad en el Sur y tendremos futuro, tendremos vida y tendrán vida nuestros pueblos.” Tal como dice el lema del canal latinoamericano Telesur, entonces: “nuestro norte debe ser el Sur”. Aunque no sea la revolución socialista, el hecho de juntar fuerzas en el Sur, de sumar en vez de restar, de buscar alianzas entre todas las naciones sojuzgadas, eso es ya un paso revolucionario. Unámonos de verdad.